Artículo publicado en Number 1 Sport antes de la disculpa de Del Nido, aunque, a pesar de esta, no deja de tener sentido.
Los aficionados del
Sevilla siempre hemos presumido de grandeza. Siempre, incluso en los
malos tiempos. Hasta cuando el club con su gestión y el equipo con
sus resultados nos decían que en verdad éramos mediocres, nosotros
alardeábamos de ser mucho más que simplemente eso.
A lo largo de la primera
década del siglo XXI, en especial en su segunda mitad, por fin, el
club con su gestión y el equipo con sus títulos se pusieron a la
altura del sevillismo. Se dijo que el Sevilla volvía al lugar que le
corresponde. Un sitio que una vez ocupó y que posteriormente perdió.
Perdió en la práctica, pero no en el sentimiento de su gente. De su
afición. Una afición que, a pesar de décadas de travesía por el
desierto, nunca perdió su consideración. Su convencimiento de que
nosotros no éramos eso; éramos otra cosa. Una afición que siempre
exigió más; que con un equipo asentado perfectamente en Primera
División, le gritaba al palco aquello de “otro año igual” por
quedar casi siempre entre los diez primeros, pero nunca en la zona
noble de la tabla. Otro año igual de mediocre, cuando, como digo,
todos sabíamos que nosotros no éramos eso. Éramos más. Somos más.
Nada de esto ha cambiado,
más bien todo lo contrario. Se ha reforzado. Si en el año 1993, por
decir uno, 45 años después del último título, la afición explota
contra el palco con el grito anteriormente mencionado por quedar 7º
con 43 puntos (hoy, con los 3 puntos por victoria, serían 60),
empatados con el sexto (el Atlético de Madrid, que fue a la UEFA),
pero perdiendo el goal – average, hoy por hoy, cuando del último
título han pasado sólo 3 años, es perfectamente comprensible que
el sevillismo en su mayoría esté que se sube por las paredes.
La grandeza implica
exigencia. Y la exigencia, protestas a su vez cuando no se llega, ni
de lejos, a un mínimo requerido. Y eso teniendo en cuenta que si el
octavo o el noveno clasificado podrían ir a Europa, es porque clubes
que han quedado por encima han sido tramposos y otros han sido serios
a la hora de gestionar. Ojo, serios no es eficientes, sino solamente
serios. Legales, no tramposos.
Aún así, y teniendo en
cuenta eso, yo siempre he defendido que las protestas hay que saber
cuando hacerlas. No es sensato convertir la grada en un infierno
contra el palco mientras el equipo juega, porque eso nos perjudica a
todos. El infierno ha de producirse una vez el árbitro pita el final
del partido. Pero si el sevillismo se comporta así y el palco lo
silencia cuando llega el momento sensato de la protesta, lo normal,
lo comprensible, es que, en el próximo partido, esa afición sensata
se convierta en todo lo contrario para poder hacerse oír. Y no habrá
argumento válido para afearle el gesto porque no le han dado otra
opción. Y gente como yo, que defiende ese comportamiento sensato,
tendrán que callar, comprender y hasta acompañar al resto por lo
dicho, porque no queda otra opción.
La afición del Sevilla
sabe de la grandeza del club al que apoya. Grandeza que va muchísimo
más allá del dirigente de turno que se sienta en el palco en cada
momento de su historia. Y protesta, claro que protesta, ¿cómo no lo
va a hacer yendo novenos y gracias? Y el presidente de turno ha de
escuchar esa protesta si está a la altura de la grandeza del club
que preside. Nunca acallarla. Nunca. Pero menos aún este año,
cuando el aficionado ha sufrido unos horarios demenciales, con muchos
partidos en lunes, a horas intempestivas. Cuando se ha visto obligado
a tragar con unos precios desorbitados para lo que ha tenido que ver
luego; con el agravante, además, de una crisis económica brutal que
se está cebando con todos. Cuando el ambiente en la grada ha sido
una calamidad durante demasiado tiempo porque la directiva (con su
parte de razón) se pone gallita con los que son el alma de la grada,
pero no tiene cojones de hacer lo propio cuando se pisotea al club
desde comités y demás. Y, para colmo, el equipo flaquea como no se
veía desde hacía más de una década, lloviendo sobre mojado porque
ya van tres años de decepciones. De malas planificaciones y
lamentables resultados. Insisto, ¿cómo no va a protestar la
afición? Ya no es sólo que el equipo no esté a la altura de la
grandeza que se nos supone, de la que presumimos y de la que tanto
han hecho gala los dirigentes actuales cuando la cosa iba sobre
ruedas. No es sólo eso. Es todo lo demás que he comentado.
Y si, después de
aguantar tanto, la afición estalla, ¿se la va a acallar?¿Se puede
tolerar eso? Es algo absolutamente inaceptable. Y cuando en el
próximo partido en casa, el último de esta horrible temporada, el
último de nuestro capitán con la camiseta del Sevilla, la grada se
rebele de un modo furibundo contra el palco, pues habrá que
comprenderla. Un día que debería ser festivo, un día que debería
dedicarse a despedir a nuestra grandísimo Andrés Palop, se
convertirá en una bronca colectiva contra el palco. Todos sabemos
que el sevillismo sabrá encontrar su hueco y su forma para
homenajear a uno de los dos mejores porteros de nuestra historia,
pero el día no será como hubiéramos deseado por culpa de todo lo
dicho, y también porque no se nos ha dejado protestar en tiempo y
forma.
La grandeza lleva
incluida la protesta cuando las cosas no se hacen bien. Y si se
presume de ella en los buenos tiempos, se soportan sus consecuencias
en los malos.
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