CAPITULO VI
LA LOCURA
1507 - 1555
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El 20 de diciembre de 1506, un día antes del inicio del invierno, la Reina doña Juana, desoyendo los consejos, súplicas y hasta conatos de órdenes de todo el mundo, ordenó sacar de su tumba el féretro de su marido (enterrado en la Cartuja de Miraflores de Burgos) para proceder a su traslado a Granada, pues, según ella, tal era el deseo del difunto. Un traslado que se convirtió en uno de los episodios más lamentables de la historia de nuestro país, ya que la reina (que estaba embarazada de un hijo póstumo de su marido) se empeñó en hacerlo en procesión, con un importante séquito, haciendo parada en diferentes poblaciones castellanas por las que iban pasando. Y haciendo los recorridos de noche, en el frío invierno, alumbrando el cortejo con antorchas y con un coro de monjes entonando cánticos fúnebres. Es difícil imaginar algo más macabro. Ni siquiera su embarazo la detuvo, aunque sí el parto de su última hija, Catalina, que se produjo en Torquemada, villa en la que tuvo que permanecer hasta abril, para luego continuar. Fue durante ese recorrido cuando el pueblo, al ver el desvarío de la reina, dictó sentencia y le puso el (obvio) mote que ha perdurado hasta nuestros días.
El 20 de diciembre de 1506, un día antes del inicio del invierno, la Reina doña Juana, desoyendo los consejos, súplicas y hasta conatos de órdenes de todo el mundo, ordenó sacar de su tumba el féretro de su marido (enterrado en la Cartuja de Miraflores de Burgos) para proceder a su traslado a Granada, pues, según ella, tal era el deseo del difunto. Un traslado que se convirtió en uno de los episodios más lamentables de la historia de nuestro país, ya que la reina (que estaba embarazada de un hijo póstumo de su marido) se empeñó en hacerlo en procesión, con un importante séquito, haciendo parada en diferentes poblaciones castellanas por las que iban pasando. Y haciendo los recorridos de noche, en el frío invierno, alumbrando el cortejo con antorchas y con un coro de monjes entonando cánticos fúnebres. Es difícil imaginar algo más macabro. Ni siquiera su embarazo la detuvo, aunque sí el parto de su última hija, Catalina, que se produjo en Torquemada, villa en la que tuvo que permanecer hasta abril, para luego continuar. Fue durante ese recorrido cuando el pueblo, al ver el desvarío de la reina, dictó sentencia y le puso el (obvio) mote que ha perdurado hasta nuestros días.
La loca...
Doña Juana siguió con el cortejo fúnebre incluso después del retorno de Fernando, su padre, y su reencuentro con él, que tuvo lugar en Tórtoles (Burgos) en agosto de 1507. Continuó después hacia el sur hasta llegar a Arcos (Cádiz), donde permaneció más de un año, cada vez más abandonada, durmiendo en el suelo, sin lavarse, sin cambiarse de ropa y siempre al lado del féretro de su marido. Pero después de una revuelta que tuvo lugar en Córdoba, Fernando el Católico supo de las intrigas de algunos nobles que estuvieron del lado de Felipe el Hermoso en su momento, temió que raptaran a su hija (que tan expuesta se encontraba) y decidió llevarla a un lugar seguro: Tordesillas. Allí se trasladó en febrero de 1509, siempre llevando consigo el féretro de su esposo y su macabro cortejo. Y allí quedó recluida junto a su hija pequeña Catalina.
Tordesillas |
Cardenal Cisneros |
A pesar de todo, yo soy de la opinión de que, a estas alturas, en 1516, doña Juana aún no estaba loca. Podemos hablar de una persona excéntrica, pero no con la cabeza perdida, como comprobaremos más adelante. Y eso que en los últimos tiempos había sufrido un inmenso daño por culpa de la actitud de Fernando el Católico. Se sabe que el deseo de la reina era el de reunir a todos sus hijos a su lado y gobernar Castilla con el consejo y apoyo de su padre. Pero este quiso gobernar él solo, sin ninguna injerencia, la encerró en un castillo y no permitió que viniera su descendencia. Sólo la pequeña Catalina vivía con ella. Ni siquiera Fernando, el hijo que tuvo cuando Felipe se marchó a Flandes, dejándola a ella sola en Castilla, y que estaba siendo criado bajo la directa supervisión de su abuelo El Católico. Doña Juana fue sacrificada por las ambiciones de su padre. Fue encarcelada, abandonada y hasta humillada (como hemos visto). Fue separada de sus hijos, y todo ello tras un duelo tan complicado como el que sufrió tras la muerte de su marido. Una muchacha que en 1509 (cuando fue encerrada) aún no había cumplido los 30 años. De haber tenido un mejor trato, posiblemente habría sido capaz de salir de ese estado tan depresivo. No sabemos si como para convertirse en una gran reina, pero sí al menos para llevar una vida normal. Pero su propio padre la sentenció. La condenó a su suerte. La abandonó a sabiendas de lo mal que se encontraba, pero, en mi opinión, ni siquiera eso consiguió que esa depresión deviniera en locura. Al menos aún.
Carlos I de España de adolescente |
"Doña Juana e don Carlos, su hijo, reina y rey de Castilla, de León, de Aragón..."
Dada la inmensa grandeza de un personaje como Carlos I de España y V de Alemania, puede que muchos no sepan del enorme respeto que este mantuvo hacia su madre. De entrada, no fue rey pasando por encima de ella (como hizo Felipe el Hermoso, y como hizo también Fernando el Católico con el título de Gobernador), sino que la puso a su mismo nivel, aunque fuera nominalmente. Luego, lo primero que hizo cuando pisó España por primera vez en 1517 fue ir a verla. Y no para hacerle una visita de cortesía, sino que, llevándose también a su hermana Leonor, pasó conviviendo con ella un buen número de días. Y, posteriormente, a lo largo de toda su vida, le hizo incontables visitas, dentro de lo que sus enormes responsabilidades como rey de España y Emperador alemán le permitieron.
De todos modos, ni siquiera ese respeto evitó que se mantuviera su encierro en Tordesillas. Pero es que, a esas alturas, no había otra opción para guardar el orden en la Península. Y la prueba más clara de ello la obtuvo al poco de acceder al trono: la revuelta de los Comuneros. Lo que tanto quiso evitar Fernando el Católico se produjo muy poco después de la muerte de este. Que algún partido contrario al estatus establecido se rebelara y quisiera utilizar y aprovecharse de la debilidad de la Reina para alcanzar sus intereses. Con el pretexto del desconcierto que se creó en Castilla al ser coronado rey un muchacho adolescente, extranjero, que nunca había pìsado nuestra tierra, que ni siquiera hablaba nuestro idioma y que colocó a gente de su confianza (extranjeros también) en importantes cargos, un buen número de ciudades se levantó en armas en 1520 y sus líderes trataron de engatusar a doña Juana para que reclamara sus derechos como reina en contra de su hijo.
La reina vio en este movimiento una evidente oportunidad para obtener de una vez la libertad que le era negada desde hacía una década. De hecho, fue libre a partir del momento en que este movimiento tomó el control de Tordesillas. Los comuneros, a través de uno de sus líderes, Juan de Padilla, que se entrevistó con ella, se pusieron al servicio de doña Juana con la esperanza de que esta estuviese con ellos y obtener así un apoyo fundamental para su causa. No en balde, ella era la verdadera reina. Solo faltaba que diese un paso al frente, que demostrara que estaba capacitada para tomar el mando. No se le pedía que fuera como su madre, la mejor reina que se había visto nunca en Castilla, pero sí al menos que supiese rodearse de buenos consejeros y que delegase en ellos las decisiones. Y doña Juana casi lo hace. Casi. En un emotivo, histórico y poco conocido discurso ante la Junta de los Comuneros, demostró que para nada tenía la cabeza perdida. Pidió perdón por no haber tomado las riendas con anterioridad, se justificó alegando lo difícil que fue para ella asumir la pérdida de su marido, la tristeza por tener que vivir separada de sus hijos y que, mientras vivió su padre, el gobierno estaba bien atendido; reconoció que tenía que hacer lo que fuera para pasar página y seguir adelante; cargó contra su padre por no haber tenido la dignidad de ayudarla, aunque lo justificó acusando a Germana de Foix, la segunda esposa de aquel, de ser la principal instigadora de que se mantuviera su encierro en Tordesillas durante tantos años.
Batalla de Villalar de los Comuneros |
Tiempo.
La Demencia de Doña Juana Lorenzo Vallés |
Ajusticiamiento de Padilla, Bravo y Maldonado, líderes de los Comuneros |
Treinta y cinco años. ¿Qué razón había? No había respuesta. No había razón alguna. Y eso fue lo que la volvió loca. ¿Acaso no nos habría ocurrido lo mismo a cualquiera de nosotros?
Mientras España se convertía en un inmenso imperio, doña Juana permaneció encarcelada en Tordesillas por orden de su hijo Carlos, aunque este nunca la dejó de lado. Mantuvo la mención a ella en todos los documentos oficiales, considerándola reina a la par que él. La visitó en incontables ocasiones e hizo que conociera a toda su familia, inculcándoles a sus hijos, los nietos de ella, el mismo respeto. De hecho, el propio Felipe II, cuando aún no era rey, pero ejercía la gobernación en España durante las ausencias de su padre, también la visitó en repetidas ocasiones.
Y hay algo verdaderamente conmovedor en el final de la vida de Carlos I que no me gustaría pasar por alto. Como si, efectivamente, él hubiera tenido siempre claro que su reinado se ejercía a la par que el de su madre, justo cuando ella murió, en 1555, él decidió abdicar y retirarse, decisión que se convirtió en oficial a partir del siguiente año. Dos años después, en 1558, don Carlos moría en el Monasterio de Yuste, en Cáceres, y a mí me da por pensar que, igual, este hombre tuvo presente a su madre con mucha mayor intensidad que lo que la Historia nos cuenta, hasta el punto de abandonar el poder cuando ella hizo lo propio con el mundo de los vivios. Como si hubiera querido llevar a cabo el reinado que su madre, por su incapacidad, no pudo. Como si, una vez fallecida esta, ese reinado careciera de sentido y fuera hora de legarlo al siguiente en la línea de sucesión.
Y si las cosas no fueron así, que seguramente no lo fueron, ¿por qué, entonces? Esta es una pregunta sin respuesta y uno de los mayores borrones del que la Historia llama el Siglo de Oro español.
Estatua de Doña Juana con la corona en las manos, porque fue reina, y el mundo a sus pies, porque lo fue de un imperio. Tordesillas |
3 comentarios:
Bueno amigo, aunque no haya comentado, me encantaron todos los artículos. Los fotocopie y ya duermen en mis apuntes particulares. Sé que has bebido en buenas fuentes y que bebes con mucha sed, que es cuando sabe bien el líquido elemento.
Solo me queda felicitarte muy efusivamente de nuevo,y mandarte un abrazo virtual
¿....y sabes una cosa? Supe de hechos históricos desconocidos para mí.
Un abrazo
Gracias, amigo.
Me alegro de que te haya gustado y de haber mostrado algo que no sabías. Que ya es difícil. Por cierto, gracias, también por reconocerlo. Eso dice mucho de ti. Podrías habértelo callado y en paz.
Quedaría por saber de qué hecho hablas, aunque me figuro de lo que se trata porque es algo de lo que no se cuenta nada y has de investigar un poco a fondo para descubrirlo. Dicen que una verdad a medias es la peor de las mentiras. Y en Historia nos cuentan muchas verdades a medias para encajarla del modo en que les interesa a quienes corresponda.
En fin, que te agradezco mucho el interés.
Un abrazo.
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