jueves, 15 de mayo de 2014

El sevillista

Hoy voy a contaros algo lleno de sencillez. Algo sin pretensiones. Sin bombo, sin platillo, sin pompa. Voy a contaros algo muy simple. Tan simple como la forma en que transcurrió el día de ayer para un sevillista. Sin nombre, ¿qué más da? Un sevillista cualquiera, uno de tantos como hay. Pero uno en concreto: uno que nos servirá de ejemplo y al que llamaré "el sevillista". 

El sevillista se levantó temprano. Muy temprano, como todos los días ha de hacer porque la vida le obliga a ello. Porque la cosa está montada así. No, él no fue a Turín. El sevillista, este sevillista, no se lo puede permitir. Sé que alguno ha dicho que quien no ha ido es porque no le ha dado la gana, pero no voy a comentar nada de eso porque esa persona habla desde la más absoluta ignorancia, y no merece que se diga más. O igual no. Igual es que tiene un retraso o algo, ante lo que no me queda más que mostrar mi respeto a su familia, darles ánimos para sobrellevar una situación tan difícil y desearles los mejor en el futuro. 

Como digo, el sevillista se levantó temprano, se preparó, se despidió hasta la tarde de su mujer, cuando ésta se fue al trabajo, y se hizo cargo, como todos los días, de levantar, preparar y llevar al colegio a su hijo. Cinco años cumple ya el tío justo la semana que viene. Cinco años, ¡cómo pasa el tiempo, joder! Es muy buen niño. aunque algo cabezota, como su madre. Bueno, su padre no se queda mucho atrás en ese aspecto, pero sobre todo como su madre. De hecho, ayer se le metió en la cabeza ir al colegio con su camiseta del Sevilla, lo cual no podía ser porque ya la llevó el día anterior y estaba sucia. Porque, como comprenderán, el niño es sevillista. No sabe aún del todo lo que significa eso, pero que el Sevilla es el mejor, así como concepto sobre el que ir trabajando, es algo que tiene más que claro. No hay escapatoria para él. No ya a estas alturas. Ya lo tiene grabado a fuego. Bendito inocente. Todavía no es consciente de lo afortunado que es. 

Cuando dejó a su hijo en el colegio, el sevillista sintió un pinchacito en el corazón. Siempre le ocurre, todos los días. Es lo que tiene ser padre, que a un hijo se le quiere de una forma diferente que al resto de las personas. Es tu obra maestra, lo que vas a dejar como legado para la Humanidad. No es más que un niño, pero es todo eso. Es algo inmenso. Y emociona. Al sevillista, al menos, le emociona. Y más en un día como el de ayer, en el que los sentimientos, sus sentimientos, estaban a flor de piel. ¿Cómo podía ser de otra manera? Si el Sevilla jugaba por la noche la final de la Europa League, de la UEFA de toda la vida de Dios, de la copa que nos cambió la vida. Otra vez. Cuando parecía que aquello fue un bello sueño del que habíamos despertado durante estos dos últimos años de mediocridad, otra vez estamos ahí. Que no fue un sueño. Que estamos ahí. Otra vez, ya digo. 

La mañana de trabajo fue intensa para el sevillista. Era de esperar. Y muy de agradecer, porque era previsible que la tarde fuese muy floja y lo que no se facturase por la mañana, no se haría ya en todo el día. Perdón, no lo he dicho. El sevillista tiene su negocio propio, un comercio abierto de cara al público, y claro, los factores externos influyen en su día a día. En una ciudad tan futbolera como Sevilla, con un sevillismo concentrado en su novena final en nueve años, con un beticismo escondido por lo que pudiera pasar y por mucho que en una ciudad tan grande, haya gente pa tó, la mañana todavía podría estar bien, pero la tarde iba a ser un paná. Y, efectivamente, la mañana fue intensa. Como si la gente se estuviese preparando. Como si fuesen corriendo a hacer lo que tuvieran que hacer y así descuidar y velar armas luego, al atardecer. 

Fue una mañana intensa, ya digo. De trabajo y de emociones. El sevillista se la pasó reteniendo lagrimitas de emoción, recordando tantos y tantos momentos de sevillismo vividos y canturreando por lo bajini el Himno del Centenario, pero sin meterse en Twitter (como acostumbra) ni leer practicamente nada sobre el partido. De hecho, desde que el equipo se clasificó para la final en aquel dramático choque en Mestalla, el sevillista anda completamente desconectado de todo. No quiere leer a nadie. No quiere hablar de fútbol. Ha decidido que esta final la va a vivir él consigo mismo, con sus recuerdos, con sus sentimientos, con la añoranza de esos otros sevillistas cercanos que ya están en el Tercer Anillo. Sin injerencias, sin influencias externas. Él solo con su sevillismo. En pureza, tan intensa como fuera posible. Y no era por nada. No es que tuviera nada contra nadie. En absoluto. Simplemente, fue su decisión. 

Por tanto, el sevillista no ha sido testigo de lo que han dicho esos cenizos que llevan toda la puta temporada metiéndose con el club, con los jugadores, con el entrenador, etc; esos que desaparecían cuando el equipo ganaba y lo copaban todo cuando perdía. Esos. Sí, esos, todos sabemos de lo que hablo; el sevillista no sabe cómo lo han hecho para recolocar su postura sin hacer demasiado el ridículo. No sabe si lo han conseguido. Bueno, para él, no. Para él, siempre serán ridículos. Porque una cosa en la crítica, incluso la voraz y encarnizada, y otra hacer el gilipollas. El imbécil. El carajote. Todo eso, ya sabemos. 

Tampoco sabe cómo han reaccionado los que todo lo piensan en clave de "metámonos con el Betis, ahora que están hundidos". Que son cosas que gusta leer y que hacen gracia, pero que llega un punto en que nos hace pequeños de tanto compararnos con un equipo inferior, aunque sea para mostrar nuestra superioridad. Ni tampoco los que se pegan golpes en el pecho en plan "yo ya lo dije" y despreciando a los que han venido criticando. Oigan, que el Sevilla ha merecido mucho las críticas este año. Las sensatas, las bien orientadas, pero críticas a fin de cuentas. Ni yo ya lo dije ni nada. Las cosas han salido bien igual que pudieron salir mal. El fútbol es demasiado complejo como para ir presumiendo y alardeando de unas dotes adivinatorias que nadie tiene. 

Sí que echó de menos a los de siempre, a los sevillistas con los que acostumbra a debatir y a los que tanto admira. Pero fue su decisión. Se recluyó, se encerró en sí mismo y decidió vivir el momento histórico de esa manera. Tan respetable como cualquier otra. 

Efectivamente, la tarde fue un paná. Solo sirvió para alimentar sus nervios, para que se acentuara el dolor de estómago, para que le temblaran las manos, para que aparecieran los sudores (y no solo por el calor), para que alguna lagrima se escapase, para seguir cantando el Himno, para dar vueltas y vueltas por el local, contando los minutos que faltaban para la hora de irse. De hecho, se fue media hora antes de lo normal. ¡Al carajo! Si no hay nadie en la calle, si apenas han entrado dos personas en toda la tarde ¿qué coño hacía allí? De modo que recogió los bártulos, cerró la persiana, se encendió un cigarro y comenzó a andar camino de donde tenía aparcado el coche. Que esa es otra. El nivel de nerviosismo suele ser directamente proporcional al consumo de tabaco, con lo que éste se disparó en la jornada de ayer por parte del sevillista. Daba igual. No pasaba nada. No suele fumar mucho, por lo que se podía acoger a eso tan clásico de "un día es un día". Y si no también, qué coño. Que no pasa nada por fumar un poco más de lo debido de cuando en cuando. De higo a breva. Sólo en las previas de los partidos que pasarán a la Historia del club con letras de oro. Únicamente. 

Ya en el coche, camino de casa, dijeron por la radio algo con lo que el sevillista está muy de acuerdo. El Sevilla ha recuperado el gen ganador que una vez tuvo, allá por las décadas de los 40 y 50 del siglo pasado. Se puede decir que la fortuna le ha acompañado en más de una ocasión este año, pero un equipo que juega nueve finales en nueve temporadas es un equipo competitivo. Ganador. Sea como sea el modo en que llegue a una de ellas en concreto. Y es cierto. Este Sevilla no tiene nada que ver con aquel con el que el sevilllista se crió. Este Sevilla, empezando por la afición y terminando por el último empleado, tiene unas miras, una ambición, una exigencia que no es comparable con nada que el sevillista, a sus 39 años, haya conocido jamás. Este Sevilla es un equipo campeón porque así lo exigimos, y su mayor fracaso es quedar novenos en la liga y no disputar competición europea una vez en una década. Y cuando un equipo es campeón, pues pasa lo que pasa. Que sí, que a veces fracasará, pero otras triunfará. Y que un equipo campeón triunfe significa que gana un título. Esto era, simplemente, impensable en el Sevilla con el que el sevillista se crió. Impensable. Un sueño, ni más ni menos. Un sueño hecho realidad. 

Del partido en sí, de su desarrollo, de lo que ocurrió, poco puede hablar el sevillista. Por mucho que le guste el fútbol, por mucho que tenga conocimientos para analizar los partidos, para comentarlos tácticamente, para dar su opinión sobre diferentes aspectos de este bendito deporte, el sevillista, en ese sentido, no tiene ni idea de lo que ocurrió anoche a lo largo del encuentro. El sevillista no vio un partido. Lo sufrió, lo sintió, se emocionó con él, pero no lo vio. No a nivel deportivo, sino solo a nivel sentimental. ¿Que cómo jugó el Sevilla? Objetivamente, no tiene ni idea. Sí que percibió que competía al más alto nivel. Que el Benfica fue ligeramente superior, pero que el Sevilla no desmereció para nada. Que se fajó, que luchó, que se partió la cara, que tuvo sus opciones del mismo modo que las tuvo el rival. Que se dejó la vida en el campo, que aguantó la prórroga y que en los penalties...

Ay, Dios, en los penalties...

El sevillista vio el partido hecho un manojo de nervios, pero sin expresarlos de un modo claro. Su mujer los percibía y se reía, pero eso es porque le conoce. El sevillista no grita, no salta, no se expresa. El sevillista se mete en un rincón, se come las uñas y sufre en silencio. Sufre como una perra, pero eso: en silencio. Y así fue a lo largo de todo el partido. Y en los penalties. Y cuando Rakitic levantó la copa. Una enorme sonrisa de felicidad en su rostro, y poco más. Él es así, ya está criadito y no le vamos a cambiar a estas alturas. 

Y entonces llegó el mejor momento para el sevillista. Cuando su mujer se fue a la cama tras la entrega de trofeos y él le dijo que se quedaba un ratito. Que necesitaba relajarse. Llevaba días desconectado, sin hablar con nadie de fútbol para vivir en soledad este momento histórico, y aún le quedaba el disfrute del éxito así, en soledad. De modo que, una vez solo, se levantó del sofá, apagó la televisión, se fue a la cocina, el único rincón de la casa donde se permite a sí mismo fumar, apagó todas las luces, se sentó, encendió un cigarrillo y entonces sí...

Entonces se le escaparon las lágrimas. 

El momento de éxtasis llegó. Dejó volar sus pensamientos y se acordó, como siempre, de su abuelo, quien le inyectó en vena el sevillismo. De cuando le contaba cosas de un Sevilla campeón que sonaba a batallita magnificada más que a realidad. De cuando le decía que Campanal II era un fuera de serie, que Busto era mejor que Buyo, que como Juan Arza nunca hubo nadie..., tantas y tantas cosas. De cuando el pobre, ya en su último año de vida, impedido, sin poder andar, cuando veía un partido del Sevilla, sacaba fuerzas de donde no las tenía para pegar patadas a la mesa cuando consideraba que el jugador tenía que chutar. Que veía los partidos en televisión, a todo volumen, y a la vez los escuchaba por la radio, volviendo medio loco a todo el mundo con tanto ruido. Y que lloraba como un niño chico cuando el equipo marcaba un simple gol porque eso era lo que le salía de dentro. Qué hubiera hecho de haber visto lo de anoche. 

Madre mía, qué hubiera hecho. 

Cuando el cigarro se terminó, encendió otro. El momento lo requería. Había que prolongarlo lo máximo posible. ¿Qué más daba? Al día siguiente se fumaría uno menos y así compensaría. Y entonces pensó en que este título es el más sevillista de todos los que ha conocido. Este no es un título de haber jugado bien, de haber barrido a los rivales, nada de eso. Este es el título de la casta y el coraje. Del dicen que nunca se rinde. Penalties, remontadas épicas, goles en el último minuto, lucha, lucha, lucha... lo que dicen los himnos, ambos, el de siempre y el del Centenario. Sevillismo puro y duro. Nuestra idiosincrasia. Nada puede ser más grande que alcanzar la gloria siendo fiel a tus principios más arraigados. 

Y pensando en eso se consumió el segundo cigarrillo. 

El éxtasis no acabó ahí. El éxtasis continuó luego. Ya en la cama, en la que se metió con todo cuidado para no despertar a su mujer, que ya dormía. Se tumbó boca arriba, sonriente, sabedor de que ni de coña se iba a poder dormir así, tan fácilmente. Tampoco quería. Lo que deseaba era seguir disfrutando en soledad de la gloria, del éxito, del triunfo. Extasiado, como justo después de la mejor culminación sexual imaginable, con esa cara de idiota, de llámame tonto todas las veces que quieras, pero dame mucho de este pan. Mucho. Todo el que sea posible. Feliz a fin de cuentas, porque no se trata más que de eso: de felicidad. 

Y en medio de esa felicidad, con tantos sentimientos agolpados, con tantos pensamientos yendo y viniendo, con tantas emociones enfrentadas, una idea permanecía fija. Una idea, un convencimiento, una sensación que llegó a pronunciar así, bajito, para sí mismo, para que nadie la escuchase, pero que lo supiese todo el mundo. El mejor pensamiento de todos:

"Qué grandes somos, coño. Qué grandes somos".

6 comentarios:

EL PAPI MAGASE dijo...

Rafa si alguna vez te topas con ese sevillista,dale el mayor abrazo que le hallas dado a nadie de mi parte,porque me da a mi que tengo algo muy en común con él,que grande es ser sevillista hermano,que grande.

Jose Manuel Ariza dijo...

Saludos.

¡Qué manera tan sencilla de contar algo tan complejo!

Quizás sea eso, la sencillez, la que consigue hacernos partícipes (todos tenemos sentimientos similares) de un drama/éxtasis tan particular, tan profundo, tan cotidiano.

Ahí ando, hoy, tratando de contar mi experiencia turinesa. Veremos qué sale.

Un abrazo, Rafa sevillista cualquiera.

Cuida a ése crio porque trae genes de Sevillista Grande.

Cuídate.

MARCU dijo...

Vaya pedazo de post, Y vaya pedazo de sevillista.
Sencillez y grandiosidad. Y es que la verdadera grandeza consiste en que los demás entiendan tu sencillez.
Ya lo dijo Ernesto Sabato que para ser humilde se necesita grandeza.
Amigo, mi abrazo más cordial y un besote fuerte a ese caballero de 5 años ya.

Juan Jose Roman dijo...

¡Muy grandes!

Rafael Sarmiento dijo...

@Papi Magase

Lo veo todas las mañanas al otro lado del espejo ;-)

@Jose Manuel Ariza

Pues aquí esperando que esa experiencia se convierta en artículo. Gracias.

@Marcu

Cada uno tiene su historia particular al respecto. Esta es la mía. Una sola historia es sencilla. La suma de la de todos, eso sí que es grande.

@Juan Jose Román

¡Muchísimo!


Muchas gracias a todos, un abrazo.

Alberto H. dijo...

Pues sí, Rafael. Así es. La última frase del post la hemos repetido muchísimo los sevillistas estos días. Pero los sevillistas ya lo sabíamos desde hace mucho tiempo. Y, sobre todo, somos grandes no ya por lo conseguido, que es mucho, sino porque nadie nos ha regalado nunca nada. Más bien, al contrario, porque el Sevilla podría llevar al menos, que yo sepa, tres ligas en su haber y no una.

Un saludo.

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