lunes, 14 de octubre de 2013

La locura de Doña Juana (y VI)

CAPITULO VI

LA LOCURA

1507 - 1555

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El 20 de diciembre de 1506, un día antes del inicio del invierno, la Reina doña Juana, desoyendo los consejos, súplicas y hasta conatos de órdenes de todo el mundo, ordenó sacar de su tumba el féretro de su marido (enterrado en la Cartuja de Miraflores de Burgos) para proceder a su traslado a Granada, pues, según ella, tal era el deseo del difunto. Un traslado que se convirtió en uno de los episodios más lamentables de la historia de nuestro país, ya que la reina (que estaba embarazada de un hijo póstumo de su marido) se empeñó en hacerlo en procesión, con un importante séquito, haciendo parada en diferentes poblaciones castellanas por las que iban pasando. Y haciendo los recorridos de noche, en el frío invierno, alumbrando el cortejo con antorchas y con un coro de monjes entonando cánticos fúnebres. Es difícil imaginar algo más macabro. Ni siquiera su embarazo la detuvo, aunque sí el parto de su última hija, Catalina, que se produjo en Torquemada, villa en la que tuvo que permanecer hasta abril, para luego continuar. Fue durante ese recorrido cuando el pueblo, al ver el desvarío de la reina, dictó sentencia y le puso el (obvio) mote que ha perdurado hasta nuestros días.

La loca...

Doña Juana la Loca - Francisco Pradilla

Doña Juana siguió con el cortejo fúnebre incluso después del retorno de Fernando, su padre, y su reencuentro con él, que tuvo lugar en Tórtoles (Burgos) en agosto de 1507. Continuó después hacia el sur hasta llegar a Arcos (Cádiz), donde permaneció más de un año, cada vez más abandonada, durmiendo en el suelo, sin lavarse, sin cambiarse de ropa y siempre al lado del féretro de su marido. Pero después de una revuelta que tuvo lugar en Córdoba, Fernando el Católico supo de las intrigas de algunos nobles que estuvieron del lado de Felipe el Hermoso en su momento, temió que raptaran a su hija (que tan expuesta se encontraba) y decidió llevarla a un lugar seguro: Tordesillas. Allí se trasladó en febrero de 1509, siempre llevando consigo el féretro de su esposo y su macabro cortejo. Y allí quedó recluida junto a su hija pequeña Catalina.

Tordesillas
Entretanto, Fernando asumió la regencia de Castilla con admirable éxito. Aparte de la expansión por América, se tomaron diferentes plazas en el norte de Africa (Orán, Bujía, Mazalquivir, Argel, Trípoli...) y, sobre todo, se logró la anexión del Reino de Navarra (a partir de 1512), completando la unidad de lo que hoy conocemos como España. Era tanta su ambición, que pasaba por encima de cualquier cosa. Incluyendo la memoria y el legado de su primera esposa, Isabel (ya comentamos en el capítulo anterior su boda con la francesa Germana de Foix y lo que pudo llegar a suponer) y, por supuesto, de su hija, la verdadera reina. Incluso, y para que a nadie se le pasara por la cabeza la posibilidad de que Juana pudiera recuperarse hasta el punto de estar preparada para gobernar, la llegó someter a una humillación pública nada propia de un padre. Porque, en cierta ocasión, se hizo acompañar de nobles y embajadores para acudir a visitarla a Tordesillas. Una vez allí, fue a verla él solo primero. Y cuando certificó lo que suponía (el lamentable estado en el que se encontraba), permitió a los demás acudir para que lo vieran y que no le cupiera duda a nadie de que era él quien debía seguir en la regencia.

Cardenal Cisneros
A la muerte de Fernando el Católico en 1516, fue de nuevo el Cardenal Cisneros quien asumió la regencia, mientras doña Juana seguía recluida en Tordesillas. Sin embargo, el cambio de gobernante trajo diferentes mejoras en la situación de la reina, cuyos cuidados hasta entonces habían dejado mucho que desear. Es paradójico que sea a la muerte del padre cuando la situación de la hija mejore. Hay que reconocer que lo que Fernando hizo con ella (tenerla medio abandonada para que destacase su mal estado y que nadie le discutiese su poder) fue muy beneficioso para la gobernanza del país. Una Castilla con alguien débil y desvariado como doña Juana al frente hubiese sido un nido perfecto para nobles sin escrúpulos deseosos de enriquecerse personalmente a costa de dicha debilidad, antes que atender las necesidades de la nación. Fernando el Católico fue un estadista absolutamente brillante, pero una persona deplorable. Gracias a él se cimentaron las bases del esplendoroso Imperio Español de los siglos posteriores. Sin su actuación, Castilla y Aragón hubiesen vuelto a ser reinos pequeños y destrozados por luchas internas de poder. Pero a veces hay que cuestionarse hasta qué punto el fin justifica los medios. Se dice que Maquiavelo se inspiró en él para escribir "El Príncipe", que no es más que un tratado sobre política en el que se muestra cómo puede un gobernante lograr sus objetivos, aun pasando por encima de cualquier cosa, y a la vez ser bien visto y considerado por sus súbditos y demás gobernantes. De ahí salió el adjetivo maquiavélico, que viene a significar algo así como retorcido, sibilino. Y justo así era Fernando. Un personaje de leyenda al que la historia le debe muchísimo, pero que, escarbando un poco en su vida, nos damos cuenta de hasta qué punto fue un ser humano siniestro, mezquino, insensible y eso, lo que digo: maquiavélico.

A pesar de todo, yo soy de la opinión de que, a estas alturas, en 1516, doña Juana aún no estaba loca. Podemos hablar de una persona excéntrica, pero no con la cabeza perdida, como comprobaremos más adelante. Y eso que en los últimos tiempos había sufrido un inmenso daño por culpa de la actitud de Fernando el Católico. Se sabe que el deseo de la reina era el de reunir a todos sus hijos a su lado y gobernar Castilla con el consejo y apoyo de su padre. Pero este quiso gobernar él solo, sin ninguna injerencia, la encerró en un castillo y no permitió que viniera su descendencia. Sólo la pequeña Catalina vivía con ella. Ni siquiera Fernando, el hijo que tuvo cuando Felipe se marchó a Flandes, dejándola a ella sola en Castilla, y que estaba siendo criado bajo la directa supervisión de su abuelo El Católico. Doña Juana fue sacrificada por las ambiciones de su padre. Fue encarcelada, abandonada y hasta humillada (como hemos visto). Fue separada de sus hijos, y todo ello tras un duelo tan complicado como el que sufrió tras la muerte de su marido. Una muchacha que en 1509 (cuando fue encerrada) aún no había cumplido los 30 años. De haber tenido un mejor trato, posiblemente habría sido capaz de salir de ese estado tan depresivo. No sabemos si como para convertirse en una gran reina, pero sí al menos para llevar una vida normal. Pero su propio padre la sentenció. La condenó a su suerte. La abandonó a sabiendas de lo mal que se encontraba, pero, en mi opinión, ni siquiera eso consiguió que esa depresión deviniera en locura. Al menos aún.

Carlos I de España de adolescente
Y es aquí, a la muerte de Fernando el Católico, cuando hace aparición Carlos I, el hijo que doña Juana tuvo en los lavabos del castillo de Gante y que siempre había vivido en Flandes. La persona designada por Isabel la Católica para gobernar Castilla en caso de incapacidad de doña Juana, eso sí, en el momento en que tuviera edad para ello. En 1516, Carlos tenía 16 años. Y bien asesorado por sus validos, tomo una decisión innovadora para su tiempo. Ya que era él el designado para gobernar y también el heredero a la corona cuando falleciese su madre, decidió auto - proclamarse algo así como "co - rey" (permítaseme la expresión). No iba a ser sólo gobernador, sino rey a la par que su madre. Algo semejante a lo que hicieron sus abuelos, los Reyes Católicos, pero no siendo matrimonio, sino madre e hijo. He ahí la innovación.  Así, los documentos oficiales se comenzaron a encabezar con la leyenda:

"Doña Juana e don Carlos, su hijo, reina y rey de Castilla, de León, de Aragón..."

Dada la inmensa grandeza de un personaje como Carlos I de España y V de Alemania, puede que muchos no sepan del enorme respeto que este mantuvo hacia su madre. De entrada, no fue rey pasando por encima de ella (como hizo Felipe el Hermoso, y como hizo también Fernando el Católico con el título de Gobernador), sino que la puso a su mismo nivel, aunque fuera nominalmente. Luego, lo primero que hizo cuando pisó España por primera vez en 1517 fue ir a verla. Y no para hacerle una visita de cortesía, sino que, llevándose también a su hermana Leonor, pasó conviviendo con ella un buen número de días. Y, posteriormente, a lo largo de toda su vida, le hizo incontables visitas, dentro de lo que sus enormes responsabilidades como rey de España y Emperador alemán le permitieron.

De todos modos, ni siquiera ese respeto evitó que se mantuviera su encierro en Tordesillas. Pero es que, a esas alturas, no había otra opción para guardar el orden en la Península. Y la prueba más clara de ello la obtuvo al poco de acceder al trono: la revuelta de los Comuneros. Lo que tanto quiso evitar Fernando el Católico se produjo muy poco después de la muerte de este. Que algún partido contrario al estatus establecido se rebelara y quisiera utilizar y aprovecharse de la debilidad de la Reina para alcanzar sus intereses. Con el pretexto del desconcierto que se creó en Castilla al ser coronado rey un muchacho adolescente, extranjero, que nunca había pìsado nuestra tierra, que ni siquiera hablaba nuestro idioma y que colocó a gente de su confianza (extranjeros también) en importantes cargos, un buen número de ciudades se levantó en armas en 1520 y sus líderes trataron de engatusar a doña Juana para que reclamara sus derechos como reina en contra de su hijo. 
Juan de Padilla
Uno de los líderes de los Comuneros


La reina vio en este movimiento una evidente oportunidad para obtener de una vez la libertad que le era negada desde hacía una década. De hecho, fue libre a partir del momento en que este movimiento tomó el control de Tordesillas. Los comuneros, a través de uno de sus líderes, Juan de Padilla, que se entrevistó con ella, se pusieron al servicio de doña Juana con la esperanza de que esta estuviese con ellos y obtener así un apoyo fundamental para su causa. No en balde, ella era la verdadera reina. Solo faltaba que diese un paso al frente, que demostrara que estaba capacitada para tomar el mando. No se le pedía que fuera como su madre, la mejor reina que se había visto nunca en Castilla, pero sí al menos que supiese rodearse de buenos consejeros y que delegase en ellos las decisiones. Y doña Juana casi lo hace. Casi. En un emotivo, histórico y poco conocido discurso ante la Junta de los Comuneros, demostró que para nada tenía la cabeza perdida. Pidió perdón por no haber tomado las riendas con anterioridad, se justificó alegando lo difícil que fue para ella asumir la pérdida de su marido, la tristeza por tener que vivir separada de sus hijos y que, mientras vivió su padre, el gobierno estaba bien atendido; reconoció que tenía que hacer lo que fuera para pasar página y seguir adelante; cargó contra su padre por no haber tenido la dignidad de ayudarla, aunque lo justificó acusando a Germana de Foix, la segunda esposa de aquel, de ser la principal instigadora de que se mantuviera su encierro en Tordesillas durante tantos años. 

Batalla de Villalar de los Comuneros
El cambio en doña Juana fue evidente en aquellos días. De pronto, se transformó, y así lo dejan reflejado los cronistas de la época e incluso algunos visitantes que tuvo, como el embajador de Portugal. Cambios en la actitud, en el humor, incluso en la vestimenta y en la llevanza de una vida ordenada. Parecía haber salido del pozo y para certificarlo, sólo faltaba una cosa: que firmase los acuerdos de la Junta Comunera, lo cual daría a esta una razón legal para sus pretensiones. Ni más ni menos que el apoyo de la verdadera reina. Eso les hubiera dado una fuerza enorme, una legitimidad a la que difícilmente se hubiera podido hacer frente. Pero la reina les pidió a cambio una cosa que ellos, por desgracia, no tenían:

Tiempo. 

La Demencia de Doña Juana
Lorenzo Vallés
Doña Juana pidió tiempo para recuperarse, para terminar de salir del pozo..., para ponerse mejor. Recordemos que, aparte de la dificilísima vida que había tenido, llevaba once años encerrada en un castillo. Si ya en 1506, cuando murió su marido, había tenido aquel comportamiento tan cercano a la locura, imaginen cómo se debía encontrar tras más de una década de encierro y separada de cuatro de sus cinco hijos. Y aún así, dio el paso al frente para tomar el mando. No estaba loca. Ni muchísimo menos. Al revés, demostró una descomunal fuerza, porque, como diríamos hoy burdamente, hay que tenerlos como el caballo de Espartero para, después de pasar lo que pasó aquella muchacha, aún tuviera arrestos para dar ese paso al frente. Pero necesitaba un poco más de tiempo, es natural, lógico, completamente comprensible. No hablamos de dar paseítos matutinos por la ribera del Duero (que era lo que estaba empezando a hacer), sino de tomar el mando de un incipiente imperio; de enfrentarse a su hijo; seguramente, de hacer frente a una guerra contra los partidarios de este, entre los que estaban algunos de los grandes nobles y que recibirían, evidentemente, el apoyo del Sacro Imperio, pues Carlos, a aquellas alturas, ya era también Emperador. Era un reto inmenso para alguien tan maltratado. Y, a cambio, sólo pedía eso: un poco de tiempo. 

Ajusticiamiento de Padilla, Bravo y Maldonado,
líderes de los Comuneros
Pero no lo había. Eso no se le podía conceder y poco después, cuando Tordesillas volvió a caer en manos regias y fue encerrada de nuevo, doña Juana recayó en su depresión y ya jamás se recuperó de ella. Estamos a finales de 1520 y a esta pobre mujer le esperaba un encierro de 35 años más, hasta 1555. Porque la vida fue tan cruel con ella que la hizo permanecer en el mundo de los vivos hasta los 76 años, algo verdaderamente inaudito en aquella época. Treinta y cinco años encarcelada en un castillo, privada de cualquier atisbo de libertad, sola con sus obsesiones, con sus fantasmas y sin respuesta a una pregunta que la martirizaría día y noche. ¿Por qué? ¿Qué razón había para que su esposo, su padre y su hijo se empeñaran en tenerla allí metida, día tras día, mes tras mes, año tras año...? Si ella nunca tuvo ambiciones políticas, si sólo quería vivir en paz... ¿qué razón había?  

Treinta y cinco años. ¿Qué razón había? No había respuesta. No había razón alguna. Y eso fue lo que la volvió loca. ¿Acaso no nos habría ocurrido lo mismo a cualquiera de nosotros?

Juana la Loca recluida en Tordesillas con su hija Catalina - Francisco Pradilla

Mientras España se convertía en un inmenso imperio, doña Juana permaneció encarcelada en Tordesillas por orden de su hijo Carlos, aunque este nunca la dejó de lado. Mantuvo la mención a ella en todos los documentos oficiales, considerándola reina a la par que él. La visitó en incontables ocasiones e hizo que conociera a toda su familia, inculcándoles a sus hijos, los nietos de ella, el mismo respeto. De hecho, el propio Felipe II, cuando aún no era rey, pero ejercía la gobernación en España durante las ausencias de su padre, también la visitó en repetidas ocasiones. 

Y hay algo verdaderamente conmovedor en el final de la vida de Carlos I que no me gustaría pasar por alto. Como si, efectivamente, él hubiera tenido siempre claro que su reinado se ejercía a la par que el de su madre, justo cuando ella murió, en 1555, él decidió abdicar y retirarse, decisión que se convirtió en oficial a partir del siguiente año. Dos años después, en 1558, don Carlos moría en el Monasterio de Yuste, en Cáceres, y a mí me da por pensar que, igual, este hombre tuvo presente a su madre con mucha mayor intensidad que lo que la Historia nos cuenta, hasta el punto de abandonar el poder cuando ella hizo lo propio con el mundo de los vivios. Como si hubiera querido llevar a cabo el reinado que su madre, por su incapacidad, no pudo. Como si, una vez fallecida esta, ese reinado careciera de sentido y fuera hora de legarlo al siguiente en la línea de sucesión. 

Es una teoría absurda, lo sé, pero es que la historia de doña Juana es tan triste, que a uno le dan ganas de buscar alguna explicación a tanta desgracia. Alguna respuesta a aquel porqué que la volvió loca. Algún sentido a tanta crueldad. Y trato de imaginar que la esplendorosa vida que debió tener aquella señora, y que le fue negada, fue la que vivió su hijo, que este fue consciente de ello y que, una vez terminada la de su madre, la suya tomó el mismo camino justo a continuación.

Y si las cosas no fueron así, que seguramente no lo fueron, ¿por qué, entonces? Esta es una pregunta sin respuesta y uno de los mayores borrones del que la Historia llama el Siglo de Oro español. 


Estatua de Doña Juana con la corona en las manos, porque fue reina,
y el mundo a sus pies, porque lo fue de un imperio.
Tordesillas

3 comentarios:

MARCU dijo...

Bueno amigo, aunque no haya comentado, me encantaron todos los artículos. Los fotocopie y ya duermen en mis apuntes particulares. Sé que has bebido en buenas fuentes y que bebes con mucha sed, que es cuando sabe bien el líquido elemento.

Solo me queda felicitarte muy efusivamente de nuevo,y mandarte un abrazo virtual

MARCU dijo...

¿....y sabes una cosa? Supe de hechos históricos desconocidos para mí.

Un abrazo

Rafael Sarmiento dijo...

Gracias, amigo.

Me alegro de que te haya gustado y de haber mostrado algo que no sabías. Que ya es difícil. Por cierto, gracias, también por reconocerlo. Eso dice mucho de ti. Podrías habértelo callado y en paz.

Quedaría por saber de qué hecho hablas, aunque me figuro de lo que se trata porque es algo de lo que no se cuenta nada y has de investigar un poco a fondo para descubrirlo. Dicen que una verdad a medias es la peor de las mentiras. Y en Historia nos cuentan muchas verdades a medias para encajarla del modo en que les interesa a quienes corresponda.

En fin, que te agradezco mucho el interés.

Un abrazo.

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