viernes, 28 de diciembre de 2012

La mujer de la puerta del estanco

Tocar fondo es algo que tiene una connotación indudablemente positiva. Cuando uno toca fondo, no cabe otra posibilidad que no sea mejorar, porque a peor no se puede ir. Eso a no ser que uno se empeñe en seguir cavando para que así el fondo esté más profundo. Pero me ciño exclusivamente a personas sensatas, no a imbéciles redomados. 

No es fácil tocar fondo no obstante. No es nada fácil, siempre se puede estar peor, siempre hay alguien que te puede tener envidia por lo bien que estás cuando tú te sientes hundido, rozando el fondo con las yemas de los dedos. Yo mismo he creído haber tocado mi fondo para descubrir posteriormente que de eso nada. Que la vida es una caja de sorpresas, pero no de sorpresas buenas necesariamente. Que si sale mala, salió mala. Y que si sale muy mala, ahí lo llevas, profundizando en tu pozo cuando creías que habías llegado a lo más hondo posible. 

¡Qué infeliz!

Y si para colmo te pilla en estas fechas en las que estamos obligados a ser felices, pues apaga y vámonos. No me gustan nada estos días. Me parece absurdo el afán generalizado por comer hasta reventar, por comprar cosas inútiles, por cumplir con el resto a riesgo de que se enfaden contigo si no lo haces. Cuando tú no tienes ningún interés por que nadie cumpla contigo. Y es curioso que haya gente que hasta te critique por pensar de ese modo. Yo no quiero nada de nadie, sólo que me dejen en paz. No pido nada. Pero hay quien considera que esta actitud no es más que una pose que algunos tenemos para hacernos los interesantes, los diferentes. ¡Qué error más grande! Al menos en mi caso. En mi caso no es una pose porque no es una actitud. Es un sentimiento, no va más allá. Si uno se siente de una manera, es complicado evitarlo. No pretendo que nadie más se sienta como yo. Como digo, lo único que busco es que me dejen en paz. Que cada uno haga lo que le venga en gana, que ya yo me apaño con mis cosas. 

El problema es que uno no vive en una urna de cristal, sino en medio de todos los demás. Y vivir en medio de los demás significa que te absorba el ambiente general que reina. Un ambiente de forzada alegría que contrasta con mis sensaciones. El año que acaba ha sido decepcionante. Una mezcla de ilusiones truncadas, de esfuerzo no recompensado, de frustración por lo que uno siente que es capaz y lo poco a lo que llega por razones ajenas, por razones que no está al alcance de mi mano cambiar. 

Y eso que, en comparación con muchos, soy un privilegiado. 

Ayer mismo me volví a cruzar con la mujer de la puerta del estanco. En el estanco que hay en la calle Feria, justo a la entrada, en la acera, se sienta una pedigüeña extranjera. Es sudamericana, una mujer de edad indefinida, ni joven ni mayor, pequeña de estatura, menuda, vestida con poco más que harapos y que lleva en una especie de hatillo lo que se supone que son todas sus pertenencias. Cada vez que alguien sale del estanco, ella alarga la mano para mostrar el vaso de plástico en el que pide que le dejen unas monedas. Es el tipo de persona que molesta en estas fechas porque abofetean sin manos la cara de los que pretenden ser felices y se topan con la triste realidad. A mí, sin embargo, ayer, me arrancó una sonrisa. 

Hace ya un tiempo que la vi por primera vez, y que por primera vez introduje en su vaso la vuelta del precio de lo que había comprado en el estanco. Entonces se le iluminó la cara con una sonrisa y me dio las gracias con sentimiento. Desde entonces, cada vez que me ve, me saluda con el mismo gesto y me dice "hola, amigo". Pero no me pide más. A veces le he vuelto a dar, pero nunca me ha pedido más. 

Ayer volví a darle unas monedas cuando salí del estanco. Y ella, con esa misma sonrisa, me dijo "espero que tengas mucha suerte en el nuevo año". Y me emocionó. No sé quien es esa mujer. No sé de donde viene, si tiene familia en ese lugar, si la echan de menos o ella echa de menos a alguien. Sólo sé que es una extranjera, una persona que malvive en las calles de una ciudad de un país que no es el suyo. Que está sola, que no tiene nada, que seguramente pasa frío y hambre por las noches mientras nosotros nos ponemos hasta el culo de todo. Que mientras yo me encuentro mal por mis problemas cotidianos, ella se encuentra peor porque no tiene nada. 

Es una de esas personas que decía al principio que me tendrán envidia por lo bien que estoy cuando yo me siento hundido, como rozando el fondo de mi pozo con la yema de los dedos. 

Esa persona me deseó suerte para el nuevo año cuando soy yo quien tiene suerte y ella no. E igual soy un imbécil por aborrecer estas fechas porque tengo mucho que celebrar. Muchísimo. Sólo tengo que pensar en la mujer de la puerta del estanco para darme cuenta de lo que tengo, en comparación con lo que ella no tiene. 

Esto de lo que hablo no es una pose. No estoy intentando hacerme el interesante ni el diferente. Tengo 38 años, me he esforzado muchísimo en mi vida, como estudiante y trabajando luego, para no llegar en absoluto a donde me veo capaz. Me esfuerzo muchísimo diariamente para salir adelante y apenas lo consigo. Sé que esto no es exclusivo de mi, que le pasa a mucha gente, pero cada uno lo lleva del modo en que puede. A veces a mi me afecta, me frustra, me hace sentir mal. Y no soy capaz de olvidarme de ello por el simple hecho de que se trate de unas fechas o de otras. 

Sin embargo, la mujer de la puerta del estanco me ha hecho ver este año que nada de lo que digo tiene demasiado sentido. Que el fondo no es el lugar en el que yo me hallo. Que si miro más abajo, la encontraré a ella. Que siempre se puede estar peor aun cuando uno no se dedique a seguir cavando en el foso. Que tengo motivos para sentirme bien, que hay cosas en mi vida de las que enorgullecerme, que la frustración es un sentimiento pasajero que se puede revertir.

En definitiva, que puedo unirme a los que tratan de ser felices, al menos una vez al año. Porque todos ellos tienen sus problemas, sus frustraciones y sus cosas que les hacen sentir mal. Porque yo no soy diferente a ellos. Soy igual, por mucho que no me gusten estas fechas. 

Porque a quien soy diferente es a la mujer de la puerta del estanco. Porque tengo la suerte que no tiene ella. 

Si algún día pasáis por la calle Feria y la veis delante del estanco, dadle unas monedas. Veréis como os sonríe igual que me sonrió a mi. 

2 comentarios:

EL PAPI MAGASE dijo...

En tu caso es la mujer del estanco,hay otras muchas personas como ella en las puertas de los economatos,semaforos,hospitales,etc,siempre hay personas hubicadas en esos pozos en los que uno mismo cree estar a veces,lo que sucede es que puede que esas personas sean las que esten en las alturas cuando uno se cree con lo que tiene que está hundido,porque muchas veces,la mayoria de las veces no apreciamos lo que tenemos y es mucho,creeme Rafa,te lo digo hoy que estoy de un malaje que me lo piso y no puedo ni quiero evitarlo,lo que si me quedan ganas es de volverte a mandar un fuerte abrazo y decirte que sigas siendo como eres,eres un tio único y eso es muy complicado en los tiempos que corren,sigue iluminandote con esa mujer que te sonrie y te desea lo mejor aun estando en la situación que está.

Dori dijo...

Sí,la verdad es que és asín tal como la cuentas,solo que se puede tener mucho dinero y estar bién, y no tener salud...o no tener ni para comer como esta mujer y tener salud,yo prefiero ser esta mujer con todo su fondo y poder sonreir como ella te sonrió..
De verdad que no necesitamos tantas cosas materiales y si más corazón para compartir.
Saludos sevillista

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