martes, 27 de mayo de 2014

Los simpáticos

Antes de empezar, quisiera hacer una advertencia. Es probable que si algún bético lee este artículo, piense que está dedicado a meterse con su club. Nada más lejos de mi intención. De hecho, lo que voy a defender es que pasemos olímpicamente de su club. Es más, si voy a criticar a alguien, es a la afición del Sevilla. O a una parte de ella. O a una actitud de la misma. Pero, claro, para expresar una opinión hay que utilizar argumentos, y no tengo más remedio que referirme al otro equipo de la ciudad. 

Hace no mucho, se publicó el resultado de una especie de encuesta según el cual, después de Real Madrid y Barcelona, el Sevilla era el equipo que más detractores tiene en el fútbol español. Lo de los dos grandes es normal. Son los más queridos y a la vez los más odiados. Queridos por los suyos y odiados por los de los otros. Pero lo del Sevilla no lo es tanto. Además, al Betis le ocurría todo lo contrario: que son de los que más simpáticos caen, lo cual ha sido utilizado por buena parte del beticismo para meterse con nosotros. Como si a nosotros nos importara. En verdad, no es que no nos importe. Ni siquiera que nos guste. Es que es algo que nos pone hasta cachondos. 

Que nos odien. Mucho. 

Yo a este hecho le encuentro dos explicaciones que convergen en una sola. Por un lado, la social. Y por otro, la meramente futbolística. Respecto a la primera, hay que tener en cuenta que para los españoles en general, los sevillanos somos los bufones oficiales del reino. Gente que no trabaja, gente vaga, floja, que solo piensa en la fiesta, gente poco seria, que gestiona mal...; gente que vive subsidiada, a costa del trabajo del resto de los españoles, los cuales más o menos aceptan tal circunstancia porque como les hacemos reír, pues hala. Nos dejan. No se quejan demasiado por tener que mantenernos. Evidentemente, esto es un tópico, pero mucha gente lo asume como realidad absoluta. Muchísima, diría yo. En lo futbolístico, el Betis encaja perfectamente en esta descripción. Un club históricamente mal gestionado, un equipo ascensor que ha dado buenos jugadores de vez en cuando, pero poco más. Un club que ha ganado un par de cosas en toda su historia y que incluso cuando mejor le fue, era dirigido por un personaje tan pintoresco como Lopera. Ahora, eso sí, un club simpático.Tela de simpático. Con mucho arte y con mucha gracia. Un club que cae bien, que hace reír. Una alegoría del tópico sevillano. El resto de españoles lo miran con cariño. Como si fueran el cuñao o el risitas. Y si de vez en cuando ganan algo, pues bien. La gente se alegra. Como el que dice: 

"Déjales, dales algo para que vivan, que luego nos reímos mucho con ellos". 

El Sevilla, por su parte, no es tanto así, aunque sí que se nos ha considerado de la misma manera. Como si fuéramos la otra cara de la misma moneda. Como Filemón para Mortadelo. Como Pepe Gotera para Otilio. La parte "seria" de un dúo cómico. Del dúo cómico, hechos para hacer reír. Y la culpa de eso es nuestra, del sevillismo, que nos hemos dejado arrastrar. Que nos bajamos al fango para departir con los otros. Que nos empequeñecemos para ponernos a su altura. Porque nosotros no somos así. Por mucho que caigamos en la trampa, no somos así. Y en la última década, aunque hemos seguido cayendo, lo estamos demostrando. Y es aquí donde está el germen del odio del que hablaba al principio. 

Cuando el Sevilla ganó la Copa de la UEFA en la final de Eindhoven, la España futbolera estalló de júbilo. Les resultaba entrañable que uno de esos dos equipitos tan simpáticos del sur del país ganara algo. Además, qué coño, en las celebraciones podrían ver esas actitudes que tanto les hace reír. Unos sevillanitos de fiesta es un espectáculo para ellos. ¡Viva el vino! Para ellos era como una limosnita. Un "toma estos leuros y tómate una servesita, compare".

"A mi salú". 

Lo que pasa es que una cosa es que nos den una limosna, y otra que le quitemos parte de lo que ellos consideran que es suyo. Que no es lo mismo. Que no es igual. Que a ellos les descuadra. Que ellos nos miran como unos inútiles que sólo sabemos hacer reír y utilizan eso como refuerzo para su autoestima. Ellos son mejores, nosotros somos inútiles. Y cuando ven que de inútiles, nada; cuando ven que en Sevilla hay un club muchísimo mejor gestionado que la mayoría del resto de los españoles, se les cae un mito. Es más, es un torpedo contra la línea de flotación de su orgullo, de su autoestima. Es tener que reconocer que son peores que uno de esos inútiles del sur. Que ya no son tan graciosos, claro. Pero es que, encima, los tíos van y sacan pecho. Como si fueran más que una simple mierda, pensarían ellos. Y ya empezamos a no caer tan bien. Pero, ¿qué se han creído estos muertos de hambre? Pues nos creímos mucho. Muchísimo. Cinco títulos en quince meses, dos veces consecutivas mejor equipo del mundo y una plantilla que pasará a la historia como uno de los equipos que mejor jugaron al fútbol en la primera década del siglo. Demasiado para la imagen que de nosotros se tiene. 

Porque nosotros sabíamos que no somos como ellos siempre han creído, pero ellos lo han descubierto de golpe, y eso no se asimila así como así. 

Y lo peor es que durante estos años hemos continuado por ese camino. No de una forma tan intensa, pero por ese camino. Quitándole la gloria a otros para quedárnosla nosotros. Que ellos pensarían "los inútiles del sur nos quitan la gloria a nosotros, que somos mucho mejores". Y claro, antes de aceptar que ellos son peores, pues hay que buscar mil argumentos que expliquen nuestros triunfos. Que si los rivales fueron muy malos, que si la UEFA es una competición menor, que si los árbitros, que si la suerte. Lo que sea con tal de no aceptar que ellos son peores que esos que siempre consideraron unos bufones. Que yo lo entiendo. Que es muy difícil cambiar de golpe una idea que siempre ha sido como una verdad absoluta. Muy, pero que muy difícil. No es sólo que les quitemos la gloria. Es que les estamos gritando a la cara que ellos son peores que los mierdecillas esos del sur. Y eso no sale gratis. En absoluto. 

Sevillanos, yonkis y gitanos. Cachondos, lo que decía antes. 

El Betis, sin embargo, sí que sigue en el mismo estatus de siempre. Y, claro, caen simpáticos. Tela de simpáticos. Simpatiquísimos. Ellos siguen siendo esos bufones que hacen reír a los demás y que se tienen que conformar con las migajas. De hecho, este año, segundazo otra vez. Pobrecicos. A ver si vuelven pronto a Primera y nos reímos y tal, pensarán muchos. 

Y llegados a este punto, yo me pregunto: ¿no estamos ante un momento crucial en nuestra historia? Un momento ideal para dar el salto definitivo. El momento perfecto para abandonar de una puñetera vez el localismo y mirar hacia arriba. La relación que históricamente hemos mantenido con el otro equipo de la ciudad ha hecho que parezcamos más pequeños de lo que somos. Sinceramente, a mí lo que me gustaría que esa relación entre Sevilla y Betis fuese semejante a la que tienen entre Inter y Milan, por poner un ejemplo. Que fuese una lucha local, pero para ser más grandes unos y otros. Para ver quién gana más títulos, una competencia en positivo que engrandeciese a ambos. Pero aquí las cosas son diferentes. Aquí todo consiste en una estúpida liga local que nos hace más pequeños a ambos. Una actitud que a mi me parece patética y que viene siendo potenciada por una parte de la prensa local que, como toda empresa privada, vive de las ventas, que sabe que para vender más, han de tener enganchada a esa otra mitad de la ciudad y que para ello hace lo que sea para mantener viva esa ridícula rivalidad que hace ya bastante que pasó a mejor vida, momentos puntuales aparte.

Y mientras no salgamos de esa espiral negativa, nunca conseguiremos dar el salto definitivo y convertirnos en un grande de verdad. 

Como digo, ahora tenemos una oportunidad de oro. Con el Betis en Segunda, ese localismo desaparece, al menos temporalmente. Ahora podemos centrarnos en lo nuestro. En crecer, en seguir haciéndolo, en aprovechar el tirón de este último título para fortalecer la plantilla y asentarnos de una vez en esas alturas en las que estuvimos hace siete u ocho años y adonde hemos vuelto. 

Pero para eso hay que olvidarse del Betis. Hay que pasar de ellos, dejarlos con sus cosas de equipo simpático. Que sigan siendo lo que siempre han sido si quieren y que continúen orgullosos de ser unos bufones. Nosotros no queremos ser simpáticos. Eso no sirve para nada. Nosotros queremos ser otra cosa, pero para eso hay que abandonar los localismos. ¿Tendremos la habilidad de cambiar de mentalidad de una vez para asentarnos en ese otro estrato? 

¿Seremos capaces? 

¿Lo seremos?

jueves, 22 de mayo de 2014

El drama en sevillista

Todos los años es lo mismo, ha sido así toda la vida y no es que vaya a seguir siendo. Es que el asunto va a ir a más irremediablemente, tal y como está montada la cosa. Una vez terminada la temporada, los aficionados asistimos, con las carnes abiertas, al espectáculo cotidiano de ver cómo la práctica totalidad de la plantilla (al menos los jugadores que han rendido a cierto nivel) es tocada por otros clubes ávidos de reforzar las suyas. Y, a estas alturas, no tenemos ni la más remota idea de qué equipo nos va a representar durante la temporada que viene. Porque, por mucho que supongamos que el Sevilla tiene una base consolidada y que sólo hay que hacer pequeños retoques para mejorar la plantilla, lo cierto es que no podemos obviar la posibilidad de una nueva revolución en la misma y que, como aseguró Emery el otro día, no debemos tener miedo a que esa posibilidad se vuelva real. 

Aquí nos podemos poner haciendo el pino si quieremos. Podemos decir lo que queramos, suponer lo que nos venga en gana, criticar dicha actitud, comprenderla o enaltecerla. Da igual. Es obligatorio. Tal y como está montado el asunto, es obligatorio. 

Para comprender lo que quiero decir, es necesario tener en cuenta una cosa. En Europa, actualmente, puede haber perfectamente alrededor de 50 equipos con un presupuesto superior al del Sevilla en 10, 15, 20, 30 millones de euros, o incluso más. Hasta mucho más, aunque esto último está reservado a los más grandes del continente. Ya no me refiero a los de siempre: Madrid, Barça, Chelsea, Liverpool, Manchester, Inter, Bayern, etcétera. Me refiero a que cualquier equipo de la parte baja de la liga inglesa, cualquier equipo medianito de Alemania o Italia, cualquier equipo que tenga sus espaldas cubiertas por el dinero de un multimillonario..., cualquiera de estos se ríe en la cara del Sevilla a nivel económico. Del Sevilla, del Valencia, del Atlético o de cualquier equipo español que no sean Real Madrid o Barcelona. Hagan la suma, pues. Toda la Premier, la mitad de la Bundesliga, la mitad del Calcio y el resto de clubes que por diferentes razones tienen potencial económico; veinte más diez, más diez, más un puñado más, dan cincuenta. Y tirando por lo bajo. 

Esto es el resultado de lo escandalosamente mal repartido que está el dinero que genera la Liga Española entre sus miembros. Porque el hecho de que la diferencia entre Real Madrid y Barcelona y el resto se haya aumentado mucho no deja de ser anecdótico. Esa diferencia siempre ha existido, y ahora es superior. Pero siempre ha existido. De toda la vida, si el Sevilla (o el Valencia, o el Athletic o quien sea) tiene a un jugador de nivel top, si a uno de los dos grandes se le mete entre ceja y ceja llevárselo, se lo lleva. Y eso ha sido así siempre, sin importar de qué modo se reparten los derechos de televisión. El problema, el gran problema, la madre del cordero, no está ahí. El drama es otro diferente, aunque consecuencia de lo mismo. 

El drama es que, si ese reparto de dineros es tan escandalosamente malo, no sólo los grandes ganan más, sino que los medianos ganan menos. Y ya no hablo de esa diferencia mayor en el campeonato doméstico, sino que en otros campeonatos, en otros países donde ese reparto es mucho más equitativo, surgen equipos tradicionalmente modestos que ahora ingresan mucho más dinero que los clubes españoles de segundo nivel. De ese modo, el Sevilla no está en disposición de disputarle un fichaje a equipos como el Hull, el Sunderland, el Swansea o el Stoke City, por poner algunos ejemplos. Ni a un club inglés recién ascendido. Ni a un equipo alemán o italiano de mitad de tabla. Y esto es un problema gravísimo, porque ya no hablamos de que jugadores como Rakitic (ejemplo paradigmático) se pueda (se vaya a) ir. Porque Rakitic se irá a un súper grande, no a unos de estos "equipitos" de los que estoy hablando. Ninguno de estos "equipitos" va a optar a llevarse a los mejores de nuestra plantilla. Es más, que se vayan los mejores no es un problema. Al fin y al cabo, siempre se han ido. Del Sevilla y de cualquier club de nivel similar o inferior, ya sea español o de cualquier punto del planeta. Se va uno bueno por una millonada y si se hacen las cosas bien, vienen dos que en su conjunto mejoran el rendimiento del primero, y además nos sobra pasta (el ejemplo de Negredo vs Bacca-Gameiro es incontestable).

El drama es otro, como digo. 

El drama en sevillista es que, quitando los súper grandes, quedan en Europa otros cuarenta equipos perfectamente capacitados para toquetear al resto de la plantilla. A lo que quede después del paso de los más poderosos. El drama es que un West Ham, un Crystal Palace, un Hoffenheim o un Hertha de Berlin, pueden venir a decirle a Carriço, a Pareja, a Vitolo, a Bacca, a Gameiro o a cualquier jugador que no sea Rakitic (pero que son nuestra columna vertebral) que le duplican el sueldo. Y ofrecerle al Sevilla una módica cantidad que el club querrá rechazar, pero que si al futbolista se le mete en la cabeza que se quiere ir a ganar dinero (que es para lo que juegan), ya sabemos cómo suele acabar el asunto. Ese es el drama. Que el Sevilla NO PUEDE llegar a ese nivel, no maneja el presupuesto suficiente. Del Nido decía que el Sevilla trabajaba con presupuestos con déficit, bajo la aspiración de jugar competición europea y obtener ingresos que lo paliasen. Un par de temporadas malas llevan al club al borde del abismo. A no poder pagar a los jugadores. A tener que vender a la mitad de la plantilla para poder sobrevivir. Así no se puede trabajar. Sobre déficit, no se puede trabajar. Hay que ajustar los gastos a los ingresos. Pero entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo competir, no ya con clubes que deportivamente puedan estar a nuestro nivel, sino incluso con los que van a disputar el descenso en la Premier? ¿Cómo? Teniendo en cuenta, además, que hay que tener las cuentas saneadas para poder competir en Europa. Pregúntenle a Málaga o Rayo, que saben de lo que hablo. ¿Qué se puede hacer?

¿Se lo digo, o se hacen una idea?

Es evidente. Si, aparte de los más poderosos, hay unos cuarenta equipos en Europa con un presupuesto superior al del Sevilla en 10, 20, 30 millones de euros, hay que enjugar esa diferencia. Y como por ingresos corrientes eso no es posible (en su totalidad), hay que vender jugadores. Sí, también hay que mejorar la gestión de los abonos, los patrocinios y otras partidas que pueden permitir ingresar más y gastar menos. Pero el grueso del presupuesto es otra cosa diferente. Y para eliminar esa diferencia de la que hablo, hay que vender. 

Y además, no vender este año. Hay que vender todos los años. Todos. Mientras esa diferencia de ingresos exista, hay que hacerlo si queremos seguir compitiendo a un nivel alto. Que esto no es ninguna tontería. Que es que es así. Es más. Ni siquiera podemos emperrarnos en mantener a las estrellas del equipo subiéndoles los sueldos, porque si les subimos los sueldos, los gastos del club aumentan y esa diferencia presupuestaria también lo hace. No podemos gastarnos lo que no tenemos. Si queremos gastar, tenemos que tener. Y si queremos tener, hay que vender. 

Dicho de otro modo, si el Sevilla quiener mantener el bloque de la plantilla con la que hemos sido campeones, hay que vender a Rakitic. Y punto. Porque, tarde o temprano, los contratos de muchos de esos jugadores tendrán que ser revisados al alza si no queremos que se nos vayan. Y si, además, queremos reforzarnos, pues hay que vender a otro. Y esto no es debilitarse, todo lo contrario. Lean un poco sobre el Oporto si quieren. Un club que SIEMPRE está ahí, metido entre los grandes (salvo ciertas temporadas aciagas que sufren todos los clubes del mundo) y que compran y venden todos los años. Todos los años; son famosos por llevar a cabo esa política desde hace muchísimo tiempo.

A mí, que no me vendan milongas. Como decía antes, nos podemos poner haciendo el pino si queremos, pero la situación es la que es y bien haríamos con asimilarla y acostumbrarnos a ella. Con saber que si un año nos metemos en Champions y obtenemos dinero, pues igual no hay que vender ESE AÑO. Pero como algo anecdótico. Al Sevilla le queda un trecho largo para que esto cambie. El Sevilla necesitaría meterse en Liga de Campeones todas las temporadas para obtener los ingresos necesarios por una vía diferente a la de los traspasos. Y eso no es fácil. Para nada. En absoluto. Y menos en una liga en la que dos plazas están reservadas y son completamente inaccesibles. 

No seamos ingenuos. Comprendamos esto y exijamos a la dirección deportiva un buen trabajo tanto en las ventas como en los fichajes. Es ahí donde está lo gordo. De lo que depende nuestro futuro. 

jueves, 15 de mayo de 2014

El sevillista

Hoy voy a contaros algo lleno de sencillez. Algo sin pretensiones. Sin bombo, sin platillo, sin pompa. Voy a contaros algo muy simple. Tan simple como la forma en que transcurrió el día de ayer para un sevillista. Sin nombre, ¿qué más da? Un sevillista cualquiera, uno de tantos como hay. Pero uno en concreto: uno que nos servirá de ejemplo y al que llamaré "el sevillista". 

El sevillista se levantó temprano. Muy temprano, como todos los días ha de hacer porque la vida le obliga a ello. Porque la cosa está montada así. No, él no fue a Turín. El sevillista, este sevillista, no se lo puede permitir. Sé que alguno ha dicho que quien no ha ido es porque no le ha dado la gana, pero no voy a comentar nada de eso porque esa persona habla desde la más absoluta ignorancia, y no merece que se diga más. O igual no. Igual es que tiene un retraso o algo, ante lo que no me queda más que mostrar mi respeto a su familia, darles ánimos para sobrellevar una situación tan difícil y desearles los mejor en el futuro. 

Como digo, el sevillista se levantó temprano, se preparó, se despidió hasta la tarde de su mujer, cuando ésta se fue al trabajo, y se hizo cargo, como todos los días, de levantar, preparar y llevar al colegio a su hijo. Cinco años cumple ya el tío justo la semana que viene. Cinco años, ¡cómo pasa el tiempo, joder! Es muy buen niño. aunque algo cabezota, como su madre. Bueno, su padre no se queda mucho atrás en ese aspecto, pero sobre todo como su madre. De hecho, ayer se le metió en la cabeza ir al colegio con su camiseta del Sevilla, lo cual no podía ser porque ya la llevó el día anterior y estaba sucia. Porque, como comprenderán, el niño es sevillista. No sabe aún del todo lo que significa eso, pero que el Sevilla es el mejor, así como concepto sobre el que ir trabajando, es algo que tiene más que claro. No hay escapatoria para él. No ya a estas alturas. Ya lo tiene grabado a fuego. Bendito inocente. Todavía no es consciente de lo afortunado que es. 

Cuando dejó a su hijo en el colegio, el sevillista sintió un pinchacito en el corazón. Siempre le ocurre, todos los días. Es lo que tiene ser padre, que a un hijo se le quiere de una forma diferente que al resto de las personas. Es tu obra maestra, lo que vas a dejar como legado para la Humanidad. No es más que un niño, pero es todo eso. Es algo inmenso. Y emociona. Al sevillista, al menos, le emociona. Y más en un día como el de ayer, en el que los sentimientos, sus sentimientos, estaban a flor de piel. ¿Cómo podía ser de otra manera? Si el Sevilla jugaba por la noche la final de la Europa League, de la UEFA de toda la vida de Dios, de la copa que nos cambió la vida. Otra vez. Cuando parecía que aquello fue un bello sueño del que habíamos despertado durante estos dos últimos años de mediocridad, otra vez estamos ahí. Que no fue un sueño. Que estamos ahí. Otra vez, ya digo. 

La mañana de trabajo fue intensa para el sevillista. Era de esperar. Y muy de agradecer, porque era previsible que la tarde fuese muy floja y lo que no se facturase por la mañana, no se haría ya en todo el día. Perdón, no lo he dicho. El sevillista tiene su negocio propio, un comercio abierto de cara al público, y claro, los factores externos influyen en su día a día. En una ciudad tan futbolera como Sevilla, con un sevillismo concentrado en su novena final en nueve años, con un beticismo escondido por lo que pudiera pasar y por mucho que en una ciudad tan grande, haya gente pa tó, la mañana todavía podría estar bien, pero la tarde iba a ser un paná. Y, efectivamente, la mañana fue intensa. Como si la gente se estuviese preparando. Como si fuesen corriendo a hacer lo que tuvieran que hacer y así descuidar y velar armas luego, al atardecer. 

Fue una mañana intensa, ya digo. De trabajo y de emociones. El sevillista se la pasó reteniendo lagrimitas de emoción, recordando tantos y tantos momentos de sevillismo vividos y canturreando por lo bajini el Himno del Centenario, pero sin meterse en Twitter (como acostumbra) ni leer practicamente nada sobre el partido. De hecho, desde que el equipo se clasificó para la final en aquel dramático choque en Mestalla, el sevillista anda completamente desconectado de todo. No quiere leer a nadie. No quiere hablar de fútbol. Ha decidido que esta final la va a vivir él consigo mismo, con sus recuerdos, con sus sentimientos, con la añoranza de esos otros sevillistas cercanos que ya están en el Tercer Anillo. Sin injerencias, sin influencias externas. Él solo con su sevillismo. En pureza, tan intensa como fuera posible. Y no era por nada. No es que tuviera nada contra nadie. En absoluto. Simplemente, fue su decisión. 

Por tanto, el sevillista no ha sido testigo de lo que han dicho esos cenizos que llevan toda la puta temporada metiéndose con el club, con los jugadores, con el entrenador, etc; esos que desaparecían cuando el equipo ganaba y lo copaban todo cuando perdía. Esos. Sí, esos, todos sabemos de lo que hablo; el sevillista no sabe cómo lo han hecho para recolocar su postura sin hacer demasiado el ridículo. No sabe si lo han conseguido. Bueno, para él, no. Para él, siempre serán ridículos. Porque una cosa en la crítica, incluso la voraz y encarnizada, y otra hacer el gilipollas. El imbécil. El carajote. Todo eso, ya sabemos. 

Tampoco sabe cómo han reaccionado los que todo lo piensan en clave de "metámonos con el Betis, ahora que están hundidos". Que son cosas que gusta leer y que hacen gracia, pero que llega un punto en que nos hace pequeños de tanto compararnos con un equipo inferior, aunque sea para mostrar nuestra superioridad. Ni tampoco los que se pegan golpes en el pecho en plan "yo ya lo dije" y despreciando a los que han venido criticando. Oigan, que el Sevilla ha merecido mucho las críticas este año. Las sensatas, las bien orientadas, pero críticas a fin de cuentas. Ni yo ya lo dije ni nada. Las cosas han salido bien igual que pudieron salir mal. El fútbol es demasiado complejo como para ir presumiendo y alardeando de unas dotes adivinatorias que nadie tiene. 

Sí que echó de menos a los de siempre, a los sevillistas con los que acostumbra a debatir y a los que tanto admira. Pero fue su decisión. Se recluyó, se encerró en sí mismo y decidió vivir el momento histórico de esa manera. Tan respetable como cualquier otra. 

Efectivamente, la tarde fue un paná. Solo sirvió para alimentar sus nervios, para que se acentuara el dolor de estómago, para que le temblaran las manos, para que aparecieran los sudores (y no solo por el calor), para que alguna lagrima se escapase, para seguir cantando el Himno, para dar vueltas y vueltas por el local, contando los minutos que faltaban para la hora de irse. De hecho, se fue media hora antes de lo normal. ¡Al carajo! Si no hay nadie en la calle, si apenas han entrado dos personas en toda la tarde ¿qué coño hacía allí? De modo que recogió los bártulos, cerró la persiana, se encendió un cigarro y comenzó a andar camino de donde tenía aparcado el coche. Que esa es otra. El nivel de nerviosismo suele ser directamente proporcional al consumo de tabaco, con lo que éste se disparó en la jornada de ayer por parte del sevillista. Daba igual. No pasaba nada. No suele fumar mucho, por lo que se podía acoger a eso tan clásico de "un día es un día". Y si no también, qué coño. Que no pasa nada por fumar un poco más de lo debido de cuando en cuando. De higo a breva. Sólo en las previas de los partidos que pasarán a la Historia del club con letras de oro. Únicamente. 

Ya en el coche, camino de casa, dijeron por la radio algo con lo que el sevillista está muy de acuerdo. El Sevilla ha recuperado el gen ganador que una vez tuvo, allá por las décadas de los 40 y 50 del siglo pasado. Se puede decir que la fortuna le ha acompañado en más de una ocasión este año, pero un equipo que juega nueve finales en nueve temporadas es un equipo competitivo. Ganador. Sea como sea el modo en que llegue a una de ellas en concreto. Y es cierto. Este Sevilla no tiene nada que ver con aquel con el que el sevilllista se crió. Este Sevilla, empezando por la afición y terminando por el último empleado, tiene unas miras, una ambición, una exigencia que no es comparable con nada que el sevillista, a sus 39 años, haya conocido jamás. Este Sevilla es un equipo campeón porque así lo exigimos, y su mayor fracaso es quedar novenos en la liga y no disputar competición europea una vez en una década. Y cuando un equipo es campeón, pues pasa lo que pasa. Que sí, que a veces fracasará, pero otras triunfará. Y que un equipo campeón triunfe significa que gana un título. Esto era, simplemente, impensable en el Sevilla con el que el sevillista se crió. Impensable. Un sueño, ni más ni menos. Un sueño hecho realidad. 

Del partido en sí, de su desarrollo, de lo que ocurrió, poco puede hablar el sevillista. Por mucho que le guste el fútbol, por mucho que tenga conocimientos para analizar los partidos, para comentarlos tácticamente, para dar su opinión sobre diferentes aspectos de este bendito deporte, el sevillista, en ese sentido, no tiene ni idea de lo que ocurrió anoche a lo largo del encuentro. El sevillista no vio un partido. Lo sufrió, lo sintió, se emocionó con él, pero no lo vio. No a nivel deportivo, sino solo a nivel sentimental. ¿Que cómo jugó el Sevilla? Objetivamente, no tiene ni idea. Sí que percibió que competía al más alto nivel. Que el Benfica fue ligeramente superior, pero que el Sevilla no desmereció para nada. Que se fajó, que luchó, que se partió la cara, que tuvo sus opciones del mismo modo que las tuvo el rival. Que se dejó la vida en el campo, que aguantó la prórroga y que en los penalties...

Ay, Dios, en los penalties...

El sevillista vio el partido hecho un manojo de nervios, pero sin expresarlos de un modo claro. Su mujer los percibía y se reía, pero eso es porque le conoce. El sevillista no grita, no salta, no se expresa. El sevillista se mete en un rincón, se come las uñas y sufre en silencio. Sufre como una perra, pero eso: en silencio. Y así fue a lo largo de todo el partido. Y en los penalties. Y cuando Rakitic levantó la copa. Una enorme sonrisa de felicidad en su rostro, y poco más. Él es así, ya está criadito y no le vamos a cambiar a estas alturas. 

Y entonces llegó el mejor momento para el sevillista. Cuando su mujer se fue a la cama tras la entrega de trofeos y él le dijo que se quedaba un ratito. Que necesitaba relajarse. Llevaba días desconectado, sin hablar con nadie de fútbol para vivir en soledad este momento histórico, y aún le quedaba el disfrute del éxito así, en soledad. De modo que, una vez solo, se levantó del sofá, apagó la televisión, se fue a la cocina, el único rincón de la casa donde se permite a sí mismo fumar, apagó todas las luces, se sentó, encendió un cigarrillo y entonces sí...

Entonces se le escaparon las lágrimas. 

El momento de éxtasis llegó. Dejó volar sus pensamientos y se acordó, como siempre, de su abuelo, quien le inyectó en vena el sevillismo. De cuando le contaba cosas de un Sevilla campeón que sonaba a batallita magnificada más que a realidad. De cuando le decía que Campanal II era un fuera de serie, que Busto era mejor que Buyo, que como Juan Arza nunca hubo nadie..., tantas y tantas cosas. De cuando el pobre, ya en su último año de vida, impedido, sin poder andar, cuando veía un partido del Sevilla, sacaba fuerzas de donde no las tenía para pegar patadas a la mesa cuando consideraba que el jugador tenía que chutar. Que veía los partidos en televisión, a todo volumen, y a la vez los escuchaba por la radio, volviendo medio loco a todo el mundo con tanto ruido. Y que lloraba como un niño chico cuando el equipo marcaba un simple gol porque eso era lo que le salía de dentro. Qué hubiera hecho de haber visto lo de anoche. 

Madre mía, qué hubiera hecho. 

Cuando el cigarro se terminó, encendió otro. El momento lo requería. Había que prolongarlo lo máximo posible. ¿Qué más daba? Al día siguiente se fumaría uno menos y así compensaría. Y entonces pensó en que este título es el más sevillista de todos los que ha conocido. Este no es un título de haber jugado bien, de haber barrido a los rivales, nada de eso. Este es el título de la casta y el coraje. Del dicen que nunca se rinde. Penalties, remontadas épicas, goles en el último minuto, lucha, lucha, lucha... lo que dicen los himnos, ambos, el de siempre y el del Centenario. Sevillismo puro y duro. Nuestra idiosincrasia. Nada puede ser más grande que alcanzar la gloria siendo fiel a tus principios más arraigados. 

Y pensando en eso se consumió el segundo cigarrillo. 

El éxtasis no acabó ahí. El éxtasis continuó luego. Ya en la cama, en la que se metió con todo cuidado para no despertar a su mujer, que ya dormía. Se tumbó boca arriba, sonriente, sabedor de que ni de coña se iba a poder dormir así, tan fácilmente. Tampoco quería. Lo que deseaba era seguir disfrutando en soledad de la gloria, del éxito, del triunfo. Extasiado, como justo después de la mejor culminación sexual imaginable, con esa cara de idiota, de llámame tonto todas las veces que quieras, pero dame mucho de este pan. Mucho. Todo el que sea posible. Feliz a fin de cuentas, porque no se trata más que de eso: de felicidad. 

Y en medio de esa felicidad, con tantos sentimientos agolpados, con tantos pensamientos yendo y viniendo, con tantas emociones enfrentadas, una idea permanecía fija. Una idea, un convencimiento, una sensación que llegó a pronunciar así, bajito, para sí mismo, para que nadie la escuchase, pero que lo supiese todo el mundo. El mejor pensamiento de todos:

"Qué grandes somos, coño. Qué grandes somos".

viernes, 2 de mayo de 2014

No le llamen suerte...

Corren malos tiempos para los antisevillistas.

Anoche, al empezar el partido, me estuve acordando de ellos. De los que viven en Sevilla o en Málaga sobre todo. Que no hablo de una generalidad, conste, sólo de los antisevillistas. Me los imaginaba encerrados en casa, escondidos, con la televisión puesta, sintonizando Cuatro, incluso a oscuras, rogando al cielo por una victoria del Valencia (en este caso, que el equipo da igual mientras sea el rival del Sevilla). Es como si los estuviera viendo, nerviositos perdíos al principio, casi mordiéndose las uñas (o sin casi), mirando al cielo tras el primer el gol, ahogando un grito con el segundo; y ya con el tercero, encendiendo las luces, abriendo las ventanas y explotando, expulsando hacia la calle un alarido de felicidad. Incapaces de contenerse, disfrutando, relajando tensiones, dando rienda suelta a su odio. Bendito odio. ¡Qué grandes nos hace!

Luego ya vino el gol de Mbia, y todo volvió a su sitio. Al principio. Bueno, peor que al principio, ya que el antisevillista ahora lo es más. Y su odio, mayor. Y nosotros más grandes, claro. Porque su odio es directamente proporcional a nuestra grandeza. Porque mientras más cosas logramos, más nos odian ellos y más de ellos hay que nos odian. El equipo más antipático de España, el que más detractores explícitos tiene tras los dos grandes. Por algo será. No se es antipático perdiendo. Perdiendo das pena y si eres graciosillo, pues caes bien, aunque sea por compasión. Pero ganando, no. Bendito odio, insisto. Es muestra de nuestra grandeza. Benditos rivales encarnizados. Atlético de Madrid, Osasuna..., y ahora, Valencia. ¿Por qué? Pues porque les hemos ganado. Porque les hemos arrebatado la gloria en alguna ocasión para llevárnosla nosotros. Gloria, grandeza..., antipatía..., odio. 

Lo adoro. 

Corren malos tiempos para los antisevillistas, ya digo. Lo de ayer tuvo que ser tremendo para ellos. "¡Qué suerte habéis tenido!" Gritaba uno que vive en la acera de enfrente de donde yo. Suerte. ¿Suerte? Ni de coña, amigo. De suerte, nada. Bueno, en verdad, sí, pero no la que ellos piensan. El Sevilla no está en la final por suerte. Cualquier equipo necesita aunque sea una pizca de eso  para obtener logros, pero para ello hay que estar. Y estar no se está por suerte. Sí, un gol en el último minuto del descuento es un golpe de suerte, pero para que ese gol sirva de algo, hay que estar ahí, como digo. Y, amigo mío, ahí estamos nosotros. Los demás, no. Y eso NO es por suerte. 

El Sevilla comenzó a estar hace tiempo. Mucho tiempo. No ya el verano pasado cuando empezó la temporada, sino antes. Bastante antes. Es cosa incluso de años. Cuando equipos como Rayo Vallecano o Málaga hacían cosas raras con los dineros (con los que tuvieran cada uno de ellos) y provocaron que no fueran admitidos este curso en la competición europea. Que a mi se me caería la cara de vergüenza. Que a mi me dicen en un sitio que esto es una competición entre caballeros y ustedes son unos tramposos y no les queremos, y a mi me tiene que tragar la tierra por lo menos. Para empezar estando hay que se ser eso, caballeros, al menos hasta cierto nivel. Bien podrían esos antisevillistas mirar hacia dentro y reclamar responsabilidades antes que hacia fuera para redimir su frustración con odio. 

Porque, y en relación con lo anterior, el Sevilla tuvo que vender a lo mejor que tenía para ser caballeros. Para cumplir con los requisitos. Para poder estar. Que no les quitamos el puesto a nadie. Que fue el organizador de la competición quien nos llamó por ser los primeros caballeros en la lista de espera. Que nos dijeron: oigan, que hemos echado a unos tramposos y nos falta gente para montar la partida. ¿Vienen ustedes? 

Y fuimos nosotros. 

Y tanto que fuimos. A Podgorica, a Breslavia, a Estoril, a...; oigan, que esto no ha sido un camino de rosas. Y con un equipo muy joven, muy nuevo y que sembraba muchísimas dudas. Que incluso ahora aún las sigue sembrando. Pero ahí fuimos, paso a paso, apartando rivales mientras crecíamos. Que sí, que meter un gol en el descuento es un golpe de suerte, pero ¿y todo esto de lo que vengo hablando? ¿Eso no vale? Vamos, señores, seamos serios. Aunque eso de ser serios para algunos es mucho pedir. Es más, es un imposible. Seguramente por eso caen tan bien y son tan simpáticos. Serios, no. Pero simpáticos, tela. 

Una hartá. 

Pero es que hay más. Un detalle que pasa desapercibido para muchos. No sé si se han dado cuenta de que, desde que empezaron las eliminatorias, tras la fase de grupos, todos los equipos contra los que hemos jugado se han podido concentrar de lleno en los partidos mientras que nosotros teníamos que compaginar la UEL con la Liga. El Maribor estaba en su parón liguero y no tenían otra cosa que hacer que preparar la eliminatoria contra nosotros. El Betis estaba virtualmente descendido y a lo único que se agarraban para dar alguna satisfacción a su hinchada era a eliminarnos. El Oporto no tenía nada que hacer en su liga y era la competición europea el único clavo al que se podían agarrar. Y exactamente lo mismo le ocurría al Valencia. Y a todos los eliminamos. A todos. Nosotros haciendo una importante remontada en nuestra liga, jugando dos partidos por semana, ganando, ganando, ganando, mientras los demás concentraban sus fuerzas en la preparación de sus partidos contra nosotros. 

Y les eliminamos. 

Insisto, sí, el gol de Mbia fue un golpe de suerte. El Sevilla jugó fatal ayer y el Valencia mereció el pase si contamos únicamente los últimos 90 minutos. Pero, como decía antes, para que ese gol valiera una clasificación para una final, hay que estar en semifinales, hubo que meterles un 2-0 en la ida, hubo que eliminar al Oporto, al Betis y al Maribor. Hubo que clasificarse como líderes en la fase de grupos. Hubo que comenzar a competir a primeros de agosto y eliminar al Podgorica y al Breslavia. Hubo que vender a Navas, a Negredo, a Kondogbia, a Medel, etc., para ser unos caballeros y que nos dejasen competir. Hubo que montar un equipo completamente nuevo...

Hubo que hacer todo eso, que no se le olvide a nadie. Y todo eso es un trabajo descomunal que no merece en absoluto ser desmerecido de una forma tan miserable como diciendo que estamos en la final por suerte. En la final de una competición europea. Por suerte. 

¿Por suerte?

Váyanse a la mierda, hombre. 


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