Desde la época en la que yo no era más que un niño, cuyos padres trataban por todos los medios de educar de la mejor manera que sabían, me machacaron la cabeza con la idea de que, para aspirar a triunfar en la vida, estudiar era imprescindible, fundamental, imperioso, innegociable. Estudiar la básica, primero. El bachillerato, después. COU a continuación y, por supuesto, una carrera. Lo de la carrera era el fin último de todo. Los demás niveles de estudios no eran más que un simple trámite a superar para entrar en la facultad y obtener un título universitario. Esa era la idea, la meta, el objetivo. Eso fue lo que me inculcaron mis padres.
Aparte, había otras cosas importantes a llevar a cabo, todo siempre relacionado con el saber. Como, por ejemplo, los idiomas. Mis padres tuvieron a bien ponerme una profesora particular de inglés desde que tenía cuatro o cinco años. Eso me sirvió para que no me hiciese falta estudiar ni un minuto para obtener un sobresaliente tras otro en los exámenes que de dicho idioma nos ponían en el colegio. Así de adelantado iba en la materia respecto a mis compañeros.
Fue tanto lo que me insistieron con esto, que al final se convirtió en una máxima de mi vida. Estudiar, estudiar, estudiar. Daba igual si era lo que quería o no, no interesaba para lo que yo pudiera valer, lo que me podría hacer más feliz, eso carecía de importancia. Terminé acabando dos carreras, haciendo un curso de pos grado en el extranjero (en Holanda) y aprendiendo muy bien inglés, y un poco de francés.
Y luego vino lo de empezar a trabajar desde abajo, sacrificarte al principio para obtener tu premio más adelante.
Yo trabajé como un canalla durante varios años, aguantando lo inaguantable, soportando a jefes imbéciles e hijos de jefes directamente gilipollas. Acepté traslados laborales, ganando cuatro duros, renunciando a vacaciones, sacrificándome al máximo casi cegado por la ambición. Convencido de que ese era el camino para obtener la gloria. No me importaba emplearme en una cosa u en otra. Si había que vender, se vendía, si había que atender a un cliente un sábado, se hacía, incluso en algún que otro domingo o festivo. Si había que quedarse hasta las tantas currando, por supuesto, yo el primero. Ya digo que hice de todo en pos de mi objetivo.
En verano de 2007 me encontraba en la cumbre. Y no porque el Sevilla acabara de ganar su quinto título en año y poco, que también, sino porque en la empresa en la que trabajaba entró un nuevo socio capitalista con la idea de dar un salto cualitativo. Yo ganaba bastante dinero, tenía un horario sensacional y toda clase de facilidades para hacer del trabajo algo llevadero y compatible con la vida familiar. Hacía un par de años que me compré mi casa, previa hipoteca, por supuesto, porque comprarse una casa era fundamental, era algo a lo que debía aspirar cualquier persona de bien. No valía con el alquiler, no. Eso era tirar el dinero. Lo suyo era la propiedad, el legado para tus hijos. Eso fue lo que me enseñaron, lo que me inculcaron a fuego.
Con aquel cambio que se iba a producir en la empresa, pasaría a dirigir a un equipo de personas en diferentes provincias andaluzas. Y más que vendría en el futuro, ya que la empresa se encontraba en plena expansión. Todo pintaba de maravilla. Había conseguido mi objetivo. Después de tanto sacrificio, tanto estudiar, tanto trabajar, por fin me encontraba en el sitio que merecía. ¡Qué razón tenían mis padres! ¡Qué sabios consejos! ¡Qué bien me educaron!
Eso era en verano de 2007. En marzo de 2008, la empresa quebró, y yo me fui al paro. ¿Increíble? Pues así fueron las cosas.
Pero no pasaba nada. Mi mujer tenía un magnífico trabajo también, estábamos ella y yo solos, aún no teníamos hijos, saldríamos adelante. Era marzo de 2008.
En mayo de 2009 estábamos los dos en paro. En mayo de 2009 fue cuando nació mi hijo. ¿Cómo es posible? ¿Cómo la vida se puede cebar así con alguien? ¿Cómo pueden las cosas cambiar tanto en tan poco tiempo?
Entretanto, yo no estaba en casa mirando la pared. Yo estaba como loco buscando una salida. Llegué a prepararme unas oposiciones, las cuales aprobé, pero no obtuve la plaza. Sin embargo, me llamaron para trabajar como interino, y la vida nos dio un vuelco, otra vez, en esta ocasión para bien. Horario magnífico, sueldo más que aceptable, tardes libres, y la posibilidad de seguir estudiando para obtener la plaza en siguientes convocatorias.
Pero el Gobierno decidió que había que tomar medidas de ajuste para controlar el gasto público. Se eliminaron (en un enorme porcentaje) los interinos de la administración del Estado (en la que yo trabajaba) y se dejaron de convocar oposiciones. La salida que había encontrado para mi vida fue cerrada a cal y canto, y conmigo fuera. Parecía como si hubiera alguien empeñado en hundirme y moviera sus hilos para conseguirlo lo antes posible.
A partir de ahí, reviví la ardua tarea de empapelar Sevilla con mi currículum. Como cuando tenía veinticuatro años, pero con la frustración de sentir que todo el esfuerzo que había hecho durante años sólo me había llevado de vuelta al punto de inicio. Estaba como al principio. O puede que incluso peor, como pude comprobar poco después. Por supuesto, los ingresos de mi familia habían bajado drásticamente. Tanto, que la fantástica hipoteca que tenía tuvo que ser renegociada para poder asumir las letras. Ahora, lo que iba a terminar de pagar antes de la cincuentena, se prolongará hasta bastantes años después de que me jubile. O quizás no. Quizás se retrase la edad de jubilación lo suficiente como para que me de tiempo a pagarla antes, quien sabe.
Como decía, me empleé a fondo presentando currículums, pero, para mi estupor, ni tan siquiera me llamaban para hacer entrevistas. No es que entrara en procesos de selección y cogieran a alguien mejor que yo. Es que ni siquiera me llamaban. Entre tanto, mi mujer sí que encontró un trabajo, aunque ganando la mitad que con el anterior. Y gracias. Y yo me puse a vender seguros, salida que todo el mundo puede encontrar aunque rara vez sale bien. A mi no me salió bien, y mientras trataba de subsistir con eso, seguía buscando otra cosa. Hasta que llegó un momento en el que supe que no iba a encontrar trabajo. Fue, paradójicamente, la primera vez que me llamaron para hacer una entrevista, para un contrato de dos meses en verano. Me daba igual. Hasta eso me valía. Lo gestionaba una empresa de selección de personal, y la revelación que decía antes la tuve cuando vi que la primera cuestión que te hacían en el formulario previo a la entrevista era que si tenía el certificado de minusvalía de al menos el 33%. No quise preguntar, no me pareció de recibo, pero antes de irme me crucé con un viejo compañero de trabajo que resultaba estar empleado en aquella agencia. Y a él sí que le hice la pregunta. La respuesta fue de lo más reveladora:
- Todas las personas con cierto riesgo de exclusión social están subvencionadas por alguna de las administraciones: los minusválidos, los inmigrantes con cargas familiares, las mujeres víctimas de violencia de género, los parados mayores de 45 años, los jóvenes (sobre todo con escasa formación), etc. Y como hay tanto donde elegir, las empresas prefieren a estos, que no a otros que les salgan más caros.
Esto no es ninguna crítica a las políticas de inclusión de estas personas. Es sólo un relato de lo que me ocurrió a mi.
Por supuesto, no me cogieron. Y yo me acordé del chiste. Tres personas aspiran a un puesto de trabajo. Una de ellas tiene una dilatada experiencia en el sector, aunque es un poco mayor que lo requerido. Otra es bastante joven, quizás demasiado, tiene poca experiencia, pero una formación extraordinaria, como hacía tiempo que no encontraban a nadie. Y la tercera es una mezcla de ambas, aunque no destaca en ninguna de las facetas. ¿Por quién se deciden finalmente?
...
Pues por la rubia de las tetas.
Mi desesperación era total. Y, además, había perdido casi por completo las esperanzas. No sabía qué hacer. No tenía a quien recurrir. Hasta que por fin me surgió una posibilidad de negocio. Algo innovador, no demasiado caro y con perspectivas de rentabilidad a corto plazo. Y tras un periodo de reticencia (cuando uno se encuentra en lo más hondo, todo lo ve negro e imposible), y con la ayuda y ánimos de mi mujer, me decidí a intentarlo. Pero la siguiente en la frente fue la financiación. Yo me preparé un magnífico proyecto (escribir siempre se me dio bien) para presentarlo en los bancos, pero en estos me dijeron que tenía que demostrar ingresos para que me dieran un crédito.
- Pero si yo no tengo ingresos. Si precisamente para obtenerlos quiero montar el negocio.
- Sí, pero el banco no presta dinero si no se garantiza su devolución.
- ¿Y el proyecto? Porque no será lo mismo montar un kiosko de pipas que una central nuclear.
- El proyecto no importa. No hay que presentar proyecto. Sólo justificar ingresos.
Imposible. Mi última esperanza se desvanecía. Lo había intentado todo, y no había santa manera de encontrar algo con lo que recolocarme. Era difícil de creer, pero alguien como yo, con estudios, con experiencia, sin taras físicas ni psicológicas y con ganas de trabajar no tenía sitio en el sistema. Insisto, no me lo podía creer. El siguiente paso era entregar la casa al banco y volver con mi familia, con la familia de mis padres, claro. Y fue esta la que salió al rescate. Fue esta la que me prestó el dinero para poder seguir adelante, y hoy día regento un negocio que, seis meses después de montarlo, ya me da para vivir. No para ser rico, ni siquiera para sacar lo suficiente como para pensar en cosas como irme de vacaciones o permitirme algún capricho, pero sí para seguir adelante. Igual, con el tiempo, lo otro llegará, pero por ahora es eso lo que tengo. Después de lo pasado, no es poco. Es muchísimo.
Sin embargo, esto no quita para que a veces me siga desconcertando con lo que está ocurriendo. En ocasiones, cuando estoy solo, me paro a pensar y me pregunto en qué me he equivocado en mi vida. ¿Qué he hecho mal? ¿O es que acaso no ha sido culpa mía, sino de la educación que he recibido? ¿Me aconsejaron mal mis padres? En verdad no lo creo así, ellos me guiaron en función de lo que la vida requería. De lo que, según su experiencia, era lo que debía de hacerse. No les culpo de nada, todo lo contrario.
¿Entonces?
Mi conclusión es que es la propia vida la que me ha engañado. La que me ha hecho creer que todo era de cierta manera, para luego comportarse de un modo distinto. La que me convenció de que las decisiones correctas eran unas, para luego arruinarme la existencia por culpa de esas decisiones. Hoy día me lamento de haber comprado mi casa. Si no lo hubiera hecho, tendría el dinero que invertí en ella. Y además, si el alquiler no me lo pudiera permitir, pues me podría ir a otro más bajo. Y, sin embargo, estoy atado a mis cuatro paredes para siempre. También me arrepiento de ciertas decisiones que tomé en su momento, rechazando ciertos empleos a cambio de otros más acordes con mis ambiciones. Ambiciones que hoy aborrezco.
Porque la ambición es algo que he desterrado de mi vida para siempre. Ya no quiero nada que no sea que mi hijo, primero, y mi familia tengamos de todo, poder pagar las facturas después, y disfrutar de todo lo demás que pueda venir, pero sin añorarlo, sin pretenderlo, sin lamentarme por no tenerlo.
No sé lo que me deparará el futuro, pero la vida no me volverá a engañar del mismo modo que hasta ahora. Puede que con otras cosas sí, pero con estas no. He aprendido la lección. He tenido que reconocer que muchas de las cosas que me enseñaron mis padres no sirven para nada. Y reconozco que es mi propia madre la primera desconcertada con todo este asunto. Por supuesto, a mi hijo le daré otros consejos. Pero el primero que le voy a dar es que sea lo que él quiera ser, que no se empeñe en nada porque sí.
Total, ¿qué más da? Por mucho que quieras seguir el camino que se te supone, la vida hace contigo lo que le da la gana. Te pega una hostia, te lo quita todo, y se queda tan ancha. Si eso le llega a ocurrir algún día, espero que no, al menos que sea haciendo lo que le gusta. Que le arrebate lo que sea, pero nunca la felicidad. La felicidad de ser uno mismo, no lo que otros esperan que sea.
La misma felicidad de la que yo disfruto hoy día al lado de mi mujer y de mi hijo. Por muchas hostias que me de la vida.
6 comentarios:
Como la vida misma Rafael.
No te tortures, la vida te seguira engañando, lo que hay que tener son los cojones que tu tienes para seguir haciendole frente con tu valia, con tu hijo, tu familia y tus dos manos.
Si te contara, nos podiamos echar los dos a un rincon y hartarnos de llorar...
Pero no Rafael, siempre con el horizonte en el futuro y pensar que mientras tengamos lo que hay que tener para vencer la adversidad, todavía seremos unos privilegiados.
Muchisimo animo y ¡palante!
Un fuerte abrazo amigo.
Retratas no solo tu vida,retratas la vida de muchos de nosotros todos,recuerdo cuando me coloqué en mi primer trabajo,iluso de mi pensar de que alli me iba a jubilar,si supieras la de bandazos que ha dado ya manolito y lo que te rondaré morena,ya tengo una cosa muy clara y es el que no pienso mas alla de la cena de hoy y son casi las 20 horas,por cierto voy a comprar avios para poder comernosla,un abrazo Rafa,no sé si esto algun dia cambiará o no,solo sé que mientras pueda mantener a mi familia unida y estemos vivos y respirando,podemos estar contentos ¿al futuro? permiteme un taco en tu blog,será el primero y el último,que le den por culo.
Por una vez y sin que sirva de precedente, no estoy de acuerdo contigo. Esas "hostias" no te las ha dado la vida, te las ha dado el SISTEMA.
Y tú harás con tu hijo lo que hizo tu padre contigo.Intentarás por todos los medios que estudie una carrera universitaria y que se prepare para lo que pueda venir. Tus padres hicieron lo correcto. Lo que vas a hacer tú con tu hijo.
Yo tengo tres: Uno es Licenciado en Derecho y en Dirección y Administración de Empresas y no la vida, el sistema, lo ha mandado a Londres a trabajar porque aquí no encontraba nada. Otro es Licenciado en Historia y ha metido la cabeza en la Enseñanza Privada, después de, igual que tú, vender móviles, seguros, etc y el tercero acaba de terminar en junio Educación Física y ahora está en el campo cogiendo aceitunas y camarero los fines de semana.
Y yo estoy orgulloso de hacer lo que hice por ellos. Porque es el camino y te aseguro desde ya, que será el tuyo, porque te conozco bien.
No sigo que se hace muy largo.
Un fuerte abrazo y..."palante"
No sé qué decir ante un post de este tipo, donde abres tu corazón y tus vivencias de una forma tan íntima, para que todos los que te seguimos podamos conocer un poco más de ti y de lo que te hace ser tan tremendo.
Desgraciadamente, tu historia se está repitiendo en muchas, muchísimas familias, y sólo puedo decir que tengas ánimo y que, como ya bien sabes, al final sólo puedes fiarte de las personas que de verdad te quieren. Hay que tirar p'alante como sea, estoy seguro de que pronto encontrarás la forma.
Un abrazo.
Por una situacion parecida he pasado yyo y como decia mi abuela Dios aprieta pero no ahoga y cundo se cieera una puerta se abre otra.
Cada dia te superas en los post eres un refernte de lectura diaria para mi
Sigue asi compañero
Es posible que haya sido un poco dramático a la hora de escribir este post. Es cierto que he pasado tres años horribles, pero también lo es que ahora mismo estoy viendo luz, mucha luz.
También tengo muy presente que hay muchas, muchísimas personas que están peor que yo, y que me podrían decir sin tapujos que ojalá estuvieran en mi lugar. A pesar de todo.
Lo más importante que quería destacar con lo que he escrito es que la vida ha dado un cambio demasiado grande en demasiado poco tiempo. Y que cosas que se daban por sentadas hasta hace muy poco, ahora hay que revisarlas porque no sirven.
En ningún momento quise quejarme de la educación que me dieron mis padres, todo lo contrario. Pero no puedo dejar de reconocer que algunas de aquellas máximas que eran incontestables hasta hace no mucho, ahora son más que discutibles.
Y para una persona que tienen un hijo de dos años, plantearse este tipo de cosas es importante si le quiere dar una buena educación.
Afortunadamente, mi mentalidad ha cambiado, eso también lo quería resaltar. Y como decía al principio, después de tres años horrendos, ahora empiezo a encontrarme mucho mejor.
Eso sí, con la lección aprendida, y con un planteamiento de vida completamente diferente.
Muchas gracias a todos y un abrazo
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