viernes, 5 de octubre de 2012

Un sevillista cualquiera.

En cuanto dieron las ocho de la tarde, Diego, un sevillista cualquiera, salió de su trabajo a toda prisa. Aún le quedaba media hora para llegar a casa y toda la que se diera era poca. Era un lunes de tantos, pero con la particularidad de que ese día jugaba su equipo en casa, por gentileza de las brillantes mentes que han decidido poner los partidos en días y horas intempestivas. Apenas tenía hora y media para llegar a casa, cambiarse y volver a montarse en el coche para llegar justo a tiempo al Ramón Sánchez Pizjuán. 

Hizo el camino a toda la velocidad que pudo, aunque era consciente que, por mucho que corriera, apenas podría arañarle escasos minutos al reloj. Eso sí, esos minutos podían suponer la frontera entre llegar a tiempo al estadio y perderse el inicio de la contienda. Y una vez en casa, Beatriz, su mujer, le miró con el gesto torcido. 

- Ahí tienes a tu hijo de morros - Le dijo, señalando la puerta del salón - Dice que hoy no quiere cenar porque está enfadado. 

Efectivamente, el pequeño Adrián estaba sentado en el sofá con los brazos cruzados y el gesto enfurruñado. Sólo tenía siete años y por eso no podría acompañarle ese día a ver el partido, como solía hacer desde hacía dos o tres años. Ese era el motivo de su mosqueo. 

- Acaba muy tarde - Le dijo Diego, a modo de explicación - Y mañana tienes que ir al colegio. 
- Y tú al trabajo, pero sí que vas al partido - Le espetó, con lágrimas en los ojos. Era pequeño, pero no imbécil, estaba claro.
- Ahí tiene razón - Dijo Beatriz con rotundidad - Tanto Sevilla y tanta gaita. Luego te quejas de lo cansado que vas, pero de estas no te pierdes una - Entonces se revolvió y dirigió la mirada hacia su hijo - Pero tú eres pequeño y él no. Cuando seas mayor, podrás hacer lo que te de la gana. 

Diego sabía que a Beatriz no le gustaba nada que saliera de casa tan tarde, pero que no hacía demasiada sangre del asunto porque era consciente de que sólo se comportaba así por su Sevilla. Y era algo que respetaba profundamente, aunque no lo compartiera. Estaba molesta también porque a ella le tocaba lidiar con un niño enfadado mientras él se iba por ahí, pero no se lo recriminó. Al contrario, le regaló una bonita sonrisa al despedirse. Aquel hombre sólo tenía ojos para ellos, pero cuando el Sevilla se metía de por medio, poco había que hacer. 

- Mucha suerte - Le dijo de un modo cariñoso, ya en la puerta - Y no te entretengas a la salida - Le exigió, recuperando de repente la brusquedad. 

Durante el camino, no pudo quitarse de la cabeza las lágrimas de su hijo - "Me cago en Roures, en la madre de Roures y toda su ascendencia" - Se dijo para sí, completamente enfurecido - "¿A quien se le ocurre poner un partido un lunes por la noche?" - "Se van a cargar la afición" - "En poco tiempo, los niños sólo van a querer las camisetas del puto Messi y del capullo del Triste". 

No se complicó la vida buscando un buen aparcamiento, sino que dejó el coche donde él sabía que había sitio de sobra, aunque tuviera luego que andar durante quince minutos para llegar al estadio. Afortunadamente, iba bien de tiempo. Muy justo, pero bien. No tardó en atravesar Luis Montoto, rodear El Corte Inglés y pasar por el lado de La Espumosa, donde se cruzó con los Biris. O una parte de ellos, porque por la zona del Nervión Plaza retumbaban los cánticos de ánimo que el grueso de la peña, o grupo o como quiera que cada uno le llame, le dedica siempre al equipo. Aquel día, nuevamente, no entrarían al estadio. 

Una vez en el interior del coliseo, accedió rápidamente al lugar donde se encontraba su localidad. Ya estaba allí Paco, ese señor de mediana edad que ocupaba el asiento a su lado. Bueno, el de la izquierda, porque el de la derecha era el de Adrián, su hijo, que ese día estaría vacío. Una vez más se acordó de sus lágrimas y, de nuevo, se le encogió el corazón, sensación que se convirtió en dramática cuando toda la afición a coro recitó el Himno del Centenario. Adrián se lo sabía de memoria desde que tenía dos años y lo cantaba a grito pelado cada vez que iba al estadio a ver al Sevilla, a la vez que agitaba su bufanda del equipo. La emoción le embargó, no sabía bien si por el recuerdo de su hijo vestido de blanco y rojo, con el escudo en el pecho y cantando el himno, o por estar escuchándolo en ese momento en pleno corazón del santuario sevillista. Daba igual, se encontraba así y punto, y así continuó hasta que el árbitro ordenó el comienzo del partido. 

- Es el mismo que le anuló el gol a Luis Fabiano en aquella semifinal contra el Madrid - Se quejó Paco - ¿O fue el que se lo anuló a Negredo en la vuelta?

Daba igual. A Diego no le importaba quién fuera el árbitro. Le parecían todos iguales y estaba convencido de que no merecía la pena hacerles caso. Sólo rezar porque tuvieran un día medio bueno y no les robaran demasiado. 

El primer tiempo estaba siendo muy bueno por parte del Sevilla, aunque el gol no llegaba. Era evidente el problema de cara a puerta que tenía el equipo en los últimos partidos, pero, por otra parte, se mostraba como un conjunto aguerrido y muy seguro al que los rivales apenas llegaban con peligro. Esa seguridad hacía que los jugadores de ataque pudieran desperdiciar una ocasión tras otra sin miedo a estar perdonando demasiado. Mientras la portería propia estuviera a cero, siempre tendrían una oportunidad más para ponerse por delante, y no para tener que remontar. Por su parte, el ambiente en la grada era muy bueno. Sin querer, a Diego se le escapó la mirada a la zona baja de Gol Norte y Paco se percató de ello. 

- Dirán que no entran, pero ahí hay muchísima gente - Dijo este último en referncia a los Biris. 
- Da igual, Paco. Entren o no, hay un problema que solucionar. Y eso sigue ahí y acabará enquistándose. 
- Es tan fácil como que entren y que los violentos se queden fuera. 
- Tú no lo sabes todo, Paco. No sabes que teje manejes se traen, tanto ellos como la directiva. No se puede opinar tan libremente. Yo sólo sé que hay una parte del sevillismo que no entra y otra que está pagando siendo inocentes. Hay un problema que requiere una solución. Y las cosas no se solucionan mirando para otro lado.

De repente, una clarísima ocasión del Sevilla les sacó de la conversación. Nuevamente la fallaron, aunque la afición parecía seguir con paciencia. Hacía tanto que no veían al equipo tan bien que se mostraban convencidos de que tarde o temprano llegaría el gol. 

No obstante, lo que llegó fue el descanso con un increíble cero a cero, en virtud de los méritos demostrados por ambos equipos, y Diego y Paco abandonan sus localidades para ir al servicio y luego a comprar algo para picar. Nuevamente, los pensamientos de Diego se centraron en su hijo al recordar cómo disfrutaba este comiéndose el bocadillo que le compraba en el descanso de los partidos. Para el niño, aquello no era si no una gran aventura. Aventura de la que no podía disfrutar por culpa de los que ponen los horarios, y eso que era socio desde hacía tres temporadas. Otra vez le dominó el cabreo, pero el inicio del segundo tiempo le hizo olvidarse de él, y mucho más cuando el Sevilla marcó el primer gol pasados unos minutos. 

La explosión de júbilo fue atronadora, como de costumbre. La gente se volvió loca, abrazándose unos con otros, y Diego hizo lo propio con Paco. Estaba extasiado por la alegría, pero en ese momento miró a su derecha y al ver al asiento vacío que debería ocupar su hijo, juró por lo más sagrado que nunca más le dejaría en casa, aunque el partido fuera tarde. Sabía de sobra que la responsabilidad volvería a imponerse en la toma de sus decisiones una vez llegado el momento y no se encontrase híper-excitado como en esos instantes. Pero en ese momento daría lo que fuera por tener al pequeño Adrián a su lado, por abrazarle, por besarle y, sobre todo, por ver en sus ojos esa mirada de ilusión infinita porque el Sevilla estaba ganando. La lágrimas amenazaban con escapárseles, pero, nuevamente, Paco le sacó de su ensimismamiento con su manía con el tema de los Biris. 

- Está claro que la afición del Sevilla sabe animar sin necesidad de estos - Aseguró. Y Diego le contestó con amabilidad, pero con contundencia.
- Ellos son sevillistas igual que tú y que yo. Y se merecen estar aquí por eso, no porque animen mejor o peor. 
- Pero ellos desprecian a veces a los demás. Nos llaman comepipas y todas esas cosas. 
- Pues mal por ellos también. Pero yo no voy a caer en el error de enfrentarme con otros sevillistas. Ojalá arreglen esto de una puta vez para que nos podamos centrar en lo que de verdad importa. Que parecemos imbéciles. 

El Sevilla no volvió a marcar, pero manejó el partido con tanto oficio que el resultado no peligró en ningún momento. Al revés, fueron los locales los que estuvieron más cerca de ampliar la renta, aunque no acabaran por conseguirlo.

- El gol es cosa de rachas - Sentenció Paco, y Diego le dio la razón - Tarde o temprano volverá. Pero jugando así, vamos a perder muy pocos puntos. El equipo está muy bien armado y basta un poco de acierto para ganar. Aunque espero que la racha llegue pronto. 

Diego se despidió de Paco hasta dos semanas después una vez fuera del estadio. Era curiosa la amistad que tenía con ese hombre, seguramente el ser humano masculino al que más veces había abrazado en su vida después de su hijo. Pero luego no se veían para nada fuera del estadio - "Las cosas del sevillismo" - Pensó mientras miraba a su alrededor para observar al resto de la afición. Adoraba hacer eso cuando el Sevilla ganaba. Miles de personas unidas por un mismo sentimiento y con quienes cruzaba miradas de complicidad a pesar de no conocerles de nada. Miradas ilusionadas y felices de sevillistas anónimos que no iban buscando micrófonos para desahogar sus despechos, que no tenían ninguna cuenta pendiente con el club más allá de su incondicional sevillismo, que nunca se metieron con el equipo aparte de los cabreos típicos cuando las cosas no salen bien, pero que, como pasa con un padre y sus hijos, después de la tempestad, siempre viene la calma y solo queda el amor sin condiciones. La pasión por los colores. Esa mayoría silenciosa de la que hablan algunos, la mayoría del sevillismo, ese que no entiende de otra cosa que no sea animar a su equipo y que, mas allá de debates y charlas en la barra de un bar, todo les importa bastante poco con tal de ver al Sevilla ganar. Si es jugando bien, mejor, pero siempre ganar. Como aquel día. El Sevilla ganó y esos sevillistas anónimos expresaban la felicidad extrema con solo una mirada. Y esas miradas se las dirigen unos a otros, son exactamente iguales todas, y eso lo que les une: el sevillismo. 

En eso pensaba Diego mientras conducía de vuelta a casa. Cuando llegó, todo estaba a oscuras. Eran ya más de las doce y no era de extrañar. Ya estaban todos acostados.  Entró en la habitación con cuidado y se cambió en silencio. Pero cuando se metió en la cama, Beatriz se dio la vuelta y le preguntó en un susurro.

- ¿Cómo terminó el partido?
- Ganamos uno a cero
- Estarás contento entonces. Enhorabuena. 

Beatriz le dio un beso en los labios y volvió a coger postura. Parecía indiferente, pero, una vez acurrucada de espaldas a él, Diego notó como apretaba los puños con fuerza en señal de alegría. No lo expresaba en público, pero ella era tan sevillista como la que más. Aunque lo viviera a su manera. 

De todos modos, ¿acaso importa eso?


7 comentarios:

Juan Angel de Tena dijo...

Joder Rafa, no puedo comentarte ahora. ¡ Cabron !, con todo el cariño del mundo que lo sabes, me has hecho saltar las lagrimas...

Un fuerte abrazo amigo.

Dori dijo...

Gracías Rafa por recordarnos al sevillismo que es lo que verdaderamente importa,el sentir el amor por unos colores que nos tiene que unir mucho más y remar en el mismo sentido..No suelo llorar facilmente pero hoy me has hecho llorar y comprender que tenemos que cuidar de nuestro sevilla y dejar atras los conflictos,ya hay otros que se dedican a apalearnos y apalear nuestro sentimiento.
Gracías de todo corazón..
Saludos gran sevillista

EL PAPI MAGASE dijo...

Rafa no sé si ya has publicado o no tu libro,por favor no dejes de avisar que seré uno de los primeros en adquirirlo,leerte es un verdadero placer para mi mente,un fuerte abrazo crack.

Flamenco Rojo dijo...

Rafa, esto se avisa...no tengo la "patata" para este tipo de textos. Uff, de todas formas siempre es un placer leerte.

Un fuerte abrazo.
Pepe Gonce

Marcu dijo...

Anoche, y recien terminado el partido de Vigo del cual no quiero acordarme, me dice uno de mis hijos: "Papá lee el post de Ravesen que vas a flipar"

...y efectivamente, he flipado. Sencillo, tela de bien escrito, metiendo la problematica actual y todo envuelto en sevillismo de altura.

No te felicito para que no te lo creas, porque existen jugadores de fútbol que se lo creen y ya no rinden lo suficiente. Así que solo decirte que lo puedes hacer mejor para que no bajes la guardia y sigas regalándonos estos tesoros.

Un abrazo

Rafael Sarmiento dijo...

@A todos

Muchas gracias. Me alegro mucho de que os haya gustado porque lo he escrito con mucha dedicación y cariño.

A veces me apetece hacer cosas algo diferentes a lo habitual. No sé si he comentado alguna vez que me gusta escribir lo que me gustaría leer. Más o menos, es lo que he hecho con este post. Si encima gusta a los demás..., ¿qué más se puede pedir?

De nuevo, muchas gracias a todos. Un fuerte abrazo.

@cesarvizcaino dijo...


Magnífico post, como siempre.

Tienes el don.
Me encantó el final con la mujer aprentado el puño..

Te debo cerveza para contarte alguna que otra cosilla..
Un saludo

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