Comunicado del Sevilla FC
"Hedwiges Maduro será sometido a unas exhaustivas pruebas tras habérsele detectado una anomalía congénita en el corazón. Se trata de un hallazgo casual realizado en el curso de una exploración complementaria y que no es posible detectar en exploraciones convencionales. Por ello, el jugador será sometido a nuevas pruebas para valorar el alcance de esta alteración y las posibilidades terapéuticas. El club convocará una rueda de prensa para explicar con más detalles la situación".
Mi padre murió hace dieciocho años por una anomalía congénita en el corazón. Él tenía cuarenta y nueve años. Yo, diecinueve. Dicha anomalía es detectada hoy día a los niños que la tienen nada más nacer, en las pruebas rutinarias que se hacen a todos los neonatos antes de darles el alta. Y se cura con una intervención de lo más simple, sin demasiado riesgo. Casi sobre la marcha. Cuando mi padre nació, eso no era así. Se detectaba, sí, pero no se curaba. La persona tenía que vivir con ello. Unos aguantaban más, y otros menos. Mi padre, sin embargo, siendo médico como era, siempre estuvo atento a la evolución de la técnica empleada para su curación. Al principio no la había, luego era muy arriesgada, más tarde menos, pero había que irse al extranjero. Posteriormente se comenzó a emplear en España con cierta seguridad..., y para cuando, por fin, se podía hacer aquí sin demasiados problemas y él decidió operarse, su corazón ya estaba demasiado desgastado después de 49 años funcionando con esa malformación y no lo resistió. Murió al día siguiente de la operación.
Por cierto, antes de seguir, mi hijo también nació con un problema cardíaco. No tenía nada que ver con el de mi padre, eso sí. A mi hijo le hicieron una infinidad de pruebas médicas antes de darle el alta porque fue prematuro. Pero una infinidad, estuvo cerca de un mes en el hospital desde que nació hasta que lo pudimos llevar a casa. Bien, pues esa problema congénito se lo descubrieron posteriormente. En una consulta pediátrica rutinaria. Le hicieron un seguimiento y finalmente su cuerpo corrigió la anomalía con el tiempo sin necesidad de intervenir. De haber sido necesario, se hubiera hecho sin mayores complicaciones. Afortunadamente, no hizo falta.
Volviendo a lo de mi padre, gracias a Dios, aquel dolor lo tengo más que superado. Cuando recuerdo aquellos días, ya no siento pena. Lo que me da pena es que mi hijo no tenga abuelo, pero el hecho de que mi padre no esté ya no me trastorna. Me acuerdo de él de manera positiva, no lastimosa. Y os aseguro que me acuerdo. No exagero si digo que sueño con él al menos una vez por semana. Y los sueños se producen en el presente, en escenas de hoy día, como si estuviera entre nosotros. Evidentemente, mi padre está conmigo. En alma, en espíritu, llamadlo como queráis. Hay un dicho que asegura que nadie muere si permanece en el recuerdo de alguien. Es absolutamente cierto.
Sin embargo, hay una cosa de aquellos días que sí que me sigue trayendo malos recuerdos. Y no por pena, sino por enfado. Me refiero al inmenso daño que mucha gente me hizo por hablar más de la cuenta. Gente que se supone que quería a mi padre, que estaban allí para acompañar, para ayudar, para consolar.... Gente que se dedicó a opinar, sin tener ni puta idea de nada, acerca de lo ocurrido, de le que se debería haber hecho y de lo que se debía hacer en adelante. Gente que decía que mi padre no se debía haber operado, que no hizo bien haciéndolo. No sabían que, de no haberlo hecho, podría haber muerto súbitamente en cualquier momento, por ejemplo, conduciendo su coche y puede que matando de paso a otras personas. No sabían, pero se permitían el lujo de opinar aún con el cuerpo presente.
Malditos ignorantes.
Gente que se metió desaforadamente con los médicos que operaron a mi padre, incluso algunos diciendo que les iban a denunciar por negligencia, cuando esos médicos eran amigos de él, compañeros de trabajo, y estaban allí también, hundidos después de ver cómo un ser querido se les había ido de entre las manos.
Malditos ignorantes también.
Gente que me dijo que tenía que dejar de estudiar para hacerme cargo de mi casa sólo porque soy el hermano mayor. Y que comenzaron a mirarme mal por el hecho de no hacerles caso. Por si no tenía bastante ya.... Acabé terminando dos carreras, aprendiendo dos idiomas y haciendo un posgrado en el extranjero. ¿Sabéis por qué? Porque el colegio de médicos otorga becas a los estudiantes huérfanos de médicos. Grandes becas, lo suficiente como para poder seguir estudiando y que tu familia no lo sufra en el bolsillo. Ellos no lo sabían y me miraban mal. Ahora soy yo quien les da la espalda. Les aborrezco.
¡Qué asco! ¡que atrevida es la ignorancia!
Hay incluso quien me considera un mal hijo por no haber honrado a mi padre estudiando lo que él (medicina), o por no haberle puesto su nombre al hijo que tuve hace tres años. Ellos no saben que, no mucho antes de morir, mi padre se sentó a hablar conmigo y tuvimos una eterna charla que duró horas. Entre otras muchas cosas, hablamos de lo que quería hacer con mi vida y, en ese sentido, me dijo que estudiar medicina es una locura si no tienes absoluta vocación por ello. Por tanto, que comprendía que me hubiese decidido por otra cosa. Según él, un estudiante de medicina sin vocación acaba en fracasado, en infeliz o en mal médico. Es una profesión muy dura que no se sobrelleva sin más. De esa conversación no tenían ni idea los malditos ignorantes. Ni falta que hace. ¿Qué necesidad tengo yo de ir pregonando lo que yo hablo con mi padre en confianza?
En esa charla, y a modo de anécdota, me dijo entre risas que, por favor, no pusiera a mi hijo el mismo nombre que yo tengo. Que es igual al que tiene él. Que con dos rafaeles ya hay bastante. Tampoco saben de eso los malditos ignorantes.
Con el tiempo, entendí que, en aquella charla, mi padre se estaba despidiendo de mi. Aunque fuera por si acaso la operación no salía bien. Cada vez que pienso en eso, me acuerdo de como aborrezco a esos putos ignorantes que tanto hablaron, tanto opinaron sin saber y tanto daño me hicieron.
Esos malditos ignorantes siguen por aquí, la mayoría aún viven. Y yo les doy la espalda. Son personas cercanas. Algunos mucho. Incluso, el resto de mi familia aún se pregunta qué coño me pasa. ¿Por qué no quiero saber nada de ellos? Y yo se lo explico, aunque no me acaban de entender. Dicen que de eso hace ya mucho, que no se puede guardar tanto rencor. Que tampoco es para tanto. Bien, puede ser. Igual estoy marcado por un trauma de la adolescencia. O igual soy así de mala persona, me da lo mismo. Yo soy así y así siento las cosas. Supongo que no se puede perder a un padre de adolescente y que no te deje ninguna secuela.
Pues bien, con lo que ha ocurrido con Maduro este fin de semana, aquella secuencia de hechos ocurrida hace dieciocho años ha vuelto a mi mente. Otra vez, un problema cardíaco y, otra vez, gente opinando con total impunidad sin tener ni idea de lo que dicen. Afortunadamente, no hay muerte de por medio, seguramente gracias a la sensacional labor de los médicos del Sevilla. ¿Sabéis lo primero que pensé cuando supe lo del holandés? Que si Dani Jarque hubiera fichado por el Sevilla, hoy estaría vivo. Tal cual lo digo. Y a continuación me pregunto cuántos jugadores habrá por ahí con problemas ocultos que no salen en los reconocimientos médicos. Reconocimientos que le hicieron a Maduro en el Ajax, en el Valencia y en la selección holandesa. Nadie dio con ello, sólo en el Sevilla. ¿Y la culpa es de los médicos del Sevilla por dar el OK al fichaje para después ver un problema cardíaco?
Porque ¿alguno de esos que opinan tan libremente sabe qué cantidad de patologías cardíacas puede haber? ¿Cuántas pruebas, completamente diferentes unas de otras, hay que hacer para detectarlas? Como decía al principio, mi hijo fue prematuro, estuvieron un mes haciéndoles pruebas en el hospital, y su anomalía se la vio un pediatra meses después. ¿Eso es culpa de los médicos o es que no es tan sencillo ver según qué cosas? Os aseguro que se trata de lo segundo.
Entre la noche del sábado y ayer estuve leyendo opiniones sobre el tema y aquel enfado tan terrible que me entró cuando tenía diecinueve años y la gente opinaba sin mesura sobre lo que le ocurrió a mi padre volvió. Gente que habla sin tener ni puta idea de lo que dice. Gente que sentencia, haciendo un ridículo espantoso. Es cierto que basta con pasar de ellos, pero en este tema soy sumamente sensible. Como decía antes, puede que sea por culpa de un trauma adolescente o porque soy así de mala persona.
Sea como sea, a toda esa gente sólo les digo que son unos malditos ignorantes, que bien podrían estarse callados y que, igual que me pasa con aquellas personas de las que hablaba con anterioridad, yo les aborrezco.