Siempre me ha llamado la atención la capacidad que tenemos los seres humanos para superarnos a nosotros mismos y llevar a cabo cosas que, en condiciones normales, igual nos parecerían inalcanzables. Es lo que llaman afán de superación, o más bien, en el caso que me ocupa, crecerse ante la adversidad.
No es que todo el mundo lo haga, pero hay quienes, en un momento dado de sus vidas, se lian la manta a la cabeza, se ponen las orejeras de burrito, miran solo hacia adelante y dan la espalda a sus miedos. Eso no te garantiza el éxito, pero aumenta en grandes proporciones las posibilidades de conseguirlo. Al menos un éxito razonable.
Hubo una época en la que yo era un niño bien, criado en una familia (muy) acomodada y rodeado de unos lujos que yo consideraba normales porque no conocía otra cosa. Pero la vida me pegó la primera hostia cuando sólo tenía 19 años y la muerte se llevó a mi padre. No me vine abajo, al revés. Me rebelé. No consentí que nadie se compadeciera de mi. Quise demostrar que no era un pobre huerfanito, sino un hombre (muy joven aún) capaz de seguir adelante. Y lo hice. Pero la segunda hostia vino un poco más tarde. Cuando ya estaba más o menos recuperado de la primera, la muerte volvió, la muy hija de puta, y se llevó a uno de mis mejores amigos. ¿Y qué haces ante eso? Pues lo mismo. Te secas las lágrimas, levantas la cabeza, aprietas los puños y adelante. Las cicatrices quedan, pero al dolor se le vence.
Otra cosa es cómo te afecta eso al carácter. El mío se volvió recio, casi endemoniado. Igual que hice con los reveses, me llevaba por delante a cualquiera. No solía quejarme porque sabía que cualquiera podía venir a dejar en ridículo mis problemas. Siempre - SIEMPRE - los hay más graves. ¿Y sabéis por qué lo tenía tan claro? Pues porque a mí me parecían ridículos los de los demás, con lo que lo mismo le podía pasar con los míos a cualquiera que estuviera en peor situación que yo. Y eso me hizo introvertido. No tímido; introvertido.
Afortunadamente, no han habido más muertes de tanta relevancia. Murieron mis dos abuelos, los que me quedaban, y algún que otro ser querido, pero fueron muertes más comprensibles (por decirlo de alguna manera). La edad, la vejez... la naturaleza. Son cosas que entristecen, pero que se entienden. Comprensibles, ya digo. Pero la vida no me dejó en paz. No sé qué le he hecho. Después de dejarme saborear las mieles del éxito, de permitirme disfrutar de un nivel de vida poderoso, me lo quitó todo de un golpe. No poquito a poco. No algo ahora, otra cosa luego más tarde y así, para poder ir adaptándome a una nueva situación bastante más humilde. No. Nada de eso. Me lo quitó todo de un golpe, y ahora hablo de lo material, hasta el punto que llegué a estar delante del director de la oficina bancaria donde tengo la hipoteca con el firme convencimiento de entregarle las llaves de mi casa y dejar de pagar. La razón era sencilla: no podía hacerlo. Por fortuna, me arreglaron el asunto para no tener que tomar una medida tan drástica, pero eso no hizo otra cosa sino darme un poco de tiempo para tratar de enderezar mi situación.
¿Y sabéis lo que hice? Secarme las lágrimas, levantar la cabeza, apretar los puños y seguir adelante. Y vaya si lo hice. Por mis cojones que lo hice. Sin quejarme casi nada, eso nunca, ya expuse antes las razones. Simplemente, orejeras de burro, manta a la cabeza y a continuar el camino.
A día de hoy puedo decir que lo conseguí. Al menos hasta que a esta puta vida le de por mirarme mal de nuevo. Hoy estoy bien. Económicamente, bien. Sentimentalmente, de puta madre. Miro atrás y compruebo que el esfuerzo ha sido titánico. Y así deberá seguir siendo en adelante si quiero mantener el estatus, pero estoy preparado. Hace ya mucho que sé cómo hacerlo. Sin embargo, ahora siento otra cosa que nunca antes había sentido. Siento vacío. Tantos años peleando para que al final el premio sea tener el privilegio de poder seguir peleando. No hay nada detrás del esfuerzo. Sólo más esfuerzo. El premio es quedarte como estás sin necesidad de que interceda ninguna virgencita. Los hay peores. Los hay que no tienen nada por lo que esforzarse. Es que, para colmo, soy un privilegiado, tócate los huevos.
Anoche, cuando volví a casa, mi hijo (de 4 añitos) me preguntó que por qué trabajo tanto. Y aún se me humedecen los ojos al pensarlo. Esta mañana preguntaba por su madre, cuando su madre no está cuando él se levanta porque se va a trabajar antes. Y esto es ser unos privilegiados. Podría ser peor. Bueno, de hecho, hay mucha gente peor que lo daría todo por estar como estoy yo.
Como decía antes, siento vacío. Y con vacío quiero decir que me he dado cuenta de que el premio que yo siempre supuse que se obtenía por esforzarse no lo es tal. No importa que trabajes duro y procures ser buena persona porque, si se tercia, todo ese trabajo y ese empeño se van al garete en cualquier revés que te venga en un momento dado. El premio es ser capaz de superarlo, pero eso no es lo que me dijeron. O eso no es lo que entendí, que seguramente la culpa es mia por no haber sabido interpretarlo.
Ahora hace tres años que abrí el negocio que nos da de comer. Tres años en los que he empleado todas mis energías para hacerlo funcionar. Tres años en los que me he concentrado de un modo absoluto en eso y en mi familia. En los que he perdido el contacto con muchos que se suponía que eran amigos, pero que han demostrado que no lo son para nada. Mi vida ha dado un vuelco, no es ni de lejos lo que supuse que sería. Y ahora que por fin he conseguido estabilizarla en todos los frentes, ahora que no tengo nada (importante) de lo que quejarme, nada que me haga sentirme mal; ahora que se supone que debería disfrutar del éxito, estoy agotado. Sin ganas de nada. Como vacío, lo que vengo diciendo. Llevo tanto tiempo acostumbrado a emplear tantas energías que ahora no me quedan ni para mantener el tipo. Hablo en el ámbito mental, no físico. Haciendo una analogía, es como si hubiese corrido una maratón y esprintado al final de la misma; y una vez llegado a la meta, no me quedaran fuerzas, no ya solo para correr, si no ni siquiera para mantenerme en pie.
Tengo un libro en la mesilla, a medio leer, y no soy capaz de sentarme a terminarlo. Tengo una novela escrita, terminada, esperando a un simple repaso ortográfico, y no tengo cojones a hacerlo. No veo la televisión (se la dejo a mi hijo y sus dibujitos), apenas mantengo con un hilo de vida mi cuenta de Twitter y me obligo a seguir mis blogs de referencia y a publicar en el mío al menos un post semanal, no ya de alta calidad, sino aunque solo sea medianamente potable. Todas esas cosas que tanto me gustan, que me han mantenido la cabeza entretenida estos años y así no pensar demasiado en las dificultades.
El otro día, el sábado, el Sevilla perdió de la típica manera que luego te impide dormir por la noche... y dormí. No es que me diera igual, pero pasé muchísimo del asunto. Apenas me afectó. Esto no es que sea importante, pero sí un ejemplo significativo.
Considero que me encuentro en una fase introspectiva. En un momento en el que las cosas han cambiado y tengo que adaptarme a dicho cambio. Afortunadamente, se trata de algo para bien, y ya es raro decir esto en los tiempos que corren. Ahora mismo me aburre todo y me limito a trabajar y a entregarme a mi familia. Intento no aislarme del mundo de un modo absoluto, y eso que es lo que más me apetece. Pero procuro no hacerlo. El problema es que en ese mundo hay tanto ruido. Tantas voces altisonantes. Tantas opiniones enfrentadas, incapaces de ceder lo justo para alcanzar un acuerdo.
Si hubiera un poco más de silencio. Eso sería maravilloso. Sí. Un poco más de silencio...
6 comentarios:
Saludos.
Hola, Rafa.
Lejos de pretender darte consejos sobre la mejor forma de superar un bache (ni de recomendarte algún libro de auto ayuda, de esos que quedan bien en las estanterías pero que no sirven para nada), solo te confiero mi experiencia personal:
Son etapas. Son fases. Son producto de mentes inquisitivas, de mentes analíticas, de ser demasiado humanos y pagar por ello.
Hoy te hunde un poco y mañana, una chorrada, te devuelve el optimismo.
Date tiempo y piensa en ése fenómeno de 4 años. No puedes fallarle y aunque sé que no lo harás, TU familia. Lo demás es accesorio.
¿A que acabo de largarte algo que ya sabes de sobras?
Pues eso.
Un abrazo, cuídate y cuídalos.
Y viva el Sevilla aunque nos deprima a veces.
Ya te lo he dicho de palabra, pero te lo repito aquí por si acaso.
Para mí eres un referente y te admiro. Es normal que estés cansado ¿cómo no lo vas a estar? Los que te conocemos sabemos el esfuerzo que has hecho. Y has triunfado.
Ahor, relájate, abstráete, concéntrate en lo tuyo y ya está. En poco tiempo recuperarás las fuerzas y se acabó el asunto.
Un beso, amigo
Natalia Ortiz
Al igual que don ALGARIVO ¿quien leches soy yo para darte una opinión en este momento que tú ya no sepas?
pero voy a hacerlo porque me da la gana ¡ea!
Rafa es en estos momentos cuando puedes hacer cosas que antes no podias,se que el agotamiento es mental,porque con tu edad no creo que sea algo físico,que también pudiera ser,es hora de Marco y de tu señora esposa,quita algo de tiempo al curre y añadeseló a esas dos personas,vete al recreo de tu hijo y observalo,llevaté horas mirando como crece ante tus ojos,en definitiva,pegaté un dia haciendo lo que te salga de los cohones y verás como reconforta tela.
¿has visto mis consejos que rudimentarios son? si es que nop doy pa mas que pa esto,pero bueno decirte que en mi a veces eso funciona,pero yo como sabes soy mas simple que una tortilla de un güevo,aunque a veces tenga güevos aguantarme,un abrazo tio y que sepas que respirar es uno de los regalos diarios que tenemos y uno de los mas importantes,sigue palante,tira palante que como se dice en mi pueblo,mas palante hay mas.
@Jose Manuel
Sí que lo sé, de sobras. Pero se agradece mucho el oírlo de otras personas.
@Natalia
Tú siempre igual. Pim, pam pum y a otra cosa. Así de sencillo. Pero tienes razón. Muchas gracias.
@Papi Magase
Gracias, amigo. Seguiré palante, es lo que mejor se me da. Vamos, es que no he hecho otra cosa a lo largo de mi vida.
Un abrazo para todos.
Acabo de llegar de Londres.
Aunque ando un poco o un mucho retirado de este mundanal ruído, te sigo en la lejanía y te noto con la moral baja. Y la verdad es que hoy vivimos una disociación a veces dramática, a veces trágica entre lo tecnológico y lo moral. Lo que hace poco era inmoral hoy ha dejado de serlo y al revés. El resultado creo que es un manifiesto y extendido estado de insatisfacción individual que se ha extendido como una pandemia. Esto se ve en las actitudes individuales y en las distintas profesiones. Ya nada alcanza. La queja está a la orden del día; más allá de lo que se llegue a tener o a dejar de tener desde el punto de vista individual. Eso, con frecuencia lleva a las personas a no encontrar el verdadero sentido de la vida y nos lleva a esa sensación de vacío de la que hablas.
Pero vivir una vida plena a partir de lo cotidiano, tú lo tienes un montón de fácil. Ya te lo dicen dos amigos antes que yo: se llama Marcos y tiene cuatro años.
Un fuerte abrazo y arriba la moral
Gracias, Juan.
Me ha encantado tu comentario. Tienes mucha razón. Y evidentemente estoy de acuerdo y sé lo que tengo que hacer. El post es un simple desahogo.
Un abrazo
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