Hace
ya un tiempo, alguien que sabe de lo que habla me dijo que Unai Emery
llegó a estar oficiosamente despedido a finales de 2013. Que Jose
María del Nido, en los últimos coletazos de su presidencia, estaba
harto de él, de los malos resultados y de que no estuviera siendo
capaz de sacar al Sevilla de la mediocridad de las dos temporadas
anteriores, en las que terminamos en una triste novena plaza. Y que
fue Monchi quien convenció al presidente de mantener al entrenador
en su puesto. Quien de verdad apostó por él y por el proyecto que
el propio Monchi había diseñado. Lo que vino después, todos lo
conocemos: tres títulos consecutivos de la Europa League y que gran
parte del sevillismo considere al de Fuenterrabía como el mejor
entrenador de nuestra historia.
No
sé si realmente Monchi convenció a Del Nido o si fue la obligada
dimisión de este lo que propició que Emery conservara el puesto,
pero la idea principal con la que me quiero quedar es la confianza de
Monchi, no ya sólo en el entrenador en particular, sino en toda la
planificación elaborada por él. La seguridad en sí mismo y en lo
que estaba haciendo. Ahora más adelante explico por qué.
La
andadura del Sevilla en la actual temporada está siendo de todo
menos estable y regular. Es una auténtica montaña rusa. Un vivir al
borde del precipicio, al filo de la navaja. Desde aquel balón al
poste en el último minuto del partido de vuelta de la previa de la
Champions, hasta el penalti parado por Sergio Rico ayer, cuando
nuestro portero parecía estar casi desahuciado. Llevamos toda la
temporada en un “ay” continuo, mezclando grandísimos éxitos con
fracasos clamorosos. Sin saber bien a qué atenernos. Sin tener ni
idea de qué Sevilla nos vamos a encontrar en cada partido. Si el que
eliminó al Atlético de Madrid o el que cayó por goleada en Eibar.
Si el de los dos segundos tiempos contra el Liverpool o el del
ridículo absoluto en Moscú.
Se
dice que uno de los grandes problemas de este Sevilla puede estar en
haber dejado de lado el modelo que hizo famoso a Monchi. Que muchos
de los fichajes que se están haciendo no tienen posibilidad de
retorno de inversión y que si las cosas no salen bien, el problema
económico puede ser importante. El razonamiento puede ser lógico,
pero yo no creo que sea un problema de modelo. De hecho, ese modelo
empezó a cambiar aun con Monchi en su cargo. Fichajes como el de
Llorente o el de Nasri pueden ser ejemplos de ello. Además, parece
razonable que si el Sevilla quiere dar un paso más en su
crecimiento, deba arriesgar más. Para codearse con los más grandes
hay que tener jugadores idóneos, y quizás traer sólo futbolistas
desconocidos que puedan revalorizarse no sea lo más indicado. Quizás
haya que hacer una mezcla entre estos y otros más consagrados. Sea
como sea, la clave está en asegurarse de que los ingresos que se
obtienen en Liga de Campeones compensen los que no entran por
traspasos.
Lo
que quiero decir es que el problema, más que de modelo, es de traer
o no a los jugadores idóneos. En acertar con la planificación.
Porque si el equipo entra en Champions (y ahora es más fácil porque
el cuarto accede directamente a la fase de grupos), los ingresos que
se obtienen deberían dar para mantener una plantilla cara sin vender
a varios futbolistas, como se ha venido haciendo en los últimos
años. Y eso por no hablar del aumento de ingresos por televisión.
Pero si la elección de futbolistas y la planificación se hace mal,
da igual el modelo que se aplique, que el desastre acabará siendo
parecido.
Aquel
año en el que Emery estuvo oficiosamente despedido, Monchi hizo lo
que estuvo en su mano para mantenerlo porque confiaba en sí mismo,
en su proyecto, en lo que se traía entre manos. Y acabó teniendo
razón. Y eso que aquel año se vendió a Navas, a Negredo, a Medel,
a Kondogbia... Se decía que no había dinero ni para pagar las
fichas. Esta temporada, sin embargo, la cosa es diferente. Hay
dinero. Mucho dinero. Oscar Arias se ha podido sentar tranquilamente
y elaborar un equipo acorde con la idea del entrenador que él mismo
eligió. Con una base de plantilla ya hecha y en funcionamiento y con
unos recursos económicos jamás vistos en nuestro club para
apuntalarla. Y, sinceramente, a mí lo que me preocupa no es que
Muriel no esté dando aún el nivel que se supone de él, que Arana
venga pasado de forma y haya que esperar por él, que Sergio Rico
esté haciendo una mala temporada y se comporte de tal o cual manera
o que el jugador que sea esté demostrando o no lo que se esperaba. A
mí lo que me preocupa es que ese proyecto elaborado tranquilamente,
concienzudamente, con millones de por medio y con tantos recursos
disponibles deje de valer cuatro o cinco meses después de
elaborarlo. Lo que me preocupa es esa inseguridad que tanto contrasta
con la confianza en su trabajo que Monchi demostró a finales de
2013. Es evidente que si la cosa no funciona, hay que cambiarla. Pero
¿de verdad lo que se pensó que era ideal en julio/agosto, y por lo
que se apostó tanto dinero, ya no vale en diciembre?
Por
supuesto, Monchi en 2013 ya era un director deportivo de amplia
experiencia internacional y con títulos a sus espaldas, al contrario
que Arias, por mucho que en los últimos años fuera su mano derecha.
E igual hay quien defiende que esas dudas pueden ser normales en
alguien sin esa experiencia. Entonces, el error habrá sido darle el
timón de la nave a un novato, al menos a los niveles en los que se
mueve el Sevilla. Sea como sea, mi gran preocupación está ahí, en
la inseguridad, en los bandazos que se están pegando, en la
sensación que se da al aficionado de a pie de estar dando tumbos, de
estar improvisando, de no saber bien qué se está haciendo y de
estar dejándolo todo en manos de la suerte o la providencia. Ojalá
salga todo bien, es lo que queremos todos los sevillistas, pero, en
mi opinión, esa inseguridad es algo mucho, muchísimo más
preocupante que el hecho de que tal o cual jugador pueda tener
retorno de inversión o que su rendimiento esté siendo más o menos
el esperado.