jueves, 13 de octubre de 2011

No hay derrota en el corazón del que lucha.

El lunes 10 de octubre de 2011 amaneció soleado y algo fresco en la provincia de Sevilla, aunque la previsión del tiempo aseguraba que se rozarían los 35 grados a lo largo del día. El verano se resistía a marcharse, y los sevillanos andaban ya un poco hartos de tanto calor a destiempo. Eran las nueve de la mañana cuando Julio subió en el autobús de línea que unía un pueblo agrícola cualquiera cercano a la capital de Andalucía con esta misma. Su destino final, el barrio de Nervión, donde tantos edificios de oficinas hay. Y empresas, por tanto. Su misión, entregar currículums. A sus veintisiete años, se acababa de quedar en paro. De hecho, antes de acudir a la parada había comprobado el saldo de su maltrecha cuenta bancaria para comprobar que le habían ingresado la mensualidad de la prestación por desempleo. Después de tres años trabajando para una importante empresa, justo cuando comenzaba a plantearse el futuro, un ERE le había puesto de patitas en la calle, y la cosa pintaba bastante mal. Y aquel era un nuevo "lunes al sol" para él.

Una vez sentado en uno de los asientos del vehículo, se entretuvo escuchando a dos señores de cierta edad que estaban hablando del Sevilla, del equipo de sus amores, en la fila de al lado. Ambos declaraban estar satisfechos con el comienzo de la temporada, aunque uno de ellos echaba de menos un mejor juego por parte del equipo.

- ¡No te quejes tanto, José! - Le recriminaba el otro - ¿Ya no te acuerdas de la tardecita que pasamos hace unos años en Oviedo?

Oviedo. Vaya recuerdos le traía también a Julio aquella ciudad. La tarde de marras, él también estaba allí, con su padre, y ambos fueron testigos del descenso del Sevilla a Segunda. Aquella fue la primera vez que vio llorar a su progenitor. Y eso que la vida de este había sido lo bastante dura como para haberlo hecho en otras ocasiones. Pero tuvo que ser su Sevilla quien le abocara a las lágrimas. Julio también lloró, como la mayoría de los sevillistas que allí se congregaron, mientras aplaudían al equipo cuando los jugadores salieron al campo a agradecer el apoyo a los desplazados. Fue quizás el día más triste que él vivió en lo que al fútbol se refiere. Pero también la vez que más orgulloso se sintió de ser sevillista. Con mucha diferencia.

Sumido en esos pensamientos, el trayecto se le hizo de lo más corto, y casi sin darse cuenta estaba en una cafetería cercana al Nervión Plaza presto para desayunar algo. En esos momentos se preguntó qué pensaría de él Durán y Lleida al verlo allí, un parado que cobra un subsidio dentro de un bar. Aquel político catalán había hecho unas desafortunadas declaraciones al respecto ese fin de semana, y aunque Julio sabía que se refería a otro tipo de personas, no podía dejar de sentir un poco de vergüenza por encontrarse en esa situación. Él, que era Ingeniero de Telecomunicaciones, que logró acercarse al ocho en las pruebas de Selectividad cuando las hizo, y a quien todos auguraban un futuro espléndido, estaba allí, un lunes cualquiera por la mañana, sin nada que hacer que no fuera buscar un trabajo. Precisamente para eso había quedado con Silvia, su novia, aunque ella llegaría más tarde porque tenía una entrevista por allí cerca. Ella estudió lo mismo que él, y se encontraba en igual situación. Al menos no era el único en ese estado, eso era un consuelo, aunque se tratara del consuelo de los tontos.

Nuevamente, las palabras de Durán y Lleida se le vinieron a la mente, y automáticamente se acordó de Juan, de su abuelo. Juan fue uno de los muchísimos andaluces que tuvieron que emigrar de su pueblo a Cataluña para poder ganarse la vida. Y trabajó como un negro para conseguirlo, con la ilusión de poder volver a su tierra y que sus hijos no fueran catalanes, sino andaluces. Para que sus hijos volvieran con él. Y lo consiguió. Fue parte de aquella mano de obra tan barata gracias a la cual muchos catalanes se enriquecieron y lograron un gran nivel de vida para ellos y sus descendientes. Pero sus últimos años los pasó en su pueblo, y mientras la salud se lo permitió, no hubo domingo que no se desplazara al Sánchez Pizjuán a ver a su Sevilla.

- No hay cosa peor que ser un sevillista en el exilio - Decía a menudo - Tener eso metido en el corazón y no poder seguir al equipo por estar tan lejos. Tener que conformarte con el resultado del que te informan en los periódicos al día siguiente.

Juan le reconoció a su nieto que algunos lunes llamaba a su hermano, que seguía viviendo en Sevilla y que solía ir a los partidos, para que le hiciera una breve crónica telefónica. Eso era mejor que simplemente saber el resultado. Por eso, los últimos años de su vida fueron muy satisfactorios. Pudo ver cómo sus hijos se abrían un camino en su tierra, y disfrutó de su pasión sevillista hasta que físicamente no pudo más.

- Fue sevillista hasta la muerte - Insistía Esteban, el padre de Julio, henchido de orgullo - Ese lema sevillista no se recita por gusto. No es inventado. Es completamente cierto.

Esteban, el hijo de Juan y padre de Julio, nació en Cataluña, pero se instaló desde muy joven en en el pueblo sevillano de origen de su familia. Allí trabajó en el campo, a pesar de tener estudios. Su padre le había inculcado el sevillismo y el amor por su tierra, y prefería cualquier cosa antes que tener que vivir alejado de ella como lo tuvo que hacer Juan. Su trabajo era por temporadas, y cobraba el PER durante los meses en los que no había faena. Gracias a ese PER no tuvo que emigrar como Juan, pudo quedarse en su pueblo. Al fin y al cabo, ¿para qué estaba si no ese plan de empleo rural? Nunca defraudó a nadie, nunca se llevó ni un duro que no fuera suyo, sólo trabajo hasta deslomarse y cobró lo que le correspondía, ni más ni menos, como tantos y tantos otros. Había muerto no mucho tiempo antes víctima de una enfermedad que su cascado cuerpo no pudo resistir. Y lo hizo demasiado joven, sin llegar a disfrutar de la jubilación, aunque, eso sí, vio al Sevilla ganar un título tras otro. Después de lo de Oviedo, sin duda era algo que merecía.

Julio pensaba que Durán y Lleida tenía parte de razón, que hay mucha gente que defrauda con el subsidio agrario, pero también que es muy injusto generalizar de un modo descarnizado, porque la mayoría trabajan muy duro para ganarse dicho subsidio. De otra manera no podrían seguir viviendo en sus pueblos. Como le ocurrió a su abuelo. ¿O acaso prefieren los catalanes que se les llene su tierra de andaluces sin trabajo, igual que antaño? Gracias a esos subsidios, la gente de esos pueblos hacen sus compras, en muchos casos de productos catalanes. Gracias a esos subsidios, La Caixa tiene oficinas en muchísimas de esas localidades. No se puede estar en misa y repicando. Hay que decirlo todo, o bien callarse, que muchas veces así se está más guapo.

En un intento por desviar sus pensamientos hacia otros asuntos, decidio hacer eso que tanto le gustaba cuando tenia tiempo para ello: darle la vuelta completa al Ramón Sánchez Pizjuán. Hacerlo despacio, saboreando el momento, imaginándose el ambiente de una noche grande de fútbol, escuchando en su cabeza los cánticos e himnos, casi viendo a esa imparable marea blanca y roja formada por abuelos, hombres, mujeres, jóvenes, niños..., todos ellos con un gesto de infinita ilusión en el rostro, y un motivo común para ello: ver jugar al Sevilla. Julio hacía ese camino casi levitando, casi como su fuera sobre una nube un palmo por encima del suelo. Observó detenidamente el mural antiguo, la entrada a la tienda oficial, el otro mural, el que se hizo con motivo del centenario, las diferentes puertas de acceso a la grada de fondo y no pudo evitar detenerse una vez más en la 16. Y como cada vez que lo hacía, un escalofrío estremeció su cuerpo. En ese momento se le vino a la mente el gol contra el Schalke, y la piel se le erizo. Él lo vio en directo, en al estadio, rodeado de sevillistas que se frotaban los ojos porque no se podían creer que fuera cierto eso que estaba sucediendo y que nunca antes habían vivido. 

- ¡Malditos salvajes! - Masculló, acordándose de esos animales aficionados del Atlético que la semana anterior, otra vez, insultaron la memoria del añorado Antonio. 

Sacudió la cabeza y trató de olvidarse del daño que le producía ese hecho, pero no podía. Era tan duro tener que escuchar esa salvajada. Era tan difícil abstraerse de la realidad que decía que nadie había hecho nada contra ello durante cuatro años. ¿Cómo era posible? ¿Por qué eran tan ruines con los sevillistas? Los atléticos que cantaban eso, los atléticos que callaban miserablemente, los dirigentes que miraban para otro lado, los comités que condenaban al Sevilla por cosas menores, pero que pasaban por alto barbaridades así. Le dolía tanto, que no sabía qué hacer para relajar su espíritu.

Afortunadamente, alguien apareció para hacerlo por él. Se trataba de Silvia, su novia, con sus preciosos e inmensos ojos verdes de interminables pestañas, con su pelo negro y lacio cayéndole a ambos lados de la cara y su bonita sonrisa, que desprendía tanta confianza, tanta seguridad. La conoció en Eindhoven, en la final de la UEFA. Fueron compañeros de asiento en el estadio, y se rieron de la casualidad de que fuesen a la misma facultad y tuvieran que conocerse en Holanda. La cosas del sevillismo. Compartieron alegrías y abrazos con los goles. El primero fue de celebración. El segundo, lo mismo, pero algo más. Con el tercero ya tenían algo en común, algo que les unía. Estaban siendo testigos de lo más grande que se había visto en sevillista en décadas. Y el destino quiso que lo hicieran juntos. Y con el cuarto los sentimientos se dispararon. Sobrepasaron el sevillismo y algo surgió. Se intercambiaron los teléfonos, y a partir de poco después ya eran pareja. Una pareja de sevillistas. 

- ¿Sabes lo que acabo de leer en un blog? - Preguntó la chica con gesto divertido - Han publicado una encuesta en no se qué periódico madridista, y dicen que el Sevilla es el equipo que peor cae en España, que el equipo que más simpatía despierta en el sevillismo es el Real Madrid, que los sevillistas piensan que Mourinho es el mejor entrenador del momento, y que somos los que en menor medida nos consideramos más aficionados a nuestro equipo que a la selección.

Julio la miró con los ojos muy abiertos, tratando de asimilar toda aquella información.

- ¡No jodas! - Acertó a decir - ¿Los que peor caemos? ¿Que el Madrid es el equipo que más simpatía nos despierta? Pero que...
- ¿No es divertido? - Se reía Silvia.
- Pues no. Es indignante. ¡Serán cabrones! ¡Eso es mentira! ¿Cómo pueden decir que el Madrid es el equipo que más simpatía nos despierta? ¿Y lo de Mourinho? ¿Y lo de la selección? Ya están manipulando y mintiendo otra vez. ¿Será posible? ¿Es que no tienen nada mejor que hacer?
- Vamos, hombre, no te lo tomes así - Trataba de tranquilizarle la chica.
- ¿Cómo que no? Si es que es siempre lo mismo. No nos tienen respeto. Se ríen de nosotros, en nuestra puta cara. Deberíamos hacer algo de una vez para parar esto. 
- ¿Hacer algo? ¿Cómo qué? ¿Acaso te crees que esto es nuevo? Esto siempre ha sido así, no sé de qué te sorprendes. Los sevillistas estamos solos, no tenemos el apoyo de nadie. Nunca lo hemos tenido. Ni siquiera de la prensa o las instituciones sevillanas. ¿Qué vas a cambiar tú ahora? Y aún así somos los más grandes de Andalucía. Y si nos dejaran, ya se podría echar a temblar más de uno en el resto de España. 
- En eso tienes razón - Reconoció Julio, agachando la cabeza
- Pues claro. ¿Qué más da lo que que piensen? ¿Que nos importa si manipulan? Los sevillistas sabemos lo que somos, sabemos lo que sentimos. Y nos limitamos a animar a nuestro equipo y a derrotar a los rivales. Por lo demás, que rebuznen lo que quieran. 

Silvia era así, arrolladora, segura de sí misma, toda una personalidad. Tenía clarísimas las cosas que quería, y pasaba olñimpicamente de todo lo demás. Pasaba por la vida con la cabeza muy alta, arrogante, orgullosa, altanera, incluso vanidosa. Pero luego se volcaba, se entregaba por completo con aquello a lo que quería. Julio la adoraba por eso. También por su belleza, pero sobre todo por eso. Porque él veía fantasmas por todas partes y andaba siempre malhumorado, en plan abuelo cascarrabias. Y ella era capaz de relativizar todas sus preocupaciones y acabar por arrancarle una sonrisa. Era como el sol para su vida. Lo que lo iluminaba todo. 

- Estoy harto de todo - Le reconoció más tarde, mientras hacían un descanso sentados en un banco cualquiera de la calle. Eso de entregar currículums empresa por empresa era igual de agotador como de frustrante. - No veo salida a nada. Pasan los días, las semanas, los meses, y ni una llamada. La gente te mira con cara de pena al recoger tu cirrículum, e igual valemos cien veces más que ellos. Es todo de lo más injusto.
- Pues hagamos algo para que las cosas cambien - Contestó Silvia, tan positiva como siempre.
- ¿Algo como qué? ¿Qué otra cosa podemos hacer más que lo que estamos haciendo?
- Ya te comenté lo de Alemania. Allí buscan ingenieros. Podríamos ganarnos la vida a nada que nos acompañe un poco de suerte. ¿Qué tenemos que perder?

Julio suspiró. Esa idea de su chica no era nueva, ya la había dejado caer en alguna que otra ocasión, pero él nunca le llegó a decir la verdad sobre lo que opinaba acerca de ello. Y aquel día encontró una ocasión ideal para hacerlo.

- No creo que fuese capaz de soportar algo así, Silvia - Sentenció de modo categórico.
- ¿Y por qué no? - El chico se acomodó en el asiento que ocupaba y miró a su pareja a los ojos. 
- Mi abuelo emigró de su tierra para trabajar como un negro con el objetivo de que su hijo no tuviera que hacer lo mismo. Que pudiera vivir en su pueblo y ganarse la vida allí. Y lo consiguió. Por su parte, su hijo, mi padre, se deslomó en el campo durante años para que yo estudiase y pudiese aspirar a un trabajo más cómodo y mejor pagado. Lo hizo con tanto ahínco que le llegó a costar la salud y murió. Pero también lo consiguió. Y ahora que yo recibo ese legado, ahora que yo tengo la oportunidad de disfrutar de los resultados del esfuerzo de toda una vida de mi abuelo y de mi padre... ¿me voy a ir? ¿Voy a hacer como mi abuelo? ¿Emigrar? ¿Qué pensaría si lo viese? Sería un fracaso mío. Y también de ellos. Por mi culpa les haría fracasar, tiraría por tierra el trabajo de dos vidas completas. Sería una terrible derrota, ¿no lo entiendes?

Silvia entonces rodeó las manos de su pareja entre las suyas y sonrió, mostrándole con ese gesto todo el cariño que sentía por él. Entonces, sin dejar de sonreír le acarició el rostro y se dispuso a hablar.

- Julio, tu abuelo fue un luchador. Y tu padre también. También fue un luchador. Y tú, sin duda, lo eres. Eres todo un luchador. Esa es una de las cosas que más me gustan de ti. Es uno de los grandes motivos por los que te quiero tanto. Por eso el hecho de que nos fuésemos no sería una derrota. Por nada en el mundo.
- ¿Y por qué dices eso? ¿Por qué no sería una derrota?
- ¿No recuerdas lo que decimos los sevillistas acerca de eso?
- ¿Qué decimos?
- Que no hay derrota en el corazón del que lucha. 


Este post está dedicado a todos aquellos que día a día luchan por algo y toman el fútbol como un motivo de evasión. El fútbol es algo trivial, pero a veces nos regala con máximas que nos ayudan en ese día a día. Los sevillistas sabemos algo de eso. 

8 comentarios:

Marcu dijo...

!!Fantástico post!!
En varias ocasiones te he dicho lo mismo: cuando parece que ya no sorprenderás más, !!zas!! y te sacas de la manga esta maravilla.

Enlazas en una historia de amor el problema de la emigración de ayer y de hoy, las declaraciones aberrantes del político catalán, un canto al obrero andaluz y todo eso envuelto en una nube blanca y roja de sevillismo grande.

Crítica mordaz y sevillismo de altura en un todo.
¿Post de la semana, del mes, del año?
Mis respetos

Jose Manuel Ariza dijo...

Saludos.

Me inclino ante ti, amigo.

Me dejas pegado a la silla. Otra vez.

Fondo y forma, forma y fondo.

Como dice el querido Marcu:

¡¡Fantástico!!

Otra vez.

Gracias y nunca te rindas.

Cuídate.

Miguel dijo...

MAdre mia que post de los mejores que he leido cada dia te superas mas y mas este seguro que gana como uno de los mejores por todo lo que lleva dentro, amor ,trabajo,paro, emigracion, en fin un compendio de cosas que estan a la orden del dia.
Resumiendo la vida tal y como es con el futbol como evasion ante los problemas de la vida
Repito te superas dia tras dia y es que es una gozada poder leerte a diario
Sigue asi compañero que aqui tienes un fiel lector de todo lo que pongas en tu magnifico e insuperable blog.

Alberto H. dijo...

Gran post, sí señor.

Un saludo.

Rafael Sarmiento dijo...

Muchas gracias a todos por vuestras palabras. De corazón.

Os voy a contar una pequeña intimidad. Yo me aficioné a escribir en una época en la que me apetecía leer sobre ciertas cosas y no tenía el libro, novela, revista o lo que fuera idóneos donde las expresasen a mi gusto. Y como no los había, pues empecé a escribirlo yo.

De ahí surgió mi afición, y esa es una actividad que he seguido llevando a cabo. EL caso es que últimamente ando un poco cansado, hay veces que uno se ve superado por las circunstancias, o a punto de ello, y necesita encontrar fuerzas para seguir.

Escribo lo que me apetece leer, como tantas y tantas veces. Expreso las ideas que me ayudan, que me animan, que me emocionan. Como esto de que no hay derrota en el corazón del que lucha. Y me encanta el hecho de que eso también satisfaga a otras personas.

De nuevo, muchas gracias a todos. Un fuerte abrazo.

https://s-evillistas.blogspot.com/ dijo...

Sin Palabras.
Un Abrazo Sevillista y Felicidades

Flamenco Rojo dijo...

De lo mejor que he leído...y he leído mucho eh.

Hago mía la moraleja: "Que no hay derrota en el corazón del que lucha"

Enhorabuena.

Saludos.

quiquesfc dijo...

te pondria un comentario pero todo lo que se me pasa por la cabeza me parece que no llega a definir la grandeza del post. por eso solo felicitarte.

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