Hace unos días, en un lugar cualquiera que no importa para lo que quiero decir, estuve hablando con cierto conocido sobre un tema baladí como puede ser los regalos navideños para los niños. Esta persona lo está pasando verdaderamente mal en estos tiempos tan convulsos que corren. Con verdaderamente mal me refiero a que no les desahucian porque su familia tiene posibilidad de apoyarles. A veces trabaja, a veces no, va tirando palante como puede, pero con verdaderas penurias. Nada nuevo ni sorprendente. Por desgracia, hay muchísima gente así.
Sin embargo, a pesar de esto que digo, este señor estaba convencido en comprarle a su hijo cierto regalo considerablemente caro (costoso es una palabra más idónea que caro ya que el objeto es bien valioso) porque "los niños no se merecen no vivir el espíritu navideño sólo porque a los padres les está yendo mal circunstancialmente". No sé si fueron esas palabras u otras las que utilizó, pero el sentido es exactamente ese. Y ciertamente me desconcertó.
He dicho varias veces que tengo la esperanza de que esta crisis nos haga aprender algo. Que cuando salgamos de ella, seamos personas diferentes, una sociedad diferente, más consciente de lo que cuesta conseguir las cosas, más solidaria, más civilizada quizás. Más madura. Y menos consumista. Pero comentarios como el de esta persona me hace pensar que nada de esto se va a producir.
Vamos a ver, yo aborrezco la navidad por culpa de señores como este. Aborrezco la navidad porque es una época en la que nos imponen ser buenos, gastar mucho, acordarnos de personas que no nos importan y, sobre todo, aparentar. Aparentar ser felices, aparentar sentirnos afortunados, aparentar tener dinero para, al menos, mantener ese "espíritu". En navidad hay que ser solidarios, hay que acordarse de los que menos tienen, hay que visitar a los enfermos, hay que regalar cosas, hay que..., hay que ser buenas personas. Hay que ser las personas que debemos de ser a lo largo de todo el año, pero que no somos, aunque nos aliviamos la conciencia siéndolo en navidad.
En verdad, la navidad es una fiesta religiosa que se ha paganizado para convertirla en una fiesta del consumismo más feroz. La gran preocupación de los analistas económicos es el porcentaje de caída que las ventas van a experimentar este año respecto a otros por motivo de la crisis. Aquella persona de la que hablaba al principio asimila el "espíritu navideño" que su hijo ha de percibir a pesar de las circunstancias con el hecho de gastarse mucho en su regalo. Es un espíritu consumista, más bien. Y esa idea se la está traspasando a su hijo. Es así como lo está educando, como nos ocurre a todos, por desgracia. La fuerza de esta vorágine nos arrastra a todos y al final todos hocicamos ante ello.
Me da mucha pena comprobar que no estamos aprendiendo nada de todo esto que nos está pasando. Estas navidades serán más austeras, no porque hayamos comprendido que el gasto sin medida nos manda al hoyo, sino porque, circunstancialmente, nos está yendo mal. Porque circunstancialmente no tenemos dinero. Somos, por tanto, carne de cañón para una futura nueva crisis del estilo de esta que estamos sufriendo. Nosotros y nuestros hijos, porque así los estamos educando. Así nos están obligando a educarles.
Y es curioso que la gente haya olvidado el verdadero sentido de esta fiesta cuando, a nada que ves un belén, este te lo grita en la cara. Es la conmemoración cristiana por excelencia. Jesucristo nace en un establo, rodeado de animales y medio desnudo porque su familia es pobre y no se puede permitir que ese niño venga al mundo en condiciones. Sin embargo, lo importante es la unión familiar, el hecho de que, a pesar de las penurias, ese padre y esa madre traen a una criatura al mundo y se mantienen unidos, se quieren, se apoyan, y están convencidos en salir adelante a pesar de todo. Si se les llama la "Sagrada Familia", aunque a mi me gusta decir "la familia es sagrada". ¿Qué tiene eso que ver con el consumismo, por Dios? Y ni siquiera en estos tiempos tan malos que corren nos damos cuenta. Ni siquiera cuando pasamos penurias comprendemos que lo que se celebra no son las fechas propicias para comprar de todo, sino la importancia que tiene mantener a la familia unida, sean cuales sean las circunstancias. Si hasta quien no sea cristiano comprende la importancia de esto que estoy diciendo.
Odio estas fechas. Odio ver las calles atestadas de gente con la cara descompuesta por el agobio de no haber comprado aún todos los regalos que deben, o por estar gastándose lo que tienen, lo que no tienen e incluso más. Odio esa solidaridad falsa y con fecha de caducidad. Odio tener que recibir el típico mensajito de felicitación de personas que pasan de mi como de la mierda durante todo el año, pero que mandan dicho mensajito a toda su lista de correo o a toda su agenda, y yo estoy entre ellos. Respondo a quien creo que se lo merece, aunque yo no felicito la navidad. Yo estoy o no estoy con las personas. Todo el año, constantemente. A mí me hace ilusión recibir la felicitación de personas que están ahí normalmente, aunque sea detrás de un nick de blog o de Twitter, pero no la falsedad de quienes no se acuerdan de mi nunca.
Y eso que comprendo que se utilicen ciertas fechas señaladas para acordarse de gente que vive lejos. O que por la razón que sea ves poco a lo largo del año. Fechas señaladas como los cumpleaños o las propias navidades. Pero sé distinguir entre quienes me importan y quienes no. Entre quienes están conmigo y quienes pasan de mi. Y aunque ya digo que lo comprendo, yo no espero a estos días para llamarles si se me ocurre hacerlo. Lo hago en cualquier momento.
El espíritu navideño no existe. Es una forma de sacarte el poco dinero que te queda después de que te hayan expoliado a base de recortes y de impuestos. Cuando nos va bien, nos incitan a consumir más y más. Y cuando no, nos hacen chantaje emocional, apelan a los niños, a su inocencia, a lo que haga falta con tal de que te lo gastes todo. Y luego nos echan en cara el haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Como si no nos incitasen a ello.
Lo siento por los muy navideños, pero yo no veo la hora de que llegue el siete de enero. Que pase todo esto, que la gente vuelva a la normalidad y que este cúmulo de hipocresía, de falsedad y de gasto incontrolado pase a mejor vida... hasta el año que viene.
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