miércoles, 19 de febrero de 2014

Un problema de comunicación

No sé si conocen esta canción. Seguramente, la mayoría, no.



Sus autores, Los Planetas, son, probablemente, el mejor grupo de pop - rock en habla hispana de todos los tiempos, aunque por haber mantenido siempre su carácter independiente, nunca saltaron a la fama de un modo definitivo. 

Para mi, según mis gustos, esa canción es una verdadera obra maestra. Y eso que la primera vez que la escuché no me pareció para tanto. Claro que fue en el coche, camino de cualquier parte, y por culpa del ruido ambiente no fui capaz de captar muchos de esos matices que diferencian a una buena composición de algo semejante a un himno. Luego ya, en otra ocasión, en casa y con auriculares, la oí como es debido y llegué a las conclucsiones correctas. 

Esto, que me ha ocurrido muchas veces con la música, también sucede en otros muchos ámbitos de la vida. Quizás no exactamente en referencia a los sonidos, pero podemos establecer una analogía con otras cosas. Cuando hay ruido, no se oye bien, no se presta igual atención a lo que sea que cuando hay silencio. No se alcanzan las conclusiones correctas porque no se interpretan bien los estímulos que nos llegan. Y a veces es necesario retirarse un poco del mundo exterior para hacerlo. O al menos para intentarlo. En lo que se refiere al fútbol, es lo que llevo haciendo en los últimos tiempos. 

Hoy día, gracias a (o por culpa de) las redes sociales, cualquiera puede hacer llegar su opinión a miles de personas de forma (casi) gratuita. Su opinión, sus sensaciones, sus exabruptos, sus desvaríos y hasta sus insultos. Cuando uno lee, lee y lee, comprobando con ello que la disparidad de criterios es casi ilimitada, llega un momento que corre el riesgo de colapsar. Por mucho que haya personas cuya opinión te merezca más respeto que la de otras, al final acabas siendo influenciado por todos y hay peligro de estallar. Yo estallé. Y me retiré. Y ahora, después de pensar con tranquilidad, rodeado de un figurado silencio, voy a compartir con quien le plazca mis impresiones. 

En mi opinión, lo que está ocurriendo este año con el Sevilla FC alcanza tintes casi surrealistas. Una vez que di un paso al lado y miré las cosas desde otra perspectiva, lo que percibo es algo así como un verdadero caos. Se han vendido a los mejores jugadores del plantel, se ha confeccionado una plantilla completamente nueva en unas tres cuartas partes, siendo además una de las más jóvenes de la Primera División, se ha vendido un proyecto a tres años y se ha insistido en ello cuando vimos al equipo última posición. Sin embargo, tras tener una racha positiva, se ha dicho que el objetivo era el cuarto puesto, para luego volver a bajar a la tierra en cuanto esa racha se truncó. Se ha cambiado de presidente, con espectáculo incluido de despedidas y peticiones de indulto. Hay directivos que se van, pero que aún no se han ido. Otros que siguen, pero que a la vez están a otras cosas. Hay jugadores que han pasado de indiscutibles a comparsas. Otros se han marchado, algunos ya saben que se van a ir e incluso los hay que no tienen ni idea de qué va a ser de ellos. Se ha llegado a abuchear a uno de los nuestros en el transcurso de los partidos, con sus razones por parte de quienes lo hicieron, que las tenían y no me meto en eso. Simplemente pretendo incluirlo como otro de los factores que están haciendo de este año algo esperpéntico. Por no hablar de los enfrentamientos entre aficionados en las gradas. 

Y punto y aparte merece la figura del entrenador. Lo de este hombre roza ya lo esquizofrénico. En él y en la percepción que la afición parece tener de él. Y es aquí donde me quiero centrar. A mí, Emery me parece un entrenador válido. Más incluso, me parece de los mejores entrenadores españoles del momento, pero eso no te garantiza el éxito en ninguna parte. Y menos aún cuando fallas a la que para mi es la máxima impresindible en este asunto: un buen entrenador no es el que impone su estilo, sino el que es capaz de encontrar el estilo ideal para los mimbres que tiene. El que saca el máximo partido de una plantilla, sea cual sea su ideal de fútbol. 

A mi Emery me comenzó a matar cuando se empeñó en suicidarse partido tras partido buscando ganar sets de tenis en lugar de partidos de fútbol. Casi me da la puntilla en aquel partido contra la Real Sociedad, cuando hizo justo lo contrario a lo que dice su supuesto ideario, el que él decía tener. Cuando con empate en el marcador y el rival mortalmente herido, quita al único delantero (que estaba que se salía) para meter a un centrocampista, darle alas al rival y que luego pasase lo que pasó. Fue algo tan incongruente, tan falto de lógica, tan estúpido podríamos decir, que uno se pregunta qué puede pasar por la cabeza del hombre que tiene en sus manos los designios de mi equipo para hacer algo así. Luego, más adelante, cuando el equipo no levanta cabeza, dice que va a empezar a mirar más por los resultados, lo cual me dejó patitieso. ¿Y por qué coño miraba hasta entonces, pues? El caso es que a partir de ahí encadena una magnífica racha que pone al equipo a las puertas de los puestos Champions. Y es entonces cuando el tío se viene arriba y comienza a hablar de que el objetivo es el cuarto puesto, algo muy lejano a lo del proyecto a tres años y demás. 

En esos momentos, yo pensaba que, una vez bajado de su burro, había encontrado su once ideal y el equipo comenzaba a carburar. Que aquello era el resultado de su esfuerzo y nuestra paciencia. Y que la segunda vuelta podia ser muy satisfactoria si las cosas seguían así, que, por otro lado, no tenían en absoluto por qué no seguir. ¿A que no? Pues no. Fue justo en ese momento también cuando a nuestro entrenador le volvió a dar un ataque de ídem y varió lo que funcionaba. Lo varió y punto. Sin más, sin que quepa explicación para ello. Y la racha se truncó. Y volvimos a retroceder y ahí estamos, que no sabemos a donde agarrarnos, ni qué pensar, ni cómo tomarnos las cosas ni nada de nada de nada. 

Y sí, hay que tener en cuenta a los árbitros, que nos tienen fritos. Y también que la línea de ataque ha bajado su efectividad, que si no lo hubiera hecho, alguno de los últimos partidos habrían caído de nuestro lado. Y lo de los penaltys fallados. Y las actuaciones de los porteros rivales. Y..., ¿hace falta que siga?

¿Qué pensar ante esto? ¿Qué hacemos, echar al entrenador en febrero por tercera vez en tres años y cuarta en cinco? ¿Para qué? ¿Para poner a Tejada? ¿Para traer a uno mediocre que no mejore nada de aquí a mayo? ¿O para fichar a uno medio bueno que te exija firmar también la próxima temporada e hipotecar ahora (otra vez) el año próximo?

En el silencio de mi soledad, se me ha ocurrido que quizás haya otros problemas más de fondo en el Sevilla FC. Bueno, eso lo sabemos todos, no hace falta ser muy lince. Pero me refiero a algo más urgente que la parcela deportiva. Y se trata de la política de comunicación. Y sí, digo más urgente que la deportiva porque si la comunicación fuese coherente y eficiente y de verdad se creyera en un proyecto a tres años, la temporada no está siendo mala. Estar luchando por los puestos europeos con una plantilla de la que se espera lo mejor dentro de dos temporadas está muy bien. Lo que no puede ser es que se diga eso con la boca pequeña y a nada que se ganan tres partidos seguidos, se hable de Champions. Es que da la sensación de que aquí ni hay proyecto ni hay nada. De que aquí se hacen las cosas a salto de mata. De que no se ha vendido a lo mejorcito de la plantilla del año pasado para crear un equipo nuevo, sino que no ha habido más remedio que hacerlo así y lo demás se ha improvisado. 

Y, por supuesto, luego está el oscurantismo alrededor de muchas actuaciones de directivos y ex-directivos, de lo que no quiero hablar porque no tengo información y puedo meter la pata. Pero oscurantismo y cosas raras hay. Y eso genera desconfianza. Y eso es un problema de comunicación.

Insisto, si estamos en un proyecto a tres años, con una plantilla muy joven y completamente nueva, la posición que tenemos en la tabla y los objetivos que están a nuestro alcance están muy bien. Más allá incluso de la esquizofrenia de Unai Emery, están muy bien. Bajo esa premisa. Pero si tal premisa no se la creen ni ellos y a nada que se hace algo medio bien se nos va la pinza yéndonos arriba, el problema no es deportivo, sino de comunicación. 

Y eso no se soluciona echando a Unai Emery. 




martes, 4 de febrero de 2014

Introspectiva

Siempre me ha llamado la atención la capacidad que tenemos los seres humanos para superarnos a nosotros mismos y llevar a cabo cosas que, en condiciones normales, igual nos parecerían inalcanzables. Es lo que llaman afán de superación, o más bien, en el caso que me ocupa, crecerse ante la adversidad. 

No es que todo el mundo lo haga, pero hay quienes, en un momento dado de sus vidas, se lian la manta a la cabeza, se ponen las orejeras de burrito, miran solo hacia adelante y dan la espalda a sus miedos. Eso no te garantiza el éxito, pero aumenta en grandes proporciones las posibilidades de conseguirlo. Al menos un éxito razonable. 

Hubo una época en la que yo era un niño bien, criado en una familia (muy) acomodada y rodeado de unos lujos que yo consideraba normales porque no conocía otra cosa. Pero la vida me pegó la primera hostia cuando sólo tenía 19 años y la muerte se llevó a mi padre. No me vine abajo, al revés. Me rebelé. No consentí que nadie se compadeciera de mi. Quise demostrar que no era un pobre huerfanito, sino un hombre (muy joven aún) capaz de seguir adelante. Y lo hice. Pero la segunda hostia vino un poco más tarde. Cuando ya estaba más o menos recuperado de la primera, la muerte volvió, la muy hija de puta, y se llevó a uno de mis mejores amigos. ¿Y qué haces ante eso? Pues lo mismo. Te secas las lágrimas, levantas la cabeza, aprietas los puños y adelante. Las cicatrices quedan, pero al dolor se le vence. 

Otra cosa es cómo te afecta eso al carácter. El mío se volvió recio, casi endemoniado. Igual que hice con los reveses, me llevaba por delante a cualquiera. No solía quejarme porque sabía que cualquiera podía venir a dejar en ridículo mis problemas. Siempre - SIEMPRE - los hay más graves. ¿Y sabéis por qué lo tenía tan claro? Pues porque a mí me parecían ridículos los de los demás, con lo que lo mismo le podía pasar con los míos a cualquiera que estuviera en peor situación que yo. Y eso me hizo introvertido. No tímido; introvertido. 

Afortunadamente, no han habido más muertes de tanta relevancia. Murieron mis dos abuelos, los que me quedaban, y algún que otro ser querido, pero fueron muertes más comprensibles (por decirlo de alguna manera). La edad, la vejez... la naturaleza. Son cosas que entristecen, pero que se entienden. Comprensibles, ya digo. Pero la vida no me dejó en paz. No sé qué le he hecho. Después de dejarme saborear las mieles del éxito, de permitirme disfrutar de un nivel de vida poderoso, me lo quitó todo de un golpe. No poquito a poco. No algo ahora, otra cosa luego más tarde y así, para poder ir adaptándome a una nueva situación bastante más humilde. No. Nada de eso. Me lo quitó todo de un golpe, y ahora hablo de lo material, hasta el punto que llegué a estar delante del director de la oficina bancaria donde tengo la hipoteca con el firme convencimiento de entregarle las llaves de mi casa y dejar de pagar. La razón era sencilla: no podía hacerlo. Por fortuna, me arreglaron el asunto para no tener que tomar una medida tan drástica, pero eso no hizo otra cosa sino darme un poco de tiempo para tratar de enderezar mi situación. 

¿Y sabéis lo que hice? Secarme las lágrimas, levantar la cabeza, apretar los puños y seguir adelante. Y vaya si lo hice. Por mis cojones que lo hice. Sin quejarme casi nada, eso nunca, ya expuse antes las razones. Simplemente, orejeras de burro, manta a la cabeza y a continuar el camino. 

A día de hoy puedo decir que lo conseguí. Al menos hasta que a esta puta vida le de por mirarme mal de nuevo. Hoy estoy bien. Económicamente, bien. Sentimentalmente, de puta madre. Miro atrás y compruebo que el esfuerzo ha sido titánico. Y así deberá seguir siendo en adelante si quiero mantener el estatus, pero estoy preparado. Hace ya mucho que sé cómo hacerlo. Sin embargo, ahora siento otra cosa que nunca antes había sentido. Siento vacío. Tantos años peleando para que al final el premio sea tener el privilegio de poder seguir peleando. No hay nada detrás del esfuerzo. Sólo más esfuerzo. El premio es quedarte como estás sin necesidad de que interceda ninguna virgencita. Los hay peores. Los hay que no tienen nada por lo que esforzarse. Es que, para colmo, soy un privilegiado, tócate los huevos. 

Anoche, cuando volví a casa, mi hijo (de 4 añitos) me preguntó que por qué trabajo tanto. Y aún se me humedecen los ojos al pensarlo. Esta mañana preguntaba por su madre, cuando su madre no está cuando él se levanta porque se va a trabajar antes. Y esto es ser unos privilegiados. Podría ser peor. Bueno, de hecho, hay mucha gente peor que lo daría todo por estar como estoy yo. 

Como decía antes, siento vacío. Y con vacío quiero decir que me he dado cuenta de que el premio que yo siempre supuse que se obtenía por esforzarse no lo es tal. No importa que trabajes duro y procures ser buena persona porque, si se tercia, todo ese trabajo y ese empeño se van al garete en cualquier revés que te venga en un momento dado. El premio es ser capaz de superarlo, pero eso no es lo que me dijeron. O eso no es lo que entendí, que seguramente la culpa es mia por no haber sabido interpretarlo. 

Ahora hace tres años que abrí el negocio que nos da de comer. Tres años en los que he empleado todas mis energías para hacerlo funcionar. Tres años en los que me he concentrado de un modo absoluto en eso y en mi familia. En los que he perdido el contacto con muchos que se suponía que eran amigos, pero que han demostrado que no lo son para nada. Mi vida ha dado un vuelco, no es ni de lejos lo que supuse que sería. Y ahora que por fin he conseguido estabilizarla en todos los frentes, ahora que no tengo nada (importante) de lo que quejarme, nada que me haga sentirme mal; ahora que se supone que debería disfrutar del éxito, estoy agotado. Sin ganas de nada. Como vacío, lo que vengo diciendo. Llevo tanto tiempo acostumbrado a emplear tantas energías que ahora no me quedan ni para mantener el tipo. Hablo en el ámbito mental, no físico. Haciendo una analogía, es como si hubiese corrido una maratón y esprintado al final de la misma; y una vez llegado a la meta, no me quedaran fuerzas, no ya solo para correr, si no ni siquiera para mantenerme en pie. 

Tengo un libro en la mesilla, a medio leer, y no soy capaz de sentarme a terminarlo. Tengo una novela escrita, terminada, esperando a un simple repaso ortográfico, y no tengo cojones a hacerlo. No veo la televisión (se la dejo a mi hijo y sus dibujitos), apenas mantengo con un hilo de vida mi cuenta de Twitter y me obligo a seguir mis blogs de referencia y a publicar en el mío al menos un post semanal, no ya de alta calidad, sino aunque solo sea medianamente potable. Todas esas cosas que tanto me gustan, que me han mantenido la cabeza entretenida estos años y así no pensar demasiado en las dificultades. 

El otro día, el sábado, el Sevilla perdió de la típica manera que luego te impide dormir por la noche... y dormí. No es que me diera igual, pero pasé muchísimo del asunto. Apenas me afectó. Esto no es que sea importante, pero sí un ejemplo significativo. 

Considero que me encuentro en una fase introspectiva. En un momento en el que las cosas han cambiado y tengo que adaptarme a dicho cambio. Afortunadamente, se trata de algo para bien, y ya es raro decir esto en los tiempos que corren. Ahora mismo me aburre todo y me limito a trabajar y a entregarme a mi familia. Intento no aislarme del mundo de un modo absoluto, y eso que es lo que más me apetece. Pero procuro no hacerlo. El problema es que en ese mundo hay tanto ruido. Tantas voces altisonantes. Tantas opiniones enfrentadas, incapaces de ceder lo justo para alcanzar un acuerdo. 

Si hubiera un poco más de silencio. Eso sería maravilloso. Sí. Un poco más de silencio...


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