Aún no lo he hecho, pero antes de que finalice 2011 habré cumplido los 37 años. Depende de la óptica desde la que se mire, para algunos seré joven, para otros no, y para los demás ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Yo, particularmente, me siento joven. No recuerdo tan lejanos los tiempos en los que salía por ahí con los amigos buscando guerra. Si me poneis a un lado a unos chavales de veintitantos y a otro a un grupo de cuarentones, yo me siento mucho más identificado con los primeros, aunque por edad esté mucho más cercano a los segundos. Igual debería meditar sobre esto y replantearme alguna que otra cosa. Igual estoy pasando por una fase análoga a la adolescencia. El adolescente es un niño con cuerpo de hombre que no sabe cual es su lugar en el mundo porque aún no le ha dado tiempo a descubrirlo. Puede que yo sea una persona joven el cuerpo de una que no lo es tanto. O todo lo contrario, quién sabe. Igual he de admitir que ya hace tiempo que pasé la juventud, a pesar de que en mi subconsciente todavía la tengo muy presente.
Y en esas me ando, no suelo pensar demasiado en ello, me limito a vivir mi vida, a cumplir mis responsabilidades y a no hacer demasiado caso al espejo cuando me grita que ya no tengo pelo en la frente, o que hay nuevas arrugas en mi rostro que antes no estaban. Pero hay veces en las que uno no puede dar la espalda a la realidad. Hay veces que te encuentras con cosas ante las que no cabe duda de que el tiempo ha pasado, y de qué manera. Y anoche me ocurrió una de esas cosas.
Anoche mi mujer se fue a dormir temprano, y yo me quedé viendo la televisión. Y me tragué un reportaje sobre el grupo Nirvana, con motivo del vigésimo aniversario de la salida al mercado de su disco más exitoso, "Nevermind". Tal cosa me dejó completamente cuajado.
¡Veinte años!
Para los legos en la materia, el Nevermind de Nirvana fue un disco absolutamente rompedor, que revolucionó la industria de la música del mismo modo que Johan Cruyff hizo lo propio con el mundo del fútbol con el Barcelona del que fue entrenador, por cierto, contemporáneo del disco del que hablo. Anoche me sentí impresionado porque ese álbum fue el paradigma de la modernidad, era lo último, lo más revolucionario, ya digo, lo que rompía con todo. Y asumir que ya hace veinte años que se editó significa comprender que ya es antiguo, que por mucho a mí me siga recordando a modernidad, lo cierto es que hoy día no es más que una antigualla. Muy reputada, pero antigualla a fin de cuentas.
El tiempo ha pasado, mi juventud quedó atrás, estoy más cerca de los cuarenta que de los veintitantos. Cuanto antes lo asuma, menos me rallarán este tipo de noticias.
A mí, la salida al mercado de este disco me cogió a punto de cumplir los 17 años. Yo soy un absoluto enamorado de la música, coleccionista convulso y hasta enfermizo. Recuerdo que en su época iba a Sevilla Rock en busca de un disco, no lo encontraba, pero me iba con otros cinco completamente diferentes. Yo he gastado fortunas en CDs. Me gustan muchísimos estilos musicales, aunque seguramente la mayoría de vosotros no conocerá ni al 10% de los discos que abarrotan mis muebles. Siempre fui muy alternativo en ese sentido. Sin embargo, en el fondo soy rockero, me gusta de todo, pero soy rockero. Eso sí, a finales de 1991, a punto de cumplir los 17 años, aún no lo sabía. O no era consciente de ello del todo. En aquella época, los grupos más famosos de rock eran Guns & Roses, Aerosmith, Bon Jovi y compañía.Y yo no me sentía identificado con ellos. Me parecían falsos, forzados, como actores que fingen una pose. Guns & Roses eran absolutamente comerciales, eran una evolución del heavy con el objetivo de acercar este estilo a las masas. No me gustaban. Aerosmith eran una burda imitación de los Stones. Los Stones son sagrados. Puedes dejarte influir por ellos, pero no imitarles. Imitar a los Stones es ridículo. Y Bon Jovi para mí siempre fue el típico grupo de tías. Insoportables.
Pero Nirvana me abrió los ojos y cambió para siempre mi concepto de gusto musical. Nirvana fue el estandarte de lo que se denominó "Sonido Seattle" (la ciudad americana de donde procedían ellos y otros muchos grupos). Los referentes del "Grunge", un estilo de vida que consistía en no dejarse llevar por las masas, en ser críticos con el mundo que te rodea, en no aceptar lo que te impongan porque sí. Evidentemente, eso llevó a muchos, incluído Kurt Cobain, al extremo más extremo de ese planteamiento, tergiversándolo hasta el punto de convertirlo en excusa para los excesos. El propio Kurt Cobain acabó suicidándose, devorado por el monstruo que él mismo había creado.
Pero Nirvana abrió una puerta, y de ahí salieron muchos. Inició un camino que luego siguieron otros como Pearl Jam, Alice in Chains, Hole o Soundgarden, y poco después Smashing Pumkins o Foo Fighters (cuyo líder es Dave Grohl, batería de Nirvana)
Y yo pasé mi juventud enredado en toda esa vorágine. Consumiendo de modo compulsivo la música de todos esos grupos. El rock alternativo, como los "eruditos" lo conocen hoy en día. Y aunque no me he dado cuenta, los años han pasado. Muchos años. De hecho, salvo Foo Fighters, prácticamente ninguno de aquellos grupos siguen en activo hoy día. Pero tienen que ser cosas como la de anoche las que te hagan caer del guindo y darte cuenta de que eres un poco mayor de lo que te sientes.
Cuando miro atrás, a veces siento como si ese tiempo hubiese transcurrido de un modo vertiginoso. Pero luego, cuando soy consciente de la cantidad de cosas por las que he pasado, de las experiencias que he vivido, también pienso: "¿y todo eso en tan pocos años?"
Toda una contradicción. Unos pensamientos enfrentados, encontrados, casi paradójicos.
El caso es que no me siento una persona infeliz. No soy de los que viven frustrados por que se han dejado cosas en el tintero por el camino. No se me ocurre nada que me hubiese gustado hacer y que no he hecho (o que no pueda hacer en un futuro, ya que el realizarla no depende de la edad que tengas). De hecho, hoy día tengo todo lo que soñaba tener con esta edad, cuando llegase a este momento de mi vida.
Pero es que me resulta difícil de asumir este cambio. Cuando el Nevermind de Nirvana salió a la luz, hacía veinte años que los Beatles se separaron. En aquella época, a pesar de que los admiraba, para mí los Beatles eran casi jurásicos. Eran la música de mis padres. Eran una antigualla. Y me supera la idea de que un chaval de hoy pueda pensar lo mismo de Nirvana.
Sin embargo, lo pensará, es ley de vida.
Seguro que muchos de vosotros estaréis acordándose ahora mismo del tópico tan clásico de la crisis de los cuarenta (adelantada a los treinta y siete). No se trata de eso. Esa es la crisis que pasan las personas que quieren volver a la juventud. Yo no quiero volver a la juventud. No hablo de eso. Sólo digo que a menudo no es sencillo asumir que el tiempo pasa. Y menos que has quemado una fase de tu vida que ya nunca más volverá.
Tengo mucha ilusión por lo que me depararán los años venideros, pero, ya digo, es difícil asumir que lo otro murió para siempre.