viernes, 25 de abril de 2014

El filón

Cualquiera que me conociera en aquel entonces sabe que yo era de los que defendía a Manolo Jiménez cuando era nuestro entrenador, aunque hoy día reconozco que era una posición trasnochada. De no entender lo que teníamos entre manos. Aunque una posición comprensible (en mi opinión) para alguien que se llevó toda su vida en sevillista sumido en la mediocridad y que lo más grande que había visto hasta un par de años antes fue alguna clasificación para la UEFA y su correspondiente celebración en la Puerta de Jerez. Alguien a quien no le cabía en la cabeza que la gente se quejara tantísimo cuando el equipo estaba tercero en la clasificación. Alguien que decía que ya echaríamos de menos aquello y que no lo estábamos disfrutando. 

Alguien que no tenía ni idea de lo que decía y que no terminaba de comprender el concepto de "grandeza". 

Afortunadamente, eso ha cambiado. Ahora lo comprendo mucho mejor. Ahora mismo me lanzaría a la yugular de Manolo Jiménez y me tiraría de los pelos (si los tuviera) por la oportunidad perdida. Ahí está la clave. No es que el Sevilla no hiciera buenas temporadas. Es que perdimos la oportunidad de morir de grandeza, de hacer mucho más. Porque, con todos los matices y salvedades que se nos puedan ocurrir, aquel equipo estaba preparado para haber hecho mucho más. 

La cosa va de aprovechar las oportunidades. De ser conscientes de cuándo estamos ante un filón y exprimirlo del todo, aprovecharlo con la máxima intensidad, porque no sabemos cuánto durarará ni cuándo nos encontraremos con otro. Como nos ocurre en estos momentos. Porque lo de estos momentos es algo así, una especie de filón. Una racha absolutamente extraordinaria. Una dinámica tan positiva que nos ha vuelto a poner en un lugar que muchos pensábamos que muy difícilmente volveríamos a ocupar. Más que nada porque se trata de algo muy difícil, ni más ni menos. Y esto es una oportunidad que no podemos dejar escapar. 

A mí me llaman muchísimo la atención las dinámicas en el fútbol. Aunque analizándolas en profundidad tienen su explicación, a simple vista parece algo increíble que haya veces en las que absolutamente todo está de cara, y otras que todo lo contrario. Lo del Sevilla de los dos últimos meses, en concreto, me parece alucinante. Varios ejemplos: ya no tiramos balones a los postes. Ahora van dentro. Ya no nos expulsan jugadores, cuando antes éramos blanditos y ahora presionamos con muchísima mayor intensidad. Los errores arbitrales caen para ambos lados, como siempre, pero los clave, LOS CLAVE, los que cambian la tónica de los partidos, son a nuestro favor. Pasó con el penalty en el Villamarín y pasó ayer con el gol de Mbia. Que sí, que también sufrimos errores en contra, pero, como digo, los que cambian la tónica de los partidos, son a favor. Y esto antes, no es que no fuera así. Es que era al revés. Justo al revés.

En estos momentos, el Sevilla es una apisonadora. Es que parece imposible que nos pueda ganar alguien, da igual qué futbolistas participen, da igual que jueguen bien o mal, da igual que fallen, que cometan errores puntuales que antes nos costaban partidos y ahora son oportunides marradas por los rivales..., da igual todo. TODO. O jugamos de cine y machacamos al rival, o jugamos peor pero pasa algo, lo que sea, que desnivela la balanza a nuestro favor. Antes era todo lo contrario. De antes hablo hasta hace dos meses. 

Y esto es una oportunidad, como las que comentaba antes. Una maravillosa oportunidad que nos puede meter en otra final europea y (más difícil, pero en nuestra mano) en Liga de Campeones. Esto era impensable a principios de temporada, en diciembre, al acabar la primera vuelta y hasta en la jornada 25, por decir algo. Esto es increíble. Pero esto es así. Es como una alineación de constelaciones, una raya en el cielo, algo inexplicable que ha hecho que todo esté de cara. Y si antes hablaba de los árbitros y de futbolistas en sí, lo de la grada no se queda atrás. Ya no hay murmullos cada vez que la toca Fazio o Coke; ya no hay un Perotti a quien silbar por haber hecho una gilipollez (o varias); ya no hay un calvo cabrón; ya no hay quien pita a quien anima ni quien pita a quien pita. Ya no hay nada de eso. Los jugadores han dado confianza a la afición y ahora la afición se está volcando con los jugadores, los cuáles están dando lo máximo de sí mismos para así lograr llegar a unas cotas que aún no sabemos si son las más altas posibles o podemos aspirar incluso a más. 

Y ahí está la oportunidad. ¿Podemos aspirar a más?

Pues, como decía al principio, esto es un filón que hay que exprimir. Hay que llegar a los más alto que sea posible. Ser quintos y jugar una semifinal europea es fantástico, como lo fue ser terceros y llegar a los octavos de la Champions. Pero ni aquello era lo máximo a lo que podía aspirar aquel equipo, ni esto es lo más alto que está a nuestro alcance en la actualidad. Si pasar a la final está en nuestra mano porque llevamos un 2-0 a nuestro favor para la vuelta, hay que agarrarse a esa posibilidad y no soltarla. Hay que obligar al Valencia a convertirse en el Brasil de Pelé o el Barça de Guardiola para poder eliminarnos. No conformarse (como me conformaba yo cuando Jiménez), que eso ya lo he aprendido. Y del partido del fin de semana en Bilbao digo lo mismo. Reconozco que va a ser muy difícil. Muy difícil. En mi opinión, mucho más que eliminar al Valencia, y eso ya lo pensaba antes de empezar la eliminatoria. Pero, ¿quién sabe? Estamos que nos salimos. Hace quince o veinte días decía que no era bueno hablar de Champions porque estaba muy lejos, había objetivos más al alcance y corríamos el riesgo de echarlos a perder por sobrecargarnos de presión. Pero ya no es así. Y no es así porque la Champions está a tres puntos y nuestro próximo rival es el que ocupa esa plaza. Por tanto, hay que ir a por ello. 

En verdad, hay que ir a por todo. A POR TODO. Esta dinámica en la que estamos inmersos es extraordinaria y no podemos desaprovecharla. No sé hasta dónde llegaremos, pero hay que exprimirla. No podemos dormirnos en una gloria intermedia cuando tenemos a nuestro alcance otra muy superior. Y que nadie hable de cansancio. Quedan seis partidos pendientes. Cuatro en Liga y dos en Europa League. Seis, sólo seis. Hay que darlo todo. Hay que aprovechar la corriente a favor. Hay que hacerlo porque si se hace, la temporada, esta temporada que tantísimas dudas ha despertado a lo largo de la misma, puede acabar como una de las mejores de nuestra más que centenaria historia. 

Y eso es una oportunidad que no podemos dejar escapar. 


viernes, 11 de abril de 2014

¿Qué coño sabían los portugueses?

No tenían ni idea. ¿Qué iban a saber?

Hace unos días le preguntaban a un tal Carlos Eduardo, jugador del Oporto, sin temía por el ambiente que se iban a encontrar en Sevilla en el partido de vuelta. Y el ínclito futbolista respondió con suficiencia, diciendo que ya habían jugado en Nápoles y que les vencieron. Con todos mis respetos al Nápoles, a los tifosis y a los italianos en general, Carlos Eduardo no tenía ni puta idea. Dicen que la ignorancia es muy atrevida, y este jugador pecó de atrevimiento. Podemos culparle de eso, pero no de su ignorancia. La ignorancia se soluciona con experiencia. Carlos Eduardo ya no es un ignorante. Al menos en el tema del que hablo, Carlos Eduardo ya no es un ignorante. 

Como digo, ¿qué coño sabían los portugueses? Nosotros sí, pero ¿ellos? ¿Acaso ellos vivieron lo que nosotros hace ocho años? No me refiero a ganar partidos continentales, que de eso el Oporto sabe bastante más, sino de lo que es capaz el Sevilla cuando hay simbiosis. Cuando se juntan la grada, lo que no es la grada, los jugadores, los futbolistas que no juegan, los directivos, los empleados... todos. Cuando todo se junta. ¿Acaso lo sabían? Ahora, sí, pero ¿ayer a esta hora? Se lo podían imaginar, lo podrían intuir, seguramente Carlos Eduardo debería haber sido más prudente, pero no. No tenían ni idea. No sabían nada. Ahora, ya lo saben. 

Porque lo de anoche fue algo memorable, histórico. Lo de anoche es para dejar escapar lágrimas de orgullo, para reventar de sevillismo, para reírse a carcajadas y llorar a continuación. Por mil motivos. En mi caso, por ejemplo, por la pena que me da que mi abuelo, quien me hizo sevillista, no haya podido ver esto porque va para 30 años que murió. Cómo la habría gozado. Lo sé perfectamente, es como si lo estuviera viendo. Y esto es así, lo de anoche, lo que supuso lo de anoche. Pero, aparte de eso, ¿a alguien le sorprende lo de anoche? ¿Alguien habla de eso, de sopresa? Fuera de Sevilla, no lo sé. Pero aquí, nadie. Esto se sabía. Esto se veía venir. Y no es por fanfarronear, es que las cosas son como son, ya lo sabemos, ya lo hemos vivido, somos perfectamente conscientes de lo que pasa cuando todo se junta. Lo dijo ayer el presidente: ¿qué más da quien nos toque de rival? Estando como estamos, les eliminamos seguro. 

Y eso es lo mejor de todo. Que estando como estamos, muy probablemente nos llevemos de nuevo el título. Si no es así, no. Si no es así, no somos tan fuertes, ni tan poderosos ni tan experimentados como otros equipos. Pero estando como ayer, somos imbatibles. Eso lo sabemos. Eso ya lo hemos vivido. Eso es de lo que no tenían ni idea los portugueses. Por eso Carlos Eduardo pecó de atrevimiento. Porque la ignorancia es muy atrevida. Pero ya no es un ignorante. Seguro que la próxima vez será más prudente. No es mal chaval. Es que no sabía, hay que entenderle. 

En estos últimos años hemos hablado frecuentemente de esto. En estos últimos años ha habido división en el sevillismo. Por diferentes motivos, cada uno con sus razones, con sus poderosas razones, pero ha habido división. Y por eso volvimos a la mediocridad. Que esto no es culpa de nadie y culpa de todos al mismo tiempo. Que la afición necesita algo, un poquito, muy poquito, pero algo para entregarse. Y en los últimos años se ha entregado muchas veces para llevarse un palo tras otro. Y ese poquito se lo tienen que dar los jugadores. Pero, claro, si por la razón que sea esa división comienza en el vestuario y son los futbolistas los primeros en no rendir como Dios manda, la cosa empieza a complicarse. Aún así, no se le puede echar toda la culpa a ellos. Por que a esos ellos los trae alguien. Y ese alguien también es responsable. Y al final, entre una cosa y otra, hemos padecido un fracaso tras otro durante tres o cuatro años. Desde aquella Copa del Rey de 2010 que fue nuestro último título, no hemos vuelto a tener ningún éxito. Ni de mediana consideracion. Aunque eso sí, yo firmo donde sea para que nuestros mayores fracasos sean quedar novenos en liga. Pero para lo que es el Sevilla desde el último ascenso, eso es un fracaso y como tal supone decepción. 

Pues bien, esto se acabó. Al menos se le ha dado un giro total a la situación. Este verano pasado se decidió hacer limpia general y ahí empezó todo a cambiar. Para bien. Ya se vió en aquel desplazamiento a Estoril, lo recordaba ayer Unai Emery. Y de esa manera comenzaba algo que a mi me tiene acojonado, sobrecogido. El asombroso paralelismo que hay entre esta temporada y la de hace ocho años. Cambien Estoril por Madeira. Cambién Rácing por Cádiz. Cambien, cambien lo que quieran. Sea lo que sea en lo que piensen, encontrarán un cambio acorde. Incluso el 4-1 de ayer se corresponde con el que le metimos al Zenit hace ocho años en cuartos de final. Y la marcha de nuestro mejor delantero (Baptista - Negredo) y nuestro mejor canterano (Ramos - Navas). Y un entrenador envuelto en dudas. Y una primera vuelta mediocre. Y una eliminación temprana en Copa del Rey. Y un comienzo de segunda vuelta dubitativo. Y bronca desesperada en la grada. Y dudas, y dudas, y más dudas. Y, de repente, el equipo llega al último cuarto de la competición como un verdadero ciclón y se come a quien sea que se ponga por delante. Y..., bueno, lo siguiente está por ver si se cumple como hace ocho años, pero...

¿Y qué coño sabían los portugueses de esto? ¿Cómo lo iban a saber? Igual alguien les contó algo, así por encima, pero ¿lo vivieron ni ná como para entenderlo mínimamente? Ahora ya se hacen una idea mucho más fundada, pero ¿y ayer a esta hora? Claro que ya es tarde. Ya no hay nada que hacer. Y mira que son buenos. Con sus bajas y todo. Pero no es suficiente. Nada es suficiente. Si hace dos semanas le remontamos un 1-0 al Real Madrid. Ni siquiera el Real Madrid, con todos sus millones y esos artificios pseudo-mafiosos que utilizan para engrandecerse a costa del empequeñecimiento de los demás. Pero lo de ayer no se compra con millones. Con millones, con algunos de ellos, se confecciona una plantilla lo bastante buena como para ganar partidos. Pero lo de ayer, el empujón de lo de ayer, eso se tiene o no se tiene. Nosotros lo tenemos. Los demás, no. Y eso los portugueses no lo sabían. 

Y lo de ayer, la simbiosis, lo que se consigue con la simbiosis, eso es algo mucho más importante que pasar a unas semifinales. Eso es algo que se está grabando a fuego en lo que somos como colectivo. En los negocios se llama "cultura empresarial", refiriéndose a unos valores únicos que caracterizan a ciertas organizaciones y que apelando a ellos se logra el éxito. No todas los tienen, pero quienes sí, son más fuertes que las demás. Mucho más. De hecho, algo así es un verdadero tesoro para cualquier colectivo. El "hasta la muerte", el "manquepierda", lo de las remontadas épicas y el "espírito Juanito" en el Real Madrid, los "valors" del Barça, el "this is Anfield" que los jugadores del Liverpool ven escrito en la pared en el túnel, justo antes de saltar al campo. Hay muchos ejemplos. Y nuestro "hasta la muerte" que acabo de mencionar está muy bien, pero lo de ayer es mucho más. Lo vivimos hace ocho años. Y hace siete. Lo rescatamos en la vuelta contra el Betis. Lo volvimos a aplicar anoche. Y si somos capaces de mantenerlo, de convertirlo en nuestra seña de identidad, habremos crecido incluso más como club de fútbol. ¿Que como se llamará? No lo sé. Yo me he referido a ello como simbiosis. Es la unión de todos en pos de un objetivo. Es aparcar las diferencias cuando la búsqueda del bien mayor se impone. Es el ir todos a una. Es el ser consciente de lo que pasa cuando lo hacemos. Es el ser imbatibles. 



Pero, claro, ¿qué coño sabían los portugueses de todo esto?

Ahora, ya lo saben. 

lunes, 7 de abril de 2014

Diez minutos

El pasado jueves, pocos minutos antes de las once de la noche, justo cuando el árbitro pitó el final del partido en Oporto, el sevillismo mostraba en las redes sociales su contrariedad ante un resultado peligroso, cosechado tras un partido malo por parte del equipo (o bueno por parte del rival, que también lo fue). Se criticaba la alineación, la actitud de los jugadores, los cambios, los fallos cometidos..., en fin, lo normal después de una derrota. Siempre ocurre y es normal. Todos necesitamos descargar nuestra frustración, y cada uno lo hacemos de la manera que más conveniente creemos. 

Diez minutos. La crítica duró diez minutos. Al minuto once, ya estaba la inmensa mayoría de la afición expresando su convencimiento de que se puede remontar. Pero no un decir por decir porque es lo que toca y si no se apela al optimismo pues apaga y vámonos, sino un decir desde el convencimiento. Desde el saber que, en casa, con todos empujando a una, cualquier equipo - CUALQUIER EQUIPO - es batible. Hace diez días le remontamos un 0-1 al Real Madrid. Una semana antes, (aunque a domicilio) se remontó el 0-2 de la ida al Betis. Que el Betis no es el Oporto, pero remontar un 0-2 a domicilio tampoco es hacerlo con un 1-0 en casa. ¿Una por otra? El jueves lo veremos, pero el sevillismo CREE que sí. 

Y esto no es cualquier cosa. Esto es grandeza. Que igual que me quejo cuando nos rebajamos a la altura del nivel de Betis para entrar en la refriega con ellos, también digo lo otro. Esto es grandeza. Esto no es la tìpica bravuconada de una afición mediocre venida arriba por una buena racha de su equipo. Esto es la reacción de una afición más que centenaria que sabe de sobra de lo que es capaz la plantilla y que le exige - anima en función de ello. Y lo sabe porque no es la primera vez que se ve en una de estas. Lo sabe porque ha visto jugar a jugadores horrendos, malos, regulares, buenecitos y a leyendas vivas. Porque sabe distinguir entre unos y otros. Porque este año ve equipo, ve potencial, ve plantilla, ve algo más. Porque conoce. Porque ya vivió hace justo ocho años una temporada cuyo desarrollo fue asombrosamente parecido al de la actual. Y eso, inevitablemente, pone los pelos de punta, eriza la piel, hace latir fuerte al corazón..., nos engorila, hablando en jerga. Que somos humanos, joder. Que podemos intentar racionalizar las cosas, pero al final, en el fondo, somos humanos.  

Ni yo ni nadie sabemos qué pasará el jueves, pero sí que estamos donde tenemos que estar. Donde ya estuvimos y de donde no debimos de irnos. Que una cosa es ganarlo todo todos los años, que es imposible, y otra estar ahí, cosa que no se ha cumplido últimamente. Jugar un partido como el del jueves es un privilegio que sólo hemos tenido en tres ocasiones anteriores. Sólo jugarlo supone dicho privilegio. Muchos equipos han disfrutado de ello (e incluso más) en alguna ocasión. Así a bote pronto recuerdo al Alavés, al Español, a Osasuna, Real Sociedad, Athletic de Bilbao, Zaragoza (que llegó a ganar un título europeo)..., pero ninguno de ellos se asentó en ese nivel. Ninguno de ellos convirtió en costumbre el disputar este tipo de encuentros. Nosotros ganamos dos títulos europeos y rozamos los cuartos de final de la Champions en otras dos ocasiones. Nosotros aspirábamos a conseguir eso, a convertir en habitual estos compromisos, como lo son, aparte de los dos grandes, para Valencia, Atlético de Madrid (salvo en su década maldita tras su descenso), o como lo fue para aquel SúperDepor que ya es historia. Estuvimos ahí, lo tocamos con las manos, durante un lustro fuimos eso, pero en los últimos tres años nos vinimos abajo. 

Y ahora...

Ahora es nuestra oportunidad de nuevo. Ahora nos toca demostrar que sólo hemos tenido dos o tres temporadas malas. Ahora es momento de comprobar que lo que ha ocurrido es que la dirección deportiva no ha acertado a la hora de dar relevo a aquella plantilla legendaria y que ese relevo ha tardado un poco más de lo esperado en llegar. Ahora se nos brinda la ocasión de mostrar que no hemos vuelto a lo que éramos en los años 80 - 90 del siglo pasado, sino que hemos crecido de verdad como club de fútbol y que, como digo, hemos tenido un par de temporadas de transición. Y eso lo sabemos los sevillistas. 

Y eso es lo que nos hace tener estas cosquillas en el estómago. Porque sabemos lo que es. Porque lo conocemos. Porque lo hemos vivido. Porque, para colmo, el equipo está demostrando que es capaz. Porque lleva una racha de resultados que está comenzando a perder la condición de eso, de racha, para convertirse en tendencia, en algo normal. Normal que ganemos. Como hace pocos años. Porque vemos a esos jugadores hechos piña en el campo, al principio y al final de los partidos, y nos dan ganas de meternos ahí dentro, a unirnos a ellos. Porque hacía ya tiempo que no se veía esta comunión entre grada y jugadores, y ya sabemos lo que se consigue cuando eso ocurre. ¿Cómo no vamos a estar temblando? ¿Cómo no nos van a brillar los ojos? Si es que lo vemos ahí. Lo tenemos delante. ¿Cómo va a ser de otra manera?

Diez minutos. Eso le duró el cabreo al Sevillismo el jueves pasado. No hay tiempo para ello. No hay tiempo para cabrearse. Lo que hay en juego es muy grande como para eso. La cuarta plaza (si Caparrós nos echa una manita) y la Europa League. El reto es demasiado ilusionante como para perder más minutos enfadados por un mal partido. Y encima ayer ganamos. Goleamos. Cuatro a uno. Como contra el Valladolid. Como en la jornada previa a la remontada en Heliópolis. Si es que parece estar escrito. Si es que tiene que ser. 

No sé qué haremos el jueves próximo. Ni me importa no saberlo. Porque lo de verdad importante es estar, y estar, estamos. Y creer, creemos. Y equipo se va viendo que tenemos. Y si esto es el inicio de un nuevo ciclo, pues aquí estaremos. Para verlo. Como siempre. Como toda la vida. 

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